Todos los allí presentes habían observado en silencio, sin mover un solo músculo y conteniendo la respiración. No hicieron nada que pudiera interferir en lo más ínfimo en el estado de catarsis en que el muchacho se encontraba.
Fueron varios minutos los que el joven permaneció arrodillado con una expresión abstraída. Algo le envolvía, como una transparente y palpitante bruma. A pesar del casi inexistente aire que corría fuera de las rocosas paredes de la cueva, aquella neblina enfriaba el lugar haciendo descender la temperatura varios grados. Cuando todo acabó y la calima se hubo disipado, el joven cayó de bruces sobre la tierra, estático. Naga fue la primera que sin perder tiempo se aproximó corriendo hacia él. Le volteó y pudo apreciar finas líneas acuosas surcando sus mejillas, prueba fehaciente de que había llorado. Entonces el cuerpo del chico comenzó a convulsionar con violencia, como si le estuviera dando un fuerte ataque. Se propinaba continuos golpes contra el suelo con cada sacudida. La joven sitió miedo ante aquella reacción y dejó que Dasten, que estaba frente ella y también arrodillado junto a su sobrino, se ocupara de examinarle. Éste le sujeto la cabeza y trató de inmovilizarle lo suficiente como para poder moverle. Una vez le sacaron fuera de la caverna consiguieron, ejerciendo cierta presión sobre sus brazos y piernas, amainar la intensidad de los temblores hasta lograr que parasen. Fueron varios los intentos en despertarle, pero resultaba inútil, mas no hubo mayor preocupación pues su respiración y su pulso se fueron estabilizando hasta quedar normalizados por completo.
–Parece que solo está dormido. Profundamente dormido –dijo el Director en un resoplo de tranquilidad y secando el sudor que le caía por la frente.
Visto que el joven no reaccionaba, decidieron cargar con él para llevarle al hostal en el que se hospedaban y así dejarle descansar allí. Tardaron un rato en llegar pues el camino era algo dificultoso, repleto de pequeñas subidas y bajadas en las que en más de una ocasión Kyo estuvo a punto de caer de la espalda de Liveo, pero ni con esas el joven dio señales de inmutarse más allá de lanzar un par de gruñidos inconscientes. Si para llegar a la cueva tardaron aproximadamente una hora, el regreso al hostal se hizo más pesado y largo. Cuando al fin llegaron, entraron en la habitación que por la mañana fue asignada al chico y lo tumbaron en la cama. Lo más probable era que su letargo se debiera a la increíble pérdida de chacra que sufrió, pero su abatimiento se tranquilizó gracias al pulso acompasado que dictaban sus muñecas y la expresión de su rostro de hallarse en un placentero sueño.
–¿Crees que cuando despierte estará bien? –preguntó Naga con preocupación.
–Seguro que sí, hija –le respondió el Director en un susurro y pasándole el brazo sobre los hombros, reconfortándola–. No debes preocuparte más de la cuenta, seguro que mañana despertará como nuevo y tan enérgico como siempre.
El hombre se dirigió hasta la puerta de la habitación y se volvió entonces hacia la chica, que aún permanecía junto a su amigo.
–Tú también deberías descansar. Ha sido un día muy largo.
Ella lo miró, pensativa, viró sus ojos de nuevo hacia Kyo y se sentó a los pies de su cama. –No, me quedo aquí… No quiero que cuando despierte se vea solo.
El Director no dijo nada, pero la mirada que le dirigió habló por él. Le hizo un gesto de despedida desde la entrada y con amplia sonrisa salió de la estancia, dejándolos a ambos en el silencio de la penumbra en que se encontraban.
–Es lo que más feliz le hará después de este trance –dijo en voz baja mientras atravesaba el pasillo camino a su alcoba.
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Kyo despertó antes de que el sol saliera sintiéndose algo mareado y, sobre todo, bastante confuso. Cuando abrió los ojos no reconoció el lugar en el que estaba ni la cama que le guarecía. Tardó unos instantes en ubicarse y recordó poco a poco lo que había ocurrido horas atrás. Al poner sus recuerdos en orden le había parecido un sueño, pero sabía que no lo era, sabía que todo lo que le venía a la cabeza había sido tan real como él mismo. Rememoró, con cierta torpeza, lo visto y oído, evocando sin remedio la dulce expresión y límpida voz de su madre. Sin poder evitarlo se le escapó un profundo suspiro cargado de emoción y tristeza. Al relajarse un poco y apartar de su mente ese pesado sentimiento se percató de que había un bulto junto a él. Cuando sus ojos se acostumbraron algo más a la oscuridad que envolvía la habitación se fijó mejor en eso que había a su lado. Le sorprendió gratamente comprobar que se trataba de Naga. La muchacha estaba acurrucaba a su lado y le agarraba fuertemente de la mano. Él corazón le dio un vuelco y las pulsaciones se le aceleraron. Pensó, de manera instintiva, en soltarle la mano y darle la espalda, pero no quería reaccionar así y por consiguiente despertarla de manera tan abrupta. Se tranquilizó y recordó aquel momento en el barco, donde se descubrieron en una situación similar y el error que cometió él al salir corriendo, dejándola atrás. No, esta vez no quería reaccionar igual.
Pensó en acercarse un poco más a la muchacha, tanto que llegaba a notar su leve y acompasada respiración. Se volvió hacia ella y la miró, como si no hubiera nada más que pudiera captar su atención en ese momento. Nunca la había visto con un gesto tan inerme y sosegado y sonrió para sus adentros. Sintió que la tentación se apoderaba de él, se acercó un poco más y casi llegó a besarla cuando, sin más, la razón volvió a aflorar y le hizo alejarse en un apremiante movimiento. Decidió quedarse quieto, mirándola. Volvió a recostarse a medida que el sueño de nuevo se apoderaba de él, quedando tumbado frente a Naga, sin apartar los ojos de ella y sin soltar su mano.
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Editado: 10.10.2024