Al día siguiente el Remediable apareció en el Templo con una expresión diferente, mucho más relajada. Aunque cara a los demás su actitud y opinión continuaban firmes ante el escabroso tema que ya llevaban días discutiendo, le confesó a Karto que Dasten le había escrito y que iban a comenzar a actuar.
–Pero luego, cuando podamos estar a solas, te informaré bien de los detalles.
No quiero suscitar comentarios por ser descuidado.
–Me parece correcto, Señor. Podrían crearse malentendidos.
Ambos hombres tomaron su lugar en la mesa de reuniones. La tarde anterior, al parecer, se había decidido –aunque sin dar demasiado lugar al debate– preparar una votación abierta que se extendiera también a todos los ciudadanos mayores de edad residentes en Marena. Por no haber aparecido, y sin haber servido de pretexto su indisposición muy a pesar de su cargo, Sénofe había perdido la potestad que su posición le habría proporcionado para anular esa opción. Por ello no tuvo más remedio que apretar los dientes y permitirlo. De hecho, según le hubo informado Karto por lo bajo antes de entrar en la sala, se tomó tal decisión aprovechando su ausencia. Se hizo a prisa y corriendo ya que fue una idea repentina de uno de los Ancianos del Consejo. La veracidad de aquello al Remediable no le parecía para nada descabellada, pues era más que consciente de qué integrantes de la Orden eran detractores de su persona y ansiaban relegarle.
Por lo que pudo escuchar, se había informado a todas las familias de la necesidad de su participación en las urnas ya que el aceptar al Reino de Sustra como su futuro gestor y responsable en todo era un tema muy importante. Y la
Orden no quería convertirse en plena responsable de la elección que resultase ganadora.
–Nosotros estamos aquí para afrontar este tipo de decisiones y cualquier otra relacionada con la ciudad, por muy difícil que pueda resultar.
Las palabras de Sénofe se las llevó el viento pues nadie, excepto Karto, secundaba su comentario, y su apoyo no era el más influyente. Pero el Segundo no se calló.
–¡Oh, por Felios! –exclamó a sabiendas de que, si hacían caso omiso a lo que dijo el Remediable, aun menos tendrían en cuenta lo que él pretendiera aportar–. Todos somos conscientes de lo que en realidad va a significar entregar la ciudad. Todos sabemos que nada bueno saldrá de esto.
Ni siquiera levantaban la vista. Hacían oídos sordos ante la inquietante afirmación del Segundo, probablemente, vista la expresión de más de uno, aun sabiendo que el ordenado tenía razón.
–Supongo que no hay nada que hacer, Karto –intervino con ojos cansados Sénofe. Se levantó y echó un vistazo general–. La votación se celebrará, pues la opinión es mayoritaria. Pero todos sabemos cuál será el resultado. El pueblo solo quiere protección, porque está convencido de que llegará el momento en que volverán a atacarnos y que en tal caso acabarán con todo. Pero ellos no conocen los hechos, ni tampoco las consecuencias, como nosotros las conocemos. Si se hace, al menos que sea tras haberles informado de cada cuestión y su posible relación con la Profecía, sin ocultarles nada. Y que entonces decidan.
Está vez todos querían hablar. Se oían continuos murmullos, todos ellos quejas y reclamos al Primero. Algunos de esos comentarios incluso se dirigían como críticas directas hacia él. Pero fue Neito, uno de los más veteranos en la Orden y de importante puesto, al que se oyó con clara notoriedad.
–Ya que estamos hablando de democratizar las cosas, empecemos aquí – arguyó con despotismo–. El populacho nos tiene para evitarse disgustos y miedos que escapen a su entendimiento. Están alejados de la Profecía y de todos los aspectos que se salen de la sociedad –miró a un lado y a otro de la enorme mesa y comprobó que la mayoría asentían ante lo que estaba diciendo, por lo que conforme, continuó–. Los ciudadanos no están preparados para afrontar toda la verdad. Voto por no informarles y comenzar con los preparativos de las elecciones sin más.
Fue tajante. Lo dijo elevando una mano al aire como el que proclama libertad mientras miraba fijamente a Sénofe, mostrando gran desafío y prepotencia en sus oscuros orbes. El Remediable le devolvió la mirada, pero cuando notó a su alrededor el apoyo que le brindaban a aquel hombre los demás ordenados, la decepción le invadió y apartó la vista, viéndose derrotado. Ya no había nada que hacer, sin entender cómo y por qué, fue consciente de que en esos últimos meses Neito había aprovechado para inducir a los integrantes de la Orden en un rechazo claro hacia él.
No tardó en salir del Templo y Karto le imitó, sintiéndose ambos impotentes ante lo que en esa asfixiante habitación acababa de suceder. Veían que la situación se les escapaba de las manos y que no podrían hacer nada para remediarlo. Las cosas se desmoronaban y nadie, excepto ellos dos, parecía ser capaz de ver con claridad. Se cernía sobre su preciosa ciudad una dictadura y eso les aterraba, pero parecía que eran los únicos que veían –o querían ver– la triste y cruda realidad.
–Esto es el fin amigo mío. La inconsciencia se ha apoderado de nuestros Hermanos, otra explicación no hallo.
–Pero debe haber algo que aún podamos hacer, Señor.
–Llegados a este punto tan solo nos queda confiar en la correcta elección del pueblo en las urnas –el Remediable hizo una pausa para asimilar sus propias palabras–. Pero me temo que es una esperanza vana, todos sabemos lo que elegirá la mayoría.
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Editado: 10.10.2024