No hacía ni un día que Sénofe estaba encarcelado cuando ya la ciudad, y quizá el país entero, se habría enterado de que iba a ser ajusticiado. Todavía no había sido desvelada la razón del encierro, pero faltó tiempo para que gran cantidad de rumores, a cuál más descabellado, corrieran como la pólvora por cada rincón. Pero ninguno se acercaba, ni por asomo, al verdadero motivo.
El Remediable, desde la obscura y fría celda en que se encontraba, era consciente del inminente futuro que se cernía sobre él. No podría escapar de aquello, estaba seguro. Fue dueño y por completo consciente de sus actos en le pasado, aun sabiendo lo que podrían suponer para él y para Xusa. Y continuaba siéndolo en ese preciso momento. Nunca huiría de su responsabilidad, no quería hacerlo. En el fondo no se arrepentía de las decisiones que tomó entonces. Gracias a ello vivió los momentos más felices y la mejor experiencia que una persona podría jamás experimentar: tener un hijo junto a la persona a la que de corazón amó, sabiéndose correspondido. Para él todo había acabado, no existía esperanza. Pero Maya, su pequeña, no podía ser culpada por algo de lo que no era responsable. Debía asegurarle la supervivencia, un sino diferente al de estar marcada y repudiada de por vida tan solo por su origen. Y para ello no podía seguir en aquellas tierras. Pero desde el lugar en que lo tenían recluido, ¿de qué forma podría él proteger a su inocente hija?
No era consciente de las horas que llevaba dando vueltas a su cabeza pues la luz del sol, si en ese momento bañaba el cielo del que le habían privado, en aquel inhóspito zulo no hacía acto de presencia ni con el más tímido de sus rayos. El hasta entonces respetado y muy querido Remediable, figura principal de la Orden del Sur, se hallaba ahora sentado en un sombrío rincón esperando dar con alguna posibilidad de salvación. Fue entre sus cavilaciones cuando el grueso portón se abrió, dejando paso a la única persona que en esos momentos le podía resultar reconfortante. Su Segundo, su amigo. Karto.
Nunca experimentó tal felicidad al verle frente a él como entonces, su melancólica sonrisa y triste mirada cargada de fe le delataban. Se levantó con impaciencia para acercarse al hombre, pero se paró en seco cuando se vio cara a cara frente a él.
Porque su expresión no era la de siempre.
No parecía el Karto que sin dudar le secundaba y apoyaba en todo. No había un atisbo de esperanza o compasión en sus ojos, sino que le miraba con un recelo tal que le heló la sangre. Y entendió qué pasaba por la mente de su, hasta entonces, confiable y leal compañero. –Karto, hermano… –dijo cohibido.
–Me he querido negar a creer las acusaciones de Neito, pero dadas las pruebas que han aportado ya me siento incapaz de defender su inocencia.
La firmeza de lo dicho parecía contrarrestar con una voz que se apreciaba algo suplicante.
–Vengo a escuchar la verdad de vuestra boca, a pesar de que sé que ya conozco la respuesta.
Karto no añadió más. Esperó a que su Maestro le contestara con sinceridad. Aunque en el fondo, a pesar de saber que no ocurriría, deseaba que le mintiera para poder seguir defendiéndolo, tan solo, porque quería creer en su palabra. Pero él no le mentiría, ya no.
El Remediable sentía mucho miedo en aquel momento. Miedo de quedarse solo por completo pues sabía que, en cuanto aceptara su culpabilidad ante su Segundo, sería eso lo que ocurriría. Hesitó por un momento; un momento que a su compañero se le antojó eterno. Parecía que la saliva se le atoraba pastosa e la garganta como nunca antes. Mas se armó de valor y al fin se atrevió a hablar.
–Lamento que te hayas enterado de esta manera. De todo corazón, lo siento.
Él, Karto, estaba preparado para escuchar aquellas palabras, o al menos eso creyó cuando se decidió a visitarle. Pero acababa de descubrir que se equivocaba, que no lo estaba. Que no podría aceptarlo.
El hombre al que siempre tanto hubo admirado había roto uno de los mayores tabúes de la Orden Sagrada y el Arcano. No solo él, también ella. Cómo su Sacerdotisa pudo acceder y ceder a tales bajos instintos. Ninguno de los dos merecía el cargo que habían ocupado. Eran unos traidores a las Leyes y a todos los que habían depositado su confianza y admiración en ellos. En su interior Karto comenzó a experimentar una mezcla de gran decepción y frustración. Se sentía por completo engañado, ninguneado y traicionado. Aquel que desde su comienzo como joven Ordenado se había convertido en su gran ejemplo, su hermano mayor, le había ocultado algo tan grave como aquello. Y no era solo el hecho de lo ocurrido, que por supuesto le hacía enervarse, sino el que su más cercano amigo, su persona más apreciada, no había sido capaz de compartir con él sus inquietudes y sentimientos. Él no le habría juzgado, todo lo contrario, le habría ayudado. Lo habría incluso ocultado ante todos los demás de haberlo sabido. Nunca habría querido perjudicarle. Pero algo así, con el cargo que uno y otro habían llegado a ocupar en la actualidad, ya resultaba imperdonable.
La figura estable y de pleno respeto que era Sénofe, había caído, y ya jamás podría levantarse.
–Karto, por favor, permíteme explicarte…
Se sentía tan aterrado que la voz le temblaba al dirigirse implorante a su viejo amigo. Se dejó caer sobre la helada piedra que era el suelo, arrodillándose frente a él.
Ver esa imagen del Remediable, suplicando su atención y comprensión, le hizo enfadarse aún más. Cómo alguien de su nivel podía quebrarse de tal manera sin tratar de guardar las apariencias. Era vergonzoso ver tal espectáculo. Dónde estaba el temple que siempre le había caracterizado. Cada gesto, cada palabra que le dedicaba le hacía incrementar su enfado.
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Editado: 10.10.2024