Caminaron casi hasta el amanecer en silencio, y contuvieron la curiosidad de Kaile, que no hizo más que preguntas sin sentido. Se sentía un tanto excluido de aquella misión tan importante de los dos hermanos.
Junto al camino se detuvieron en una posada para descansar unas horas y llegar justo al mediodía a Arekim, que era la hora en que se reunirían los personajes importantes del reino, entre ellos el príncipe y sus sacerdotes. Ahora que el rey no estaba, el príncipe se preocupaba de todos los asuntos minuciosamente para que su padre lo considerara digno heredero al trono.
Lilkam, Milej y Kaile con el poco dinero que contaban, pagaron un cuarto. Esto lo único que consiguió fue despertar la rivalidad entre los hombres que acompañaban a la joven. Kaile le cedió la única cama a Lilkam, pero ella se la cedió a su hermano que era el más cansado de los tres, quien luego de comer, se tendió en la cama y se quedó dormido casi al instante.
—Hay algo que debo decirte sobre Milej —le dijo Lilkam a Kaile en un susurro, mientras miraba su hermano dormir—. Es una historia que me contaron mis padres cuando era pequeña y que ahora le he encontrado sentido, y he empezado a creer en ella.
—Puedo entender que lo quieras, pero has sido grosera cuando solo quiero ayudarte.
—Escúchame y luego puedes juzgar.
Kaile le puso toda la atención, mientras ella señalaba la ventana para que lo siguiera y así alejarse de la cama y de Milej. Ella miro al cielo y dijo:
Hay veces en que las almas del volcán se sienten tan enormes que no les basta un solo ser cuando pisan este mundo, y deciden ellas solas en un acto rebelde, dividirse para tener más vidas que experimentar.
Así es como nacen un hombre y una mujer, desde el mismo vientre, para volver a unirse al momento de morir.
—Pero tú y el no son gemelos —interrumpió Kaile, pero Lilkam continuó, ignorando su acotación.
Pero no siempre es equitativa esta repartición y solo uno de ellos se lleva la mejor parte del alma, en donde se encuentra la alegría, el entusiasmo y la energía.
Lilkam se volvió hacia él y lo miró a los ojos, dando un largo suspiro.
—Soy la mitad más fuerte, Kaile, y es Milej a quien le ha tocado sufrir toda la vida, no puedo dejarlo si somos uno solo, ¿Entiendes?
Kaile la observó y quiso abrazarla pues sabía que ella estaba sufriendo también, aunque no entendía cómo funcionaba lo que acababa de oír, porque no había visto muchos gemelos en su vida.
—No puedo entenderlo porque solo lo hace quien lo vive, pero si puedo aceptar que siempre estés sobre él.
Kaile acarició la mano de la joven y ella la acepto apretándosela.
—Milej es un joven débil que casi no puede valerse por sí mismo, ya ha hecho mucho viniendo conmigo.
Ambos jóvenes bajo la luz de las estrellas pudieron por fin entenderse, a pesar que Lilkam no había dicho toda la verdad. Lo mejor se lo reservaba para un par de horas después, cuando él solo, se diera cuenta de quién era la joven a la que había ayudado. Luego de esa conversación, tomaron algunas mantas, las extendieron en el suelo y se durmieron juntos.
Cuando el sol se asomó por la ventana, Lilkam se despertó sobresaltada. No podía quedarse dormida, se paró rápido y observó hacia afuera por la ventana. Se calmó cuando vio que no había mucho movimiento todavía, cosa que significaba que era temprano en la mañana. Despertó primero a Milej con suavidad y luego a Kaile que estaba en el suelo. Ya era la hora de partir y comenzaba a ponerse nerviosa.
Kaile evitó a Milej e intento tener el menor contacto con él, porque a pesar de lo que Lilkam le había contado no podía dejar de verlo como un rival y como una carga. Milej en cambio permanecía callado y molesto, pues había escuchado la confesión que Lilkam le había hecho a ese desconocido. No entendía por qué su hermana y su adoración, confiaban tanto en él. Se levantó de mala gana y obedeció las instrucciones.
Luego de levantarse, comieron algo ligero y reanudaron su viaje, estaban a solo un par de horas de la ciudad y no había tiempo que perder.
El sol estaba en el punto de mediodía cuando divisaron la gran ciudadela rodeada por un enorme muro, estaban por fin en Arekim. Todo estaba saliendo como Lilkam lo había planeado, la parte más fácil estaba hecha, lo complicado sería al llegar a la asamblea.
Cruzaron el muro y se encontraron con un gran comercio, todo tipo de alimentos, armas, pieles o lo que quisieran encontrar; de todo había aquí, era el más grande de todo el reino.
Lilkam había llegado varias veces a la ciudadela siendo una sombra y no le costaba ubicar el camino que debían seguir, en cambio Milej, nunca abandonó su pueblo de los Atrapafuegos. Kaile por el contrario había llegado a este mercado muchas veces pero solo limitándose a él, en su labor de comerciante, y rara vez pasaba la noche aquí; solo hacia su negocio y se marchaba.
—Debes seguirme ahora, yo dirigiré el camino —dijo ella, adelantó la marcha y dejó detrás de ella a Kaile. Él no dudo en seguirla porque su curiosidad se hacía cada vez más fuerte, y necesitaba saber quién era esta enigmática jovencita.