—Por favor, me acompaña, para llevarla a su Penthouse — dijo Jason admirando a la chica, que tenía los ojos muy abiertos debido a la sorpresa. Él pudo admirar el color verde de esos ojos, que brillan llenos de emoción. También pudo observar las tupidas pestañas rojizas que bordeaban el párpado de la joven.
— «Si es así de bella sin maquillarse, ¿cómo será bien arreglada? A ella solo le hace falta un buen aseo» — pensó el joven. Jason quedó fascinado con la belleza de la chica.
¡Qué mujer tan bella!
—Señorita Melissa, por favor, por acá. Sígame — el joven la miró y esperó que ella caminara para guiarla.
Milagro suspiró de manera profunda. Odiaba que la llamaran Melissa, pero era lo único que podía hacer para mantenerse segura. Tenía que olvidarse que era en realidad Milagro. Si tan solo pudiera abrir su collar y sacar la información que ahí se guardaba, estaba segura de que descubriría el nombre de sus padres.
Ella miró a Jason antes de seguirlo.
—Sí, vamos, pero algo sí te digo— dijo con la cara de pocos amigos. Si esas personas me echan como a un perro, más te vale que corras porque te agarro a palos. Así que no te dejes alcanzar. Yo tengo muy claro cómo esta gente trata a los méndigos, harapientos como yo. Jamás los dejaban entrar.
Jason la entendió y se compadeció de lo mucho que ella ha sufrido en las calles.
—Eso jamás va a pasar—dijo él, muy seguro de sus palabras—. Solo, confíe en mí...
Ella resopló molesta e insegura; sin embargo, ambos llegaron a la recepción.
La bella recepcionista solo la miró y luego le sonrió al joven que extendió la mano sin decir una sola palabra.
—Aquí está la llave, señor Jason — dijo la recepcionista mirándolo a los ojos y sonriéndole a Melissa.
La joven abrió la boca sorprendida. Jamás había visto que la atendieran de buena manera, siendo una harapienta.
— ¿Y eso qué fue? —preguntó asombrada la joven.
—Eso es atención al cliente— bromeó el joven—. Ahora vamos a su Penthouse.
Ambos subieron al ascensor hasta el último piso. Llegaron a un gran pasillo donde solamente había dos puertas.
—Este es el Penthouse del señor Lombardo— le dijo Jason mostrándole la puerta—. Y al frente está su Penthouse Dorado.
Milagros guardó silencio por un momento. La mujer está realmente preocupada por el despliegue de tanto poder y riqueza. Ahora tiene la certeza de que muy pronto se va a arrepentir de haber hecho el trato con el señor Lombardo.
Tragó con fuerza al comprender que siempre estaría vigilada.
—¿Quiere decir que él vive aquí? — preguntó la joven con desconfianza. Lo tendría solamente a una puerta. ¡Qué horror! Y si a ella le daban deseos de gatear y treparse por la puerta como hacía su gata para ir a buscar calorcito y la montara como lo hacía tan bien su buena gata. De repente sacudió la cabeza antes que el pensamiento pecaminoso.
—Sí, señorita. Cuando el señor quiere descansar o quiere estar con alguien, viene a este lugar — le dijo él con sinceridad.
Milagro se desinfló de inmediato y torció la boca. ¡Ese era su nidito de amor! Solo era un pillo. Tenía su propio lugar para sus amates.
—Entonces ese es su refugio de amor — dijo ella, sabiendo a lo que él venía a hacer en ese lugar —. Vamos a ver cuántas caras diferentes le vemos a sus mujeres.
Jason se tensó al oírla, porque al parecer la chica había comprendido algo diferente a lo que él trató de decir.
—Señorita Rodríguez, lo que quise decir del señor Lombardo...— él calló cuando ella levantó la mano al aire.
—Eso, la verdad, no me importa —le cortó. Le molestaba que ahora sabría cuántas mujeres ese hombre tenía, y pensar que ella nunca podría ser una de esas.
El hombre abrió la puerta con la tarjeta y se la entregó.
—Cuando estés preparada, por favor, me avisas — dijo él de manera cortes.
Ella lo miró a los ojos y luego sonrió con burla.
— ¿Cómo rayos quieres que te avise? — preguntó confundida—. Bajo a la recepción y te busco. Toca así porque no tengo otra forma de hacerlo.
Él sonríe.
En tu habitación vas a encontrar todo lo necesario. En la cama hay un teléfono. Los dos primeros números que tienes son del señor Lombardo y el mío. Yo soy Jason y estoy siempre a tu servicio.
Los ojos verdes miraron cuando el hombre entró al elevador y suspirando entró aquel lugar. Sus ojos se abrieron como si fuese un par de huevos fritos.
—¡Santo Dios! — exclamó al ver aquella elegancia. La habitación era tan grande como lo era la casa de San Miguel, solo la habitación. Tenía una sala de estar, un hermoso y enorme baño con una tina.
Todo aquello era en tonos rosa y dorado.
— ¡Esto es bellísimo! — murmuró con un nudo en la garganta, — pero esto no es para mí. Yo solo soy una sustituta...
Comenzó a desvestirse. Por fin podrían quitarse esos malolientes harapos. Miró la enorme cama, el tocador donde había cremas, perfumes, cepillos, todo lo necesario para ella. También había un clóset, el que estaba lleno de hermosos vestidos, zapatos, carteras, muchas cosas que ella jamás imaginó usar en su vida.
— ¿Cómo rayos supo este hombre que yo necesitaba todo esto? — dijo ella con cierta burla, mirando en el despliegue de tanto lujo—. Tanto así que soy todo un asco.
Desnuda y decidida a no perder más tiempo, fue al baño y duró bañándose un buen rato. Lavó su cabello, que se lo agradeció, y luego aplicó cremas para el cabello para suavizar las ondas naturales. Después se aplicó cremas, un poco de brillo en sus pálidos labios, pero no usó para nada maquillaje.
Se miró en el espejo de cuerpo completo y sonrió ante aquella imagen que ya había olvidado como era. Su cabello seco y suelto, solo llevaba una pañoleta para aplacarlo un poco. Un vestido rosa con florecitas blancas y unas sandalias de tacón de cuña.
Aplicó crema en brazos y piernas y un poco de perfume.
—Ya no huelo a andrajosa— murmuró con burla, pero esta ver le dolía esa burla—. Ojalá a él le guste:
Se volvió a mirar en el espejo y quedó complacida con la figura en el reflejo del espejo.
Editado: 19.08.2025