Lilkam necesitaba recopilar la información para el cambio que le habían sugerido los Basmoj. Primero comenzó la búsqueda dentro del volcán, recorriendo cada rincón e intentó dar con las sombras que todavía podían ser leales. Pero para su decepción, se dio cuenta que la mayoría de ellas fueron corrompidas, lo que acortaba el tiempo para actuar. El ataque de los Djeum sería dentro de poco, y lo que pasara después era un peligroso misterio que solo Lilkam conocía.
Cuando supo acerca de la traición de sus compañeras dentro del volcán, y cuantas eran, pensó que debía dar al siguiente paso que consistía en buscar una persona que quisiera intercambiar su cuerpo mortal con ella, para poder llevar la advertencia, y mientras eso pasaba debería mantener silencio y disimular. También pensó que sería muy difícil pedir ayuda porque después del cambio aun tendría que convencer a su pueblo de los planes de los Djeum.
Pensó en Milej, y que él podría dar fe de su historia, mal que mal, era su otra mitad y estaba dispuesto a todo por su amor. Pensó incluso en pedirle morir, aunque eso sería una prueba demasiado dura y no sentía la necesidad de arriesgarlo. Ya había sufrido demasiado en esta vida.
Ahora, saber quién estaba dispuesto a morir no era tarea fácil. Si las almas atravesaban Mjitëk, dejaban atrás el cuerpo frio que las albergó, sin posibilidades de entrar en él.
De vez en cuando salía a explorar y a pesar de tener el tiempo en contra, buscó consejo en su hermano.
─Es muy terrible lo que has oído, Lilkam ─dijo Milej acongojado─. Debemos decírselo a nuestros padres.
─No quiero que lo sepan hasta poder hacer el cambio, Milej. Nunca te creerían.
─¿Con quién piensas hacerlo?
─No lo sé aun, debo seguir buscando. Estoy desesperada. No he entendido del todo como encontrar a alguien que quiera morir.
─Yo quiero hacerlo. –dijo él. La miró a los ojos y aparentó no tener ni una pizca de miedo.
─Jamás, no lo permitiría. Prefiero morir en el fuego antes de pasar por ese dolor. Prefiero que el mundo se acabe y que nos condenemos todos. Nunca vuelvas a pedirme algo como eso. Ya encontraré a alguien, solo debo seguir buscando.
─Júrame que cuando lo consigas vendrás a mí antes que a ninguna otra parte, Lilkam.
─Te lo prometo. Todavía eres parte de mí, Milej. No podría sino volver contigo.
─Ahora vete que nuestros padres están por llegar. Yo averiguaré como presentarse frente a la guardia y convencerlos del mal que se aproxima.
Lilkam pensó que sería una difícil tarea para Milej, porque la guardia real estaba para tareas más serias que recibir los relatos de un joven débil y enfermo como él. Tendría que esperar ella misma llegar hasta allí en su compañía, y probar cada una de sus palabras.
Pensó que además de comenzar su búsqueda, debía planear cual sería la mejor manera de dar a conocer lo que sabía, y creyó que los sacerdotes eran la mejor opción, y el poder que tenían sobre el pueblo, sería un buen aliado. Ellos creían ciegamente en el poder de los Basmoj y sabrían con certeza del peligro en caso de su traición, para luego dar la alerta que nadie cuestionaría. Era sin duda lo más sensato y en quienes se debía enfocar.
***
Existían dos clases de guerreros en el reino. Los comandantes que acompañaban al Rey de todo Arekim y dirigían a los ejércitos, y los guardianes o guardias de las fronteras que protegían los límites de las montañas nevadas, vigilantes de los espíritus del hielo y de los ladrones ocasionales en los pueblos aledaños. Los jóvenes tenían estas dos opciones para ingresar a la milicia, cuál de las dos igual de imposibles, pero muy diferentes una de otra.
Con la guardia real tenían más poder para controlar a las sombras, pero con los guardias de las fronteras podían de manera rápida detectar el hielo que se aproximaba por pasos secretos. Por siglos habían estado preparándose en el reino de Arekim para este regreso, liderados por su Rey.
Pero ahora el rey no se encontraba en Arekim, sino que estaba explorando las tierras del Oeste en busca de nuevos territorios que conquistar, y expandir su reino, y había dejado a cargo de toda la guardia, a su hijo.
Se decía que el príncipe era un joven arrogante como su padre, y que quizá no estaba a la altura de la tarea que debía emprender. Justo ahora que necesitarían contar con un líder fuerte que quizá no conocía el mal que estaba próximo, ese mal que solo oyó en historias y cuentos durante su niñez.
El resguardo del reino se había delegado a los Basmoj, restándole importancia, excepto en las fronteras nevadas donde había vigilancia militar siempre. Y con el paso del tiempo la mayoría de los habitantes de Arekim olvidaron de donde provenían, olvidaron el hielo y el peligroso mal que se escondía más allá de las montañas, porque creían que eran historias para antes de dormir. Quizá tal como Lilkam lo hizo una vez, dudaban de su real existencia y no estaban preparados para una traición de este tipo.