—¿Por qué me habéis traído aquí?— le pregunté a la malévola Nemain.
—¿No lo adivinas, Morgana?— me sonrió ella perversamente.
—No permitiré que dañéis Avalon— me planté con decisión.
—Oh, no soy yo la que traeré el daño a Avalon, sino tú, con tu terco comportamiento— respondió ella.
—No podéis hacer esto— negué con la cabeza—, está fuera de vuestras capacidades.
—¿Eso crees? Permíteme mostrarte tu error— expuso ella sus dientes como el predador que está a punto de devorar a su presa.
De inmediato, a nuestra izquierda apareció la barca, encallada en la arena de la playa. Eso no debía suceder, no podía suceder. La barca nunca aparece a menos que las criaturas que buscan entrar a Avalon sean invitadas por sus moradoras. Tal invitación nunca sería extendida a Nemain. Viendo mis turbados pensamientos, Nemain me explicó la razón de tal anomalía:
—Tus hermanas no me perciben a mí, solo a ti, mi querida Morgana.
—No podéis obligarme a engañarlas, no podéis…
—Puedo y lo haré— me cortó ella—. Es hora de que aprendas la lección.
Me resistí con todas mis fuerzas, pero Nemain me tenía bajo su poder y obligó a mis piernas a moverse hacia la barca. Casi sin saber cómo, me encontré dentro de la barca, navegando lentamente hacia el centro del lago. Cuando la embarcación se internó en la espesa niebla, la isla comenzó a tomar forma ante mí.
—He sido exiliada de este lugar— protesté—. Aún cuando no os perciban, no me dejarán entrar.
—¿Quieres apostar?— se rió Nemain burlonamente.
La barca llegó al embarcadero sur de la isla. Mis reticentes pies subieron a la plataforma de madera y avanzaron hacia tierra firme. Al pisar la arena, diez de mis hermanas se hicieron presentes ante mí. Una de ellas era la mismísima reina Linaria, quien avanzó dos pasos hacia mí y me dijo:
—Hemos escuchado vuestro clamor, vuestra miseria y vuestra angustia. Nuestro perdón siempre estuvo aquí, esperando a que volvierais para tomarlo y así enmendar vuestras faltas, Morgana. ¿Es este el día glorioso en el que volvéis a nosotras en busca de redención?
Quería gritarles que huyeran, que cerraran Avalon a mi presencia, que se ocultaran de mí, pero en cambio caí de rodillas con el rostro contrito, y palabras que no eran mías salieron de mi boca:
—Sí, mi reina, este es el día en que me postro ante vos, rogando el perdón de vuestro corazón y el de mis hermanas. Este es el día en que vuelvo para someterme a vosotras para que me impongáis los requisitos de la expiación de mis crímenes. Que Avalon se apiade de mí.
Linaria acarició mi rostro con dulzura:
—Venid— me dijo, tomando mi mano para ayudarme a ponerme de pie—. Este es un día de gran regocijo para Avalon. La gran asamblea será reunida para este evento: el regreso de nuestra hermana perdida.
Inútil fue tratar de resistirme, pues mi cuerpo no me obedecía y mi voluntad había sido avasallada. Yo solo era un títere, un arma mortal plantada en medio de cientos de inocentes, ignorantes de la trampa en la que habían caído sin remedio y de la que yo no las podía alertar.
La muerte de mis hermanas colgaba oscura y terrible de mi cintura: una pequeña bolsa con hojas de tarsénico. Durante la ceremonia de la gran asamblea, mis traidores dedos deshicieron la blanca película mortal que cubre las hojas de esta venenosa planta, y después de beber del cáliz del reencuentro, deslicé el polvo asesino en la sagrada copa. Luego solo observé impotente cómo una a una todas las hadas tomaban el elixir fatal provisto por mi mano. Mientras la mismísima Linaria se llevaba la funesta copa a los labios con una sonrisa complacida, yo hervía por dentro como quemada por ácido ante la abominación a la que Nemain me estaba forzando.
El tarsénico es un veneno vil, cruel, insidioso y lento. Nemain se aseguró de mantenerme en Avalon por los siguientes doce días, para que pudiera ser testigo del parsimonioso efecto del veneno. Presencié el deterioro agónico de todas y cada una de mis hermanas, y con cada muerte, moría también una parte de mí. Intenté mil veces desprenderme del poder de Nemain para poder yo también tomar tarsénico y acabar con mi vida allí mismo, morir junto con todas ellas… pero no tuve esa suerte. Nemain se aseguró de que yo observara la piel de las hadas corrompiéndose en heridas supurantes e incurables como lepra, se aseguró de que escuchara todos los gritos agónicos y el llanto perenne de un dolor sin tregua, se aseguró de que viera cada rostro hundido en la desesperación, cada cuerpo retorciéndose en imparables convulsiones en los estertores de la muerte.
En diez días, todo Avalon sucumbió a la perfidia de Nemain. Solo cuando todas estuvieron muertas, Nemain me permitió llorar. En los tres días que siguieron, mi captora consintió que yo honrara sus cuerpos ofreciéndolos en holocausto, pero eso no me trajo ningún consuelo.
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Editado: 14.10.2019