Una vena palpitaba a un costado de la frente del Rey, él tamborileaba sus dedos con impaciencia y cólera. En un parpadeo de ojos, trece años habían transcurrido. Por supuesto que el Imperio Negro lo culpó a él y fueron atacados de inmediato.
Inhaló profundamente tratando de calmarse, pero le era casi imposible después de todo lo que había sucedido. Sus Peones lo habían traicionado y habían muerto; los nuevos Peones casi fueron asesinados por un Alfil que había sido traidor bajo sus propias narices y él ni siquiera lo había sospechado. Todo eso lo enojaba, además de todos los desastres que tendría que reparar ahora.
¿Y ahora qué hacer con su Alfil y Torre? No las ausentes, estas serían reemplazadas. Pensaba en Alexandria y Rita.
Ahora que la ceremonia había terminado, el momento había llegado. Estaban en un gran salón oscuro, sentado detrás de una enorme y elegante mesa mármol. A su lado tenía a las demás Piezas Mayores, exceptuando a su Alfil y a ambas Torres. Ariadna tomaría temporalmente el lugar de Fausto, hasta que el nuevo Alfil fuera encontrado.
Normalmente, los Peones formaban parte de estas reuniones, pero habían decidido dejarlos fuera por su inexperiencia y su corta edad.
De vez en cuando, era costumbre de Billmorzei presenciar estas reuniones, aunque nunca pronunciaba palabra; los Guerreros usualmente intentaban ignorarlo.
Finalmente el Rey suspiró y les dijo a sus compañeros:
-Como ustedes sabrán, estamos reunidos aquí para discutir varios sucesos.
-Las acciones de Alexandria nos han perjudicado, pero también han traído muchos beneficios, – se apresuró a decir Ariadna.
-Pudo habernos dicho lo que planeaba hacer, no creo que no le haya dado tiempo, – dijo la Reina con voz preocupada.
El siguiente en hablar fue el Caballero. -Aun así, acabó con Fausto. No veo por qué estamos discutiendo su lealtad.
-Lo que Alexandria hizo no solamente nos afectó a nosotros, – intervino el Rey nuevamente, – sino al Imperio Negro y a muchos escaques también. No es la primera vez que actúa sola y sin órdenes directas… - hizo una pausa, - No es lo único de lo que debemos hablar el día de hoy. Grinberg ha muerto, sé que esto no es fácil de escuchar, pero tenemos que hacerle una conmemoración y comenzar a buscar a la nueva Torre que lo sustituya.
-También es necesario encontrar al nuevo Alfil, – dijo Ariadna, – sé que el Árbol me escogió nuevamente de forma temporal mientras todo esto se resolvía. Presiento que pronto dejaré de formar parte del ejército.
El Rey asintió. – De acuerdo, estoy seguro que en menos de una semana, las marcas en tus muñecas ya no estarán. Buscaremos a los nuevos Guerreros de inmediato, sin darle una conmemoración a Fausto, claro está.
Las demás Piezas asintieron, el Rey continuó:
-De lo próximo que debemos hablar es del marcado del Imperio Negro…Julian.
-Nunca se ha escuchado que alguien del imperio enemigo sea aceptado, – dijo el Caballero mujer de la Reina. – Me sorprendió verlo en nuestra ceremonia.
-Tampoco se ha escuchado de Peones tan jóvenes, – dijo el caballero del Rey – ¡Y ahora tenemos a ocho de ellos! creo que la lealtad de ese hombre ha sido comprobada varias veces. Me avergüenza decir esto, pero lo cierto es que hizo más por nuestros Peones que nosotros. Y no es todo, mucho antes de que estos Peones existieran, Julian nos había estado sirviendo en varias maneras aunque jamás se lo pedimos ni se lo agradecimos como fue debido.
La Reina alzó la ceja y sonrió al Caballero. -Estoy completamente de acuerdo, pero me sorprende mucho esas palabras viniendo de ti.
El Caballero se encogió de hombros. -He dejado el pasado en el pasado, creo que todos saben eso. Además, no solo ayudó a los Peones sino que también salvó la vida de Alexandria.
El Rey tenía una mirada escéptica, con voz cortante dijo: - Bueno, difícilmente eso es algo inesperado.
Ariadna intentó apoyar al Caballero. -Los Peones hablan muy bien de él. Si Julian hubiera querido hacerles daño, tuvo muchas oportunidades; optó por arriesgar su propia vida por ellos. Desde un inicio quiso protegerlos de Fausto…
El rey suspiró y agitó su mano.– Muy bien, ya basta de elogios hacia el marcado. Hablemos de los nuestros. Alexandria y Rita.
-Mi Rey, – musitó Ariadna. – No estará pensando en removerlas del ejército ¿cierto? Todo lo que ellas hicieron fue pensando siempre en lo mejor para el Imperio Blanco… aunque sus decisiones hayan sido cuestionables.
-Creo que Rita sólo estaba siguiendo a su mejor amiga, – intervino la Reina. – La del verdadero problema es Alexandria, no creo que debamos juzgar a la Torre por todo lo que ha sucedido.
-¿Juzgar?, – preguntó el caballero encarecidamente - ¿Juzgar? ¡Juzgar a los criminales! ¡No entiendo por qué estamos juzgando a los nuestros!
-No es la primera vez que Alexandria toma cartas en el asunto. ¡Ella no es Rey o Reina! Perseguir a un traidor, colocarle las marcas de traición, matar a ocho de sus compañeros, congelar ambos árboles, matar a Fausto ¿No te parece algo que se deba juzgar? Si se tratara de cualquier otra persona, ya estaría decidido que fuera ejecutada o puesta en prisión de por vida. No es la primera vez que actúa como si fuera la lideresa del ejército y ustedes lo saben muy bien.