La sombra sobre las flores

Capítulo 46

No salí de mi cuarto hasta la hora de irme al trabajo. Agustina me llevó fruta, preocupada porque no quería comer. Pero no era un acto, mi falta de apetito era real. Junté las cosas que mi hermana había rescatado: la lana, las agujas, la revista, la bufanda, los cuadraditos y otras fotos. Repartí todo entre mi mochila y una bolsa, las fotos estaban todas arrugadas, un par llegaron a ser rotas, pero las guardé de igual manera. Cuando acabé, inspeccioné mi cuarto con la mirada, buscando otra cosa que pudiera ser motivo de odio. No había nada. Ese lugar estaba armado para parecer común y corriente, desde siempre, cada detalle que pudiera delatarme desaparecía bajo mis propias manos. De pronto me sentí ajeno. Mi cuarto de toda la vida nada tenía que ver conmigo. Nada reflejaba lo que me hacía feliz o lo que me ponía triste. Ningún recuerdo se ocultaba en mis pertenencias, ningún significado, ningún momento relevante.

La lana y las fotos arrugadas parecían ser lo primero de valor en mi vida.

Salí al trabajo y Agustina me siguió, como un guardaespaldas, hasta la vereda para despedirme.

—No discutas con mamá sin motivo —pedí.

—Eres muy suave —me acusó ella.

Dudé pero decidí no responder. En realidad no quería que ella se involucrara en mis problemas, viviendo situaciones tensas que no merecía vivir. Pero no creía que ella fuera a entenderme.

Al voltear, miré de reojo la calle pero no encontré la camioneta de Aldo estacionada. Se había marchado a su casa o a un trabajo que lo esperaba en algún otro lugar.

***

Al entrar al videoclub, mi atención se dirigió al mostrador. Valentín observaba mi ingreso, mis pasos, mi postura un poco encorvada y mi expresión seria. Mi alma buscó refugio en él y él se percató de mi necesidad de su cariño. Sonreí y fui hasta el mostrador.

—Hola.

Seguía sin gustarle que le hablara con tanta confianza en los cambios de turno pero ese día optó por ignorar sus propias reglas.

—¿Qué llevas en esa bolsa? —preguntó con curiosidad, inclinándose sobre el mueble, sin importarle nuestra cercanía.

Sabía que Simón nos veía pero no podía pensar en él ni en los clientes.

—Lana —respondí con simpleza, en otro momento le contaría lo ocurrido.

Levantó los ojos y apoyó su cabeza en una de sus manos, regalándome un gesto coqueto.

—Voy a poder ver cómo tejes —dijo en voz baja.

Su deseo me llenó de ánimo y mi sonrisa se volvió más amplia y más real. Detrás mío un cliente formó fila, así que me aparté murmurando una disculpa y me dirigí al cuartito.

Simón estaba de brazos cruzados mirando, a propósito, hacia otro lado.

***

Las cosas que pasaron en mi casa con mi hermana, mi mamá y mi tío, me tuvieron distraído. No podía imaginar qué podría ocurrir y no sabía qué hacer. Me maravillaba Agustina pero no quería que cargara con mis problemas. Mi mamá me decepcionaba pero no esperaba otra cosa de ella. Aldo, por otro lado, me angustiaba.

—Jero —escuché a mi lado. Rafael estaba con cara de perro mirándome—. Hace dos horas que estás con esas películas.

Dos horas era una exageración pero sí me estaba tomando más tiempo de lo habitual para ingresar películas devueltas. El laberinto de cintas tenía una importante cantidad de gente y mi compañero quería comerme vivo.

—Perdón.

Dejé las películas y comencé a atender clientes.

Trabajamos sin intercambiar más palabras hasta el final de la jornada. A las diez, Rafael corrió a la puerta para ponerle llave y girar el cartel que anunciaba que el videoclub estaba cerrado. Las personas que quedaban en el local se apuraron a elegir una película y armaron lo que sería la última fila del día. Cuando quedamos solos mi compañero suspiró agotado y miró la hora. Veinte minutos pasadas las diez. Lo observé contar el dinero de la caja, él notó mi mirada.

—Hoy estás insoportable —comentó con calma sin dejar de contar los billetes que iba separando por denominación.

Sin darme cuenta, seguí mirándolo, inmutable, como si pudiera encontrar en él las respuestas que necesitaba. Su rechazo hacia Valentín y todo lo que se relacionara con él, representaba el odio sin sentido de todo el mundo.

—¿Te caigo mal por mi amistad con Valentín?

—Pensé que eso había quedado claro.

Guardó la recaudación en un sobre e, ignorándome, salió del sector de las cajas para apagar el televisor.

—¿También tengo que sacar la basura? —se quejó—. ¿No vas a hacer nada?

Junté la basura y ordené las bolsas desparramadas pero no escarmenté.

—¿Valentín te hizo algo para que lo odiaras?

—¿Estás buscando pelear? Estoy cansado y quiero irme a mi casa.

Se dirigió al cuartito y cuando volvió se paró frente a mí.

—No me gustan los maricas y no tienen por qué gustarme. Ya no me molestes con tu papelito de justiciero —amenazó con desgano.

Tomé aire pero mis preguntas perdieron sentido en mi cabeza.

—No quiero pelear —murmuré arrastrando un lamento en la voz.

Rafael hizo un gesto de fastidio antes de ir a la puerta. Fui a buscar mis cosas y ambos salimos del local.

Me sentí tonto por lo que había hecho. Rafael no charlaría civilizadamente para darme respuestas lógicas que explicaran su odio y el odio de todas las personas.

—¿Y tú? ¿Por qué eres su amigo?

Quedé sorprendido. Después de poner la bolsa de basura en la canasta, Rafael seguía allí. Su voz y su rostro transmitían indignación, sus preguntas eran un reclamo.

No supe qué responder, no tenía la libertad para decir la verdad o mentir en un ambiente que compartía con Valentín sin discutirlo con él primero. Titubeé incómodo.

—Podríamos llevarnos bien pero lo prefieres a él que al resto —acusó sin darme tiempo a pensar.

—Preferiría que todos nos lleváramos bien.



#4145 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 11.11.2024

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