La sombra sobre las flores

Capítulo 47

El viernes por la tarde me tocó compartir el turno con Simón. Varias veces me dio la sensación de que quería hablarme. Se acercaba, revisaba algo sin ninguna finalidad y se rendía para volver a sus tareas o para atender clientes. La cuarta vez fue más alevoso. Se puso a revolver los snacks en el laberinto de cintas como si controlara que estuvieran todos en su lugar, con cara de confundido. Lo observé atento y él sintió mi mirada. Siguió revolviendo paquetes de caramelos y tomó uno para leer la letra pequeña. O estaba por soltarme una tontería o me pediría un favor que no se animaba a formular.

De pronto algo llamó su atención en la calle y automáticamente volteé a ver. Había una persona apoyada en el vidrio mirando hacia dentro. Con asombro, reconocí al chico del McDonald's. Buscaba algo con la mirada y, cuando nos vio observándolo, se apartó.

—¿Otra vez? —escuché murmurar a Simón para mi sorpresa.

Vigiló al chico con desconfianza mientras se alejaba. Lo imité, preocupado por la aparición, sacando conclusiones terribles sobre la frase de mi compañero.

—¿De qué hablas? —pregunté cuando se perdió de vista.

—Yo no hablé.

—Sí. Dijiste "otra vez".

Levantó los hombros sin darle importancia.

—¿Qué quiere decir? ¿Por qué otra vez?

Simón acomodó el paquete de caramelos.

—Viene y mira desde la calle.

—¿Solo mira?

Él se dio cuenta de la intención de mi pregunta, de mi sospecha.

—Una vez golpeó el vidrio.

Incómodo, no desarrolló más.

—¿Golpeó el vidrio?

Se hizo el fastidiado con mi interrogatorio pero su actitud, un poco actuada, lo delataba. Él adivinaba, como yo, el objetivo de ese acecho.

—Pregúntale a Valentín, él estaba y debe saber por qué viene a molestar. De seguro es un cliente al que trató mal.

Me dio la espalda y salió del laberinto de cintas para marcar el fin de la conversación.

Quedé angustiado por recibir la información de esas visitas por parte de Simón, que de casualidad me la compartía. Si sucedía algo malo, Valentín no me lo estaba contando.

***

Después del trabajo, busqué un teléfono público para llamar a la casa de Valentín y corroborar si estaba solo o si su padre había obtenido el alta.

En la llamada su voz sonaba apagada, ese día tampoco hubo progreso en el hospital. Caminé triste pensando en todo lo que no me decía. Desde lo que sentía hasta la aparición del loco del McDonald's. Y estaba seguro que había más cosas que no compartía conmigo. Me sentí mal y en falta, responsable por su decisión de reservarse los hechos de acoso que sufría. Culpé a mi carácter suave que podía ser un defecto a ojos de Valentín, el resultado de una vida cómoda que no conocía las dificultades que él experimentaba día a día.

Abrí el portón con confianza, como me había indicado, y lo vi sentado en el umbral de la puerta. El patio estaba a oscuras y la única luz venía de la casa. Me observó mientras me acercaba, con una mezcla de alivio y amargura. Me senté a su lado en el piso.

—¿Cómo estás?

Mi pregunta hizo que suspirara.

—Bien. Estaba un poco aburrido y quise esperarte aquí.

Abrazó sus piernas y apoyó su cabeza en las rodillas mirándome. De todo lo que dijo, solo creí en la parte de que me esperaba. Me incliné sobre él y besé la comisura de sus labios. Olía a jabón. Lo rodeé con mis brazos con cuidado y cariño.

—Te extrañé mucho. Solo pienso en ti todo el día y cuento los segundos para verte. Quisiera vivir en tu sombra para estar contigo en todo momento.

—¿En mi sombra? —repitió más relajado.

—En tu sombra y en tus sueños, así también puedo verte mientras dormimos.

Me aparté para ver su rostro, mis palabras se ganaron una pequeña sonrisa.

—¿Qué más?

Acaricié su cabello, embelesado con la sensación que me provocaba ver a la persona que quería anhelando recibir mi afecto y mi lealtad.

—Cuando estoy lejos de ti, en mi cabeza, siempre te estoy abrazando, besando y repitiéndote que te quiero. Sueño despierto con decirte todas las mañanas que eres hermoso y todas las noches lo feliz que soy por tenerte en mi vida.

—¿Qué más?

Dudé un segundo pero no podía callármelo.

—Quiero que me cuentes cuando algo malo sucede para no dejarte solo en la tristeza —dije apenado.

La pequeña sonrisa desapareció y Valentín miró hacia el patio. La oscuridad estaba llena de ruidos de sapos y grillos, y en el césped, que necesitaba ser cortado, se posaban algunas luciérnagas. Se quedó contemplando todo eso rumiando mi pedido.

—Es cierto que soy egoísta contigo. No te cuento nada pero te arrastro de un lado al otro con mis problemas.

—No es así. Me expresé mal. Solamente me gustaría que me contaras cuando algo te preocupa, que no te lo guardes.

Estuvo un momento reflexionando sobre mi planteo.

—Puedo contarte las cosas que estaba pensando mientras te esperaba, porque si vamos a estar juntos toda la vida, tienes que saber todo de mí, hasta lo que no me gusta. —Se demoró un momento en continuar—. Una vez te dije que en la escuela me habían golpeado. Cuando eso sucedió, mi mamá quiso quejarse con los directivos pero mi padrastro le aconsejó que no lo hiciera. Dijo que esas cosas me quitarían lo afeminado y ella le hizo caso. Me sentí tan traicionado que vine a vivir con mi papá. —Bajó la mirada a sus zapatillas—. Él me recibió porque era como una victoria sobre mi mamá pero no me aceptaba. Pensé que si me quedaba a su lado y hacía buena letra, con el tiempo iba a aceptarme. No pasó. Luego quedó inválido y creí que cuidándolo nuestra relación cambiaría. Nada cambió. Me di cuenta muy tarde que mis padres no eran distintos a la gente que me ataca por como soy.

Se quedó un rato callado y tocó sus cordones, revisando que estuvieran bien anudados.

—Este mundo es una porquería —sentenció— y si lo pienso mucho, no vale la pena vivir en él. —Volteó hacia mí—. O eso era antes. Cuando empezaste a seguirme el mundo dejó de parecerme tan feo.



#18925 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 11.11.2024

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