La Teoría De La Resiliencia

Descansa en paz, Gael Madariaga

~El amor consuela como el resplandor del sol después de la lluvia.~
 

—Lo Dijo William Shakespeare.
 


La lluvia que golpeaba contra el pavimento de la calle me recordaba a mis días de juventud. Por una extraña y loca casualidad del mundo me encontraba de pie en una parada de autobús, con el paraguas en la mano y viendo las gotas desplomarse contra el suelo. El mundo se había vuelto melancólico o algo, el cielo lloraba conmigo mientras repasaba lo que acababa de pasar una y otra vez en mi cabeza. Como uno de esos "Gifs" que pasan por las redes, solo que este no era gracioso para mis ojos, nada lo era de hecho, estaba saliendo de una ruptura de una relación de casi 3 años; encontré a la que era mi novia besándose con alguien más, alguien sin cara, sin expresión y solo con una lengua pasándola por cada poro de la cara de mi chica, y lo peor es que ella lo disfrutaba.

Eso me rompió el corazón, de una forma, me dejó con una quebradura irremediable en lo más profundo de mi alma, una que se quedaría como una impronta que poco a poco comería cada partícula de lo que alguna vez llamé "Sentimientos".

No podía creer que me encontrara así, no podía dejar que ni mis padres o mis amigos me vieran así, tenía que huir a alguna parte para consumirme en llantos infinitos que amoldarían una masa oscura y densa dónde solo yo podría ser tragado con fuerza. Y ahí me encontraba, a punto de ser llevado a lo que sería mi purgatorio, al menos en el área emocional, esa área que factoriza las acciones de tu vida, lo que me hacía moverme estaba a punto de dejarme en un paro el cual tal vez nunca me levantaría.

—Tienes que dejarlo Gael, de nada sirve seguirte lastimando de esta forma.

Eso es lo que me hubiese gustado oír, pero no había absolutamente nadie a mi alcance que me lo dijera. Solo estaba yo y un par de ancianas que me miraban con una empática curiosidad, o eso quería creer, tenía los lentes tan empañados que no podía ver casi nada, ni siquiera me digné a limpiarlos. Si tienes curiosidad, no estaba llorando. Quiero decir, estaba demasiado triste, pero al parecer lo estaba tanto que ni una sola lágrima se apareció, o tal vez lo hacía por dentro, quien sabe, la mayoría de personas que sienten esta tristeza pegada a todas las fauces de tu cuerpo no son conscientes de sus propios sentimientos, o no quieren hacerlo.

De no haber sido por la señora que me avisó, no habría notado que el autobús llegó. Las puertas se abrieron y yo iba el primero, mi cerebro exclamó la orden a mis pies de moverse, pero estos no respondían, una presión se apareció en mi pecho y me costaba respirar. Pensé que tal vez era por la colosal tristeza que sentía, pero quité el pensamiento cuando puse los ojos como platos al enterarme que había caído al suelo. Mi mano izquierda se sostenía del suelo mojado, mi otra mano agarraba mi pecho para sujetarlo, sentía que este se me saldría del cuerpo.

Empecé a toser y a temblar, no podía sentir las gotas de agua en mi ropa ni tampoco las manos de las preocupadas señoras que me agarraban, noté como el conductor del autobús llamaba una ambulancia, también noté como el mundo se me hacía cada vez más borroso y más opaco, no había duda, estaba muriendo, por lo que parecía ser un infarto. Mis ojos cada vez se me hacían más pesados, logré sentir mi espalda aterrizando en el suelo, y al momento en que recordé a mi novia besando aquel chico, cerré los ojos dejándome llevar por la inconsciencia.




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