Lilkam hablaba seguido con Milej sobre cómo encontrar a la persona adecuada para cambiar de forma, sin conseguirlo. Temían que se les agotara el tiempo antes de lo previsto, y la única manera de saberlo sería fijarse en el comportamiento de los Basmoj, dentro del volcán.
Por suerte, les llegaban frecuentes noticias provenientes de las fronteras nevadas, sobre historias sobre La Guardia, y en que tenían problemas para custodiar el lugar. Aunque no contaban con mayores detalles.
─Debes ir allí, Lilkam ─dijo Milej, afligido. Porque le parecía obvio que fuera obra de los Djeum, que avanzaban y se preparaban para abandonar el hielo.
─Tengo miedo de ser descubierta por los míos, y sepan que no estoy con ellos en esto ─le respondió la sombra.
Se reunían seguido en el taller. Por suerte para Milej, sus padres que siempre lo veían melancólico, dejaban que se distrajera trabajando, para que la tristeza por perder a su hermana no se lo llevara a la tumba. Pensaban en lo bien que le hacía pasar tiempo solo allí, ya que en las mañanas lo veían animado, sin saber que los cambios de humor eran provocados por las conversaciones con su hermana.
Milej estaba entusiasmando con la idea de que Lilkam volviera a ser una humana, incluso más que ella misma. Y no le importaba la apariencia que tuviera con tal de abrazarla otra vez.
Lilkam agobiada por los rumores sobre la amenaza, decidió irse a Ehyjum para averiguar más sobre la guardia del norte, por consejo de Milej. Y además enterarse de la desaparición de algunos guardias de allí.
Al llegar, el escenario que encontró era bastante distinto de lo que imaginó con su hermano. Si bien parecían todos los hombres intactos, había algunos que se negaban a volver a las montañas. Lilkam aprovechó el atardecer para introducirse en el cuartel, donde discutían lo ocurrido.
Allí sentados junto al fuego, vio a cinco guardias que permanecían en silencio, mientras un hombre robusto, siendo el de más alto rango, se paseaba tocándose la barba y caminaba de un lado a otro. Los demás lo seguían con la mirada, hasta que uno de los asistentes habló.
─No podemos seguir escondiendo los rumores, se han expandido rápido.
─¡Crees que no lo sé! ─dijo el capitán, quien era el que permanecía de pie─. Y no podemos ocultárselo a sus familias por siempre.
«¿Ocultarles qué ?» pensaba Lilkam. Sin poder acercarse, ya que la luz y el calor del fuego la dejarían en evidencia.
El hombre grande, o el Capitán si se prefiere, seguía paseándose molesto. Y es que algo o alguien habían congelado el alma de los hombres que estaban ocultando. Se hallaban vivos, sin embargo, paralizados como muertos. Prisioneros en sus congelados cuerpos. Habían sido localizados después de la avalancha, al borde de la muerte y sin poder devolverlos a su estado normal.
Lilkam oyó con horror los acontecimientos y supo que los Djeum estaban más cerca de lo que todos creían, tanto así, que debía encontrar urgente a alguien para hacer el cambio.
Cuando la reunión acabó, se marchó del lugar con dificultad puesto que habían extremado la seguridad, y la guardia se había duplicado para detectar cualquier comportamiento anormal en la montaña.
Se dirigió hasta los fiordos con la esperanza de meditar y decidir qué tan buena idea era atravesar las montañas nevadas, para obtener información sobre los actuales planes de sus enemigos. Recorrió grandes extensiones vagando sin sentido, y llego tan alto sobre el acantilado.
Pensó en lo que su hermano días antes le había dicho. Y del cuidado que debía tener, porque era la única que conocía el paso de las sombras, hacia el hielo.
Ensimismada, oyó un lamento que la hizo sobresaltarse pues se imaginaba sola en aquel lugar. Consideró al atardecer como un mal momento para que un mortal vagara solo, y acudió al llamado de la tristeza.
Allí de pie entonando una extraña canción se hallaba una joven de largo cabello oscuro y celestes ojos, enrojecidos por el llanto, extendiendo sus brazos en señal de libertad a punto de saltar al vacío.
En ese momento Lilkam comprendió las palabras de Milej al decirle como el destino estaba escrito para todos. Supo también que era la oportunidad que tanto esperaba. Silenciosa y veloz se acercó susurrando palabras dulces a la joven.
─Grande es tu tristeza para querer abandonarnos.
La joven retrocedió abriendo los ojos, impresionada; la sombra se puso en frente y le impidió avanzar. Y con los débiles rayos del sol del atardecer, ella pudo observarla con claridad.
─Sé lo que has pasado y sé que no puedo detenerte, solo necesito que me escuches.
La joven desconcertada y confundida, sin saber qué si era sueño o realidad, asintió, mientras la sombra posó una parte de si misma sobre ella, envolviéndola, y trataba de persuadirla para que se lanzara de todas formas.
─Necesito que escuches lo que vengo a decir, niña ─dijo la sombra, consciente que lo que iba a explicar era extraño e imposible.
La joven Lena impresionada abrió la boca, e intentó decir algo que nunca se oyó. Sus manos trataban de tocar al Basmoj pero solo conseguía sentir el cálido aire que la abrazaba. Era una sensación tan agradable que no tuvo miedo y por un momento olvido la tristeza.