Capítulo 38
Al día siguiente
Aurora Flecher
Agradecí lo caliente del café, el aire matutino y suspiré al ver el sol.
Mi hijo jugaba tranquilamente con una pelota a unos metros de mí, y después de lo de anoche, con todo lo que escuché, estoy sumamente feliz de poder observarlo, y tenerlo junto a mí, pero si tengo que tomar medidas para mantenerlo a salvo lo haré, aunque eso implique alejarlo de mis brazos. Las palabras que se dijeron en la oficina me han dejado completamente intranquila, no quiero que nadie lo toque o le haga daño.
—¿Qué tal la mañana? — preguntó Laila.
—Bella — dije con una sonrisa en los labios — El sol volvió a salir — miré el cielo. Cuando me desperté el cielo estaba gris, ahora está claro y muy hermoso. —Por cierto — fruncí el ceño — ¿Dónde estabas? Te estuve buscando anoche. — me quedé mirándola.
—Estuve reflexionando sobre algunas cosas — dijo seria —¿Sabes? — dejé de mirarla para llevar mis ojos hasta donde estaba mi hijo — Hace como dos años fui a visitar una vieja amiga, y me entregó esto para ti — puso un sobre blanco en la mesa.
—¿Para mí? — fruncí el ceño.
—Sí — afirmó.
—¿Qué amiga? — dejé la taza de café y tomé el sobre.
—La nana de Sanya Acevedo — respondió.
La confusión reinaba en mi interior.
Abrí el sobre, y junté las cejas al ver una hoja doblada, le puse las manos, y la miré por unos segundos, hasta que la desdoblé, y me sorprendí al ver un montón de letras.
Volví a fruncir el ceño, y con la curiosidad a tope, comencé a leer.
Después de todo lo que sucedió, no tengo la valentía para presentarme frente a ti, y decirte todo lo que tengo atorado entre la garganta y el pecho. En muchas ocasiones con decir perdón es más que suficiente, pero incluso yo, tengo claro que esta no es una de esas ocasiones, por lo que intentaré arreglar un poco lo que he causado.
Aquella noche cuando nos viste a Alexander y a mí en el bar, sí fuimos a una habitación, pero nunca ocurrió nada que pudiera manchar tu reciente matrimonio. Estuvimos ahí porque él necesitaba a alguien que escuchara sus sentimientos hacia ti. Hubo un momento donde mi corazón se cerró al igual que mis oídos, no quise escuchar más, y lo rasguñé. Discutimos, él me dejó muy clara las cosas, pero supongo que cuando el corazón no tiene como aliada a la mente, suceden cosas imperdonables.
Meses después, volvimos a hablar, y en medio de vasos con alcohol, él me confesó que sentía que había traicionado tu amor, por el hecho, de entrar a esa habitación y confesarme sus sentimientos hacia ti, cuando debió hablar contigo sobre ellos. Él pensaba que lo que sentía sería pasajero, y yo también lo pensé, pero al pasar los días cambié de parecer.
A. W no te traicionó, y te digo, sin miedo a equivocarme, que nunca lo hará. Cuando los hombres como él, entregan su corazón, es para siempre, y él te entregó su corazón cuando se vieron aquella noche en la fiesta de tu padre.
En verdad espero que algún día tu hijo y tú puedan perdonarme, y si no, yo lo entenderé.
Sanya Acevedo.
El corazón me palpitaba como si hubiese estado en algún maratón y mi mente estaba tan desordenada como la habitación de un adolescente que aplaza las limpiezas. Miré a mi alrededor y de la nada, empecé a escuchar la voz de Alexander.
—Te traicioné porque pensé que lo que sentía sería algo pasajero, que sería algún capricho y lo estaba malinterpretando. Pensé que Sanya me haría olvidarlo. Pero me equivoqué, con el pasar de los días, empecé a verte de otra maldita forma y eso me preocupaba, porque te mantenía presente incluso en los lugares menos inesperados.
Con el "te traicioné" él no se estaba refiriendo a que había estado con ella, sino a que...
Alcé la vista, encontrándome con Laila, recordando lo que me dijo la noche que la conocí:
—Hay muchas cosas que no sabes, hija.
—Cuéntemelas, entonces. — dije.
—Es que no tendría sentido. — me mostró sus dientes — Alexander y tú deberán arreglar sus cosas, y el momento para que lo hagan llegará.
Ella lo sabía.
—¿Usted sabía de esto? — inquirí.
Sonrió — Sí — afirmó.
—Por eso me dijo lo de... — no me dejó completar la oración.
Asintió — Ese capítulo tienen que cerrarlo — tomó una taza — Para que puedan despertar de este espantoso sueño — dijo para luego irse.
Sonreí un poco, y solté el papel.
Todo este tiempo he estado culpándolo por algo que realmente nunca sucedió.
Me levanté de la silla, cogí la hoja y fui para la cocina, donde me encontré con Laila.
—Esa carta la dejó Sanya antes de fallecer, unos meses antes — dijo mientras movía unas cucharas.
—Esto... — me quedé en el aire.
—¿Cambia muchas cosas? — su interrogante hizo que mis latidos se aceleraran.
—No lo sé — me sinceré.
No lo sé, porque está:
Mi hijo.
Mi relación con Harris.
Y luego...
Él.
—¿Por qué él no me lo dijo? — pregunté.
—Pregúntaselo a él — respondió Layla.
—Ye lo estoy preguntando a ti — me mordí el labio.
—Él te lo iba a decir, pero comenzaron a suceder cosas.
—¿Qué me lo iba decir? Al parecer era más importante llevarme a una tienda para que le explotara la tarjeta comprando cosas innecesarias —la rabia me carcomía la sangre.
—Él te llevó a esa tienda porque en el hotel estaban los hombres de Nikolay Volkova — me quedé mirándola atentamente — Nikolay les venía siguiendo la pista desde Nueva York, solo que en ese momento él no tenía todas las piezas del ajedrez para poder jugar de forma correcta. Por lo que, él mismo te sacó del hotel, para que no tuvieras que presenciar y escuchar conversaciones desagradables — me llevé las manos al rostro.