Mantuve la mirada en el cielo por unos cuantos segundos, admiraba las figuras que se formaban en las nubes, que parecían de algodón. No sé si fue a causa de mi corta edad que fantaseaba de una manera tan infantil, puedo jurar que todas las imágenes eran alusivas al amor. Incliné un poco mi mirada y suspiré al verlo. Estábamos recostados sobre un mantel de cuadros que Manuel puso sobre la grama. La sombra de un viejo árbol nos cobijó, y entre las ramas se filtraron unos cuantos rayos de sol, dándole un brillo dorado a su cabello y tiñendo entre su espesa barba unos cuantos pelos rojizos.
Quedé perdida en sus labios al ver como se movían, mientras me recitaba un antiguo poema francés. Supe deleitarme con el profundo sonido de su voz, era tan varonil, tan amable, que sentí sus palabras viajar hasta lo más profundo de mi ser para acariciarme el alma y hacer que de la emoción de tenerlo a mi lado, mi corazón latiera apresurado. Me sentí en medio del más profundo y hermoso sueño del que no quise despertar jamás, acababa de conocer la felicidad y no quería que nada me la quitara.
Tenía la cabeza recostada sobre sus piernas y ocasionalmente, escuchaba el latir de su corazón, era apaciguado, me llenaba de calma. Me acerqué un poco más a su pecho para escuchar con más detalle su palpitar. Puse mis brazos a su alrededor para no dejar que se escapara. Sentí tanta conexión con él en ese momento.
Sobre el mantel de cuadros descansaba una botella de merlot que ya estaba a la mitad, sentí unas cosquillas en mis mejillas, lo que indicaba que el vino empezaba a cumplir con su efecto, era una sensación tan placentera Acompañando a la botella
una tabla de quesos y chocolate, y unos pequeños pastelillos que Manuel me llevó para endulzarme la tarde.
Manuel detuvo su declamación, dejó a un lado de él el viejo libro de poesía y tras cerrarlo me miró con detalle. De inmediato de mis labios brotó una sonrisa nerviosa y me ruboricé al sentir su profunda mirada sobre mí. Me acarició la mejilla con sus dedos, siguió con el cabello, produciéndome una sensación de somnolencia y placer, parecía como si consintiera un gato. Él sonrió al ver como yo me extasiaba con su caricia, unas pequeñas líneas delinearon sus mejillas.
Se levantó del mantel, llevándome con él con sutileza. Rodeó mi cintura con sus brazos y me llevó hasta una cercanía en la que pude sentir su fragante aliento de menta, me besó con tanta pasión y ligereza que la sentí como una combinación perfecta. No pude creer que estuviese viviendo una experiencia tan romántica a mis 21 años. Él era el hombre que esperé toda mi vida. Cerré mis ojos para gozar con sus besos y permitir que su energía de amor me rodeara por completo.
Mi amado detuvo los besos, alejó sus labios de los míos mientras yo esperaba que continuara besándome de esa manera tan apasionada. Sonreí, al recordar el dulce de su lengua.
―¡Qué hermosa sonrisa tienes, Sofía! ―dijo Manuel mirándome con encanto, como si estuviese perplejo con mi belleza—. Las palabras no me alcanzan para agradecer al destino haberte puesto en mi vida. No quiero perderte nunca.
―No lo harás, amor —le aseguré—. Estaré a tu lado siempre.
—Entonces escucha lo que tengo que decir —guardó silencio por unos segundos, mientras respiraba con profundidad.
―¿Todo está bien? —me vi un tanto inquieta al ver su pausa.
―A tu lado siempre estoy bien —me tomó de las manos al contestar. Su semblante era serio, pero amable—. Eres una mujer tan noble, tan cariñosa y eso me cautiva, incluso más que tu belleza. Me enamora tu voz, tu sencillez, y eso no es fácil de encontrar. Te pienso todas las noches antes de dormir y quiero que seas lo primero que vea al despertar.
Manuel metió la mano en el bolsillo de la chaqueta de cuero café, que llevaba puesta. Del interior sacó una cajita color carmín, aterciopelada. Me puse nerviosa al ver lo que llevaba en sus manos y lo miré con los ojos abiertos, incrédula por lo que estaba a punto de pasar. Mis manos se hicieron temblorosas y mi respiración se agitó. No me había dicho nada y yo ya era u manojo de nervios. Abrió la cajita y en el interior había un anillo plateado con un hermoso diamante.
—Quiero que seas mi esposa —las palabras de Manuel me emocionaron—. Te prometo que te voy a amar toda la vida.
El nerviosismo fue tan alto que no pude responder nada. Solo me quedé mirándolo con los ojos aguados y empecé a llorar. El me miró esperando respuesta, yo entre lágrimas me acerqué a su pecho y lo abracé con fuerza. Me besó la frente mientras con sus manos me sobaba la espalda para tranquilizarme.
—Mírame —me pidió con amabilidad—. ¿Si quieres?
Asenté con la cabeza al ser incapaz de pronunciar una palabra, tenía la voz entrecortada. Sacó el anillo y tras tomarme la mano, lo cazó en mi dedo. Empecé a besarlo al ver el anillo en mi dedo.
—Sí quiero —le respondí al recobrar el aliento.
―Me contestas casi media hora después ―dijo Manuel sonriendo.
―No pude hacerlo antes ―contesté—. ¿Es en serio, Manuel?, ¿no estás jugando conmigo?
—Sería incapaz. Nunca había dicho nada más en serio en mi vida. Quiero que estemos juntos siempre.
Su propuesta me tomó desprevenida, nunca imaginé que me propusieran matrimonio siendo tan joven. Aun así estaba segura en mi respuesta. Lo amaba tanto que estuve dispuesta a dar todo de mí para que no se arrepintiera de haberme hecho su esposa. En mi pecho no cabía tanta emoción.
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Editado: 18.04.2021