Hacía poco más de una semana desde que Kyo se hubo marchado, aunque para ella ese transcurso de tiempo se asemejaba más a una eternidad que a un puñado de amaneceres. Los días parecían no tener fin, como si el sol decidiera quedarse parado en un punto fijo en el cielo y se negara a moverse de ahí en el intervalo natural establecido. Pasaba las horas muertas tendida sobre la cama o andando de arriba para abajo sin rumbo marcado, esperando a que la noche llegara y el sueño se apoderara de ella. Aunque sabía que al día siguiente todo el proceso se repetiría, y al que le seguía también.
Se sentía completamente sola. Daba igual lo que Liveo y Rigano requiriesen de su compañía o ayuda. Lo que la reclamasen para que desayunara, comiera o pasara tiempo con ellos para hacerle esa soledad menos pesada. Lo cierto era que no importaba cuánta gente hubiera a su alrededor o cuántas cosas tuviera —o mejor dicho— se impusiera hacer, porque ella notaba su ausencia; y nada ni nadie podía llenar ese vacío. Lo único que amainaba temporalmente ese sentimiento era cuando escuchaba, a cada rato, la melodía de la caja de música que le había dejado como único recuerdo tras su marcha. La había oído ya tantísimas veces que estaba segura de que sería capaz de reproducir tarareando nota por nota sin cometer ni un solo fallo.
–¿Por dónde andas, Kyo? –preguntaba a media voz en un profundo suspiro cada vez que pensaba en ello–. ¿Escribirás cuando llegues a dónde quiera que pretendas llegar?
Y claro, nunca obtenía respuesta, lo que le hacía entristecerse un poco más.
Otra cosa que le resultaba muy extraña, cuando pensaba en ello, era el hecho de no haber tenido noticias tampoco de Dasten en tanto tiempo. El mismo día en que Kyo se fue el mesonero se dispuso a enviarle un mensaje con una de las palomas mensajeras de la torre y, haciendo cuentas, lo normal hubiera sido haber recibido ya alguna respuesta. Respecto a esto también, tanto Liveo como Rigano, consideraban que el silencio del Director era bastante raro. Aunque trataban de no mostrar su preocupación, sobre todo ante ella, sentían cierta intranquilidad en cuanto al porqué de la falta de noticias. Era un tema más que importante como para que Dasten no se hubiera pronunciado de ninguna manera.
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Naga y Liveo estaban en el despacho donde cada día se reunían para seguir con sus investigaciones acerca de la Profecía, a lo que habían añadido la intención de planear la forma de dar con Kyo y traerle de vuelta a Hernai.
Olvidaron lo que estaban haciendo cuando Rigano, acompañado de un joven por completo desconocido para ambos, irrumpían impetuoso en la sala.
–Ya tenemos al cuarto Guardián –dijo sin más el Maestro en Ocultismo.
Ambos dejaron a un lado sendos libros que sostenían para centrar su atención en el hechicero, sin estar seguros de haber escuchado bien o, al menos, cerciorarse de que aquella frase no había sido producto de su imaginación.
–¿Disculpa? –inquirió Liveo, desorientado.
–Este es Hogan –respondió Rigano señalando al muchacho que tenía a su lado–. Fue encerrado por orden de la Sacerdotisa Yuel-Nia como una amenaza para Evolisse y para ella misma. Pero ha logrado escapar y ha venido aquí en busca de ayuda.
La inesperada y súbita respuesta les hizo incentivar su ya más que confusa expresión, haciéndoles callar para asimilar aquella repentina y sorpresiva explicación la cual, ante su razonamiento, no tenía demasiado sentido.
Si observaban bien al chico era cierto que presentaba un aspecto bastante exótico, muy similar tanto en rasgos físicos como en vestimenta al de Ren. Por lo que no tenía sentido poner en duda que su origen era el mismo. Y por otra parte la suciedad y destrozo de sus rasgadas y descuidadas ropas dejaba patente que llevaría mucho tiempo viajando y no, precisamente, de manera confortable. Cosa que podría traducirse al hecho de que, en efecto, fuera un fugitivo.
Y todo ello sumado a las ojeras y frágil semblante de su rostro, que mostraba verdadero cansancio y desnutrición, hizo reaccionar a Liveo haciéndole levantarse del sillón que ocupaba para, con premura, dirigirse a él.
–Siéntate hijo, pareces agotado.
El joven, con cierta timidez, asintió y se dejó caer sobre la mullida butaca hacia la que el hombre le guio. Justo la misma en el que él mismo había estado sentado hacía escasos segundos.
–Muchas gracias –sonrió el recién llegado con decadente y atenuada voz.
Liveo le devolvió el gesto afable y viró entonces hacia el Maestro en Ocultismo, que se disponía a acomodarse en una silla próxima a la que ocupaba Naga.
–Rigano, todo esto me resulta desconcertante. ¿De dónde sacas que esta criatura es el Guardián que falta?
–Disculpad que os lo haya soltado tan impetuosamente. Entiendo vuestra perplejidad, pues en cuanto me encontré con él hace un rato mi reacción fue exacta –dijo, ya de forma más calmada–. Sé que es el último Elegido no porque él me lo haya asegurado, creedme, sino por lo que me ha mostrado.
–Te pido que seas más claro, amigo mío. Es todo muy ambiguo.
–Por supuesto –se dispuso a explicar–. Al parecer, cuando logró escapar, se hizo con algo que solo un Elegido o alguien de poderes sagrados puede tocar con sus propias manos y sobrevivir para contarlo.
Aquello de nuevo hizo que el estudioso frunciera el cejo con extrañeza.
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Editado: 10.10.2024