El encuentro con Aria, la Sacerdotisa del Norte, resultó mucho más fructífera de lo que cualquiera hubiera podido llegar a predecir de antemano, pues fue casi al instante la mujer reconoció a Kyo como uno de los Guardianes de la Profecía. Pero hubo algo más, algo que a ninguno se le habría pasado por la cabeza ni por un instante y que fue una increíble, inconcebible, aunque muy grata sorpresa.
Según la mujer no solo estaba él, sino que eran dos los Elegidos que se encontraban en aquella habitación; y fue a Doralia a quien señaló como tal.
Jamás lo habría pensado. ¿Ella misma un Guardián? ¿Cómo era posible? Quiso pensar que se trataba de una broma, o un simple malentendido. Mas Aria no tenía el aspecto de ser una persona con un sentido del humor demasiado desarrollado. Igual, simplemente, era falso el hecho de que una Sacerdotisa tuviera el poder de reconocer a través de su chacra, la energía perteneciente a un Elegido; pero entonces eso rompería con todos los esquemas establecidos, pues si Kyo y Naga lo eran, fue porque de entrada la Señora del Este los consideró como tal. Aunque por todo lo que Kyo le había contado al respecto durante su largo viaje, la duda quedaba por completo descartada. Por otra parte, ella había sido espectadora del extraño y enérgico poder que emanaba del joven. Fue eso, en parte, lo que le hizo sentir que debía acercarse a él. Como si irradiara una atracción que la atrapaba, y eso no le había pasado jamás con nadie. Y todo aquello sin contar con ese otro gran secreto que guardaba: el de su origen, que le convertía en un semidiós. En su interior, sin necesidad de más demostraciones, Doralia sabía que él lo era, que era un Guardián; pero, ¿ella? –No me lo puedo creer… –repetía sin cesar.
–Desde que te has enterado no dices otra cosa –comentó con guasa Kyo.
–¡Es que no puede ser verdad!
–Ella lo ha dicho, así que lo es.
–¿Cómo puedes verlo con tanta naturalidad?
–Supongo que porque es algo que me ha acompañado toda mi vida –dijo el chico sin prestar mucha atención–. Aunque me imagino que para ti ha debido ser una noticia bastante… no sé, fuerte.
–¿Fuerte? Ese es un adjetivo muy suave para esto…
–Pero es genial, ¿no te parece? –expresó con alegría él–. Ahora ya podremos reunirnos los cuatro Guardianes y acabar con Evolisse.
–Dudo que solo por estar todos, la cosa sea tan fácil, Kyo…
–Claro que no –le cortó él–, pero es lo que necesitábamos para tener opciones claras y esperanza de victoria. Además, ahora que seremos dos los Elegidos que lucharemos en nombre de Vilar, la balanza se pone a nuestro favor, ¿no? Pero, ¿y si se unieran Naga y Maya, así como todos los que quisieran aportar algo a la causa? Las oportunidades de acabar con esa maldita mujer se incrementarían en un porcentaje muy alto; y estoy seguro de que nos sorprendería la cantidad de gente que decidiría tomar partida a nuestro lado.
–Estás yendo muy lejos, ¿no te parece?
El inconmensurable positivismo del chico empezaba a antojársele como algo más fantasioso que realista. Estaba hablando de cosas muy complicadas y complejas con una ligereza que le resultaba pasmosa. Una cosa era ver el vaso medio lleno, que ella misma era siempre la primera en hacerlo, pero otra cosa era perder la conexión con lo que era real; y él hablaba como si de veras la hubiera obviado.
–Kyo, es una guerra. Una en la que morirán muchísimas personas. Incluso podríamos morir nosotros muy a pesar de ser Guardianes.
–Eso ya lo sé –espetó con seriedad–. Sé perfectamente de lo que estamos hablando y a lo que nos enfrentamos. Pero menos posibilidades habría, por no decir ninguna, si ni tú ni yo estuviéramos aquí. Y es que aún tendríamos muchas más opciones si todos los Guardianes estuviéramos juntos, aquí, para luchar codo con codo –hablaba con mesura y con una confianza tan rotunda que embelesaron a Doralia–. Todos sabemos que esa asquerosa Bruja está detrás de esta batalla, no es algo fortuito a elección sólo de Sustra. Enfrentarse a ese reino es enfrentarse a Evolisse, y no de la forma tan indirecta que de entrada pudiera parecer. A ella sólo le podemos hacer frente nosotros, nadie más.
Y era verdad. Su argumento era firme y, aunque quizá demasiado idealista, no había hecho más que decir lo que todos pensaban. Algo que estaba más cerca de ser cierto que de no serlo, así que tampoco tenía mucho para rebatir sus palabras.
–En eso tienes razón, pero…
–Lo que no podemos es seguir esperando a que ella decida acabar con nosotros –se sentó entonces a su lado, suavizando su tono hasta el punto que parecía que estuvieran hablando de temas más íntimos–. A que siga decidiendo y rigiendo nuestras vidas, obligándonos a escondernos y a temerle. A todos les encanta decir que hay tiempo, pero no es así. Sabemos que no lo hay. Ella está aquí, lo está manejando todo desde las sombras. Ya es hora de que se haga algo, y lo tenemos que hacer nosotros, los Guardianes. Es nuestra obligación y nuestro destino.
Escuchaba con atención las palabras de su amigo, comprendiendo lo que decía y asimilándolo como la verdad que era.
No estaba acostumbrada a que le hablara con esa consistencia y menos con tanta serenidad. Eso le había llamado en especial la atención; y le gustó su actitud, haciéndole ver que quizá no era tan crío como había intentado, insistentemente, obligarse a creer.
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Editado: 10.10.2024