El invierno, más frío y largo de lo que era costumbre, llegaba a su colofón. Habían pasado casi seis meses desde el tan desafortunado ataque al Sur, y era ahora cuando las cosas comenzaban a encauzarse. A pesar de lo ocurrido, habían decidido que en aquel transcurso de tiempo las celebraciones y demás fechas señaladas se mantuvieran con total normalidad. La ausencia de la Sacerdotisa y el miedo y desazón que provocaba su falta fueron poco a poco amainando, hasta quedar relegados a un segundo plano del que solo un puñado de personas, en general sus más allegados, notaban. De nuevo, la vida en Urdeón regresaba al cotidiano orden y serenidad de siempre, como si lo ocurrido tiempo atrás no hubiese sido sino una horrible pesadilla. Nada más. La gente parecía haberlo olvidado, cosa que probablemente era lo más positivo pues una ciudad como aquella, Capital Sagrada del Este, debía retomar su movimiento y funcionamiento normal lo antes posible. El tiempo curaba todas las heridas –para unos más profundas que para otros–, pero ese tiempo era necesario en todos los casos; y fue lo único que hizo falta para que todo tornase a su orden lógico y habitual.
Era cierto que desde aquella estratégica aparición Evolisse no había dado señales de vida. Cosa que para la mayoría de los ciudadanos resultaba tranquilizador, permitiéndoles relajarse, seguir con sus vidas y olvidar –o simplemente obviar– que a pesar de ello esa Bruja seguía siendo una amenaza.
Para la mayoría de ellos la realidad de su existencia resultaba un quebradero de cabeza que no les aportaba nada, por eso le restaban importancia. Mas para los que conformaban el pequeño círculo que sí era consciente de la envergadura de tal asunto, el silencio de la Bruja no presagiaba sino problemas.
Dasten era el que más convencido estaba de ello. Él y Sénofe mantenían con asiduidad el contacto y ambos compartían una gran preocupación respecto al tema. No eran capaces de entender qué estaría pasando por la retorcida mente de la más poderosa de entre los seres humanos. Por qué actuaba de esa forma. Aquel asalto al Templo del Sur significaba el comienzo de algo temible, de eso estaban convencidos; y tanto el Remediable como Dasten coincidían en que ese «algo» no podía ser otra cosa que la Profecía; indicio claro de que había comenzado.
Desde hacía varias semanas el Director parecía estar obnubilado, muy lejos de allí, con la mente en otro sitio. Y así sería pues lo cierto era que no paraba de darle vueltas a la cabeza a todo lo que desde hacía meses estaba discutiendo con Sénofe. Había guardado tan en secreto la enorme preocupación que le invadía que incluso llegaba a robarle el sueño por las noches. Se sentía bastante ansioso, tanto por el peso de cargar con la información que guardaba como por el hecho de saber lo que aquello significaba. Pero, sobre todo, eran esas insoldables dudas que surgían una tras otra las que le hacían sentirse abatido como no recordaba haberlo estado nunca. Se pasaba el día encerrado en su despacho, leyendo y releyendo numerosos libros y pergaminos; como si eso pudiera darle una respuesta a todas las incógnitas que se agolpaban en su mente.
Estaba inmerso en sus estudios, perdido en sus reflexiones, cuando no tuvo más remedio que volver a la realidad. Un par de golpes en su puerta le hicieron centrar la atención en Kyo y Naga, que entraban a trompicones en su despacho.
–Hola Dasten, ¿nos has hecho llamar? –preguntó el joven a medida que se aproximaban.
–Buenas tardes, chicos. Así es, tengo que hablar con vosotros de algo importante –dirigió su mano hacia el fondo del amplio habitáculo, señalando unos sillones de aspecto confortable y añadió: –Tomad asiento, quiero estar lo más alejado posible de la puerta.
Ambos jóvenes, en situación normal, quedarían extrañados ante la celosa actitud del Director. Pero lo cierto era que no les llamó la atención en lo más mínimo pues hacía ya varias semanas que su comportamiento distaba mucho del que fuera típico en él. Era verdaderamente raro apreciar tensión o estrés en su rostro, y aún más de manera tan continuada. Le preguntaron qué le pasaba en numerosas ocasiones y, aunque en algún momento sí se dignó a compartir cierta información con ellos, solía acogerse a la ironía y optar con lanzarles respuestas evasivas. Así que, analizando aquello, su petición de alejarse de la entrada no les llamó demasiado la atención. Por ello, sin decir nada, obedecieron y se sentaron. Ocuparon asientos contiguos, dispuestos frente al sillón en el que reposaba poco después el hombre. Éste, sin perder tiempo, les mostró algunas de las cartas que el Remediable le había enviado. Esas en las que los dos discutían e intercambiaban impresiones acerca de Evolisse y la Profecía y compartió con ellos sus pensamientos.
–Ya os comenté que tanto Sénofe como yo estábamos seguros de que esa mujer volvería a atacar, pues no ponemos en duda que ha puesto en marcha la Profecía.
Los dos chicos se miraron ya sí algo extrañados ya que parecía que el hombre fuera al final a contarles algo, aunque prefirieron ceñirse a lo que les decía.
–Sí –dijo Naga cuando volvió a posar sus ojos en eél–, y también que no consideráis que su silencio sea algo positivo, pero, ¿ha pasado algo nuevo o habéis descubierto alguna cosa?
–No es más que una suposición, pero creemos que se acerca bastante a la verdad. Me explico: es obvio que Evolisse está esperando, está haciendo tiempo por alguna razón que todos desconocemos. Esto nos incita a pensar que es algo que le falta para ponerse en marcha, como las Piedras Sagradas, pero el caso es que no ha vuelto a intentar hacerse con ellas. Así que por muchas vueltas que le damos, siempre llegamos a la misma conclusión: que ese supuesto motivo suyo en realidad no existe, que es falso.
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Editado: 10.10.2024