Lyanna abrió los ojos y bostezó. Lo primero que percibió fue que estaba acostada en su cama, lo segundo fue el rostro preocupado de Augusto, mirándola fijamente, y lo tercero fue...
—Oh, no— murmuró para sí—. ¿Cuánto tiempo?— preguntó a Augusto.
—Ly, tómalo con calma— trató de tranquilizarla su esposo.
—¡Cuánto tiempo!— exigió ella con vehemencia.
—Ly…
—Gus, dímelo, ¿cuánto tiempo estuve inconsciente?— lo tomó del cuello de la camisa con urgencia.
—Veinticuatro horas, casi— hizo una mueca él.
—¡Veinticuatro horas!— exclamó ella—. ¿Por qué no me despertaste?— le reclamó.
—Sandoval te revisó y dijo que tu corazón estaba bien. Monitoreó tus signos vitales y concluyó que tu cuerpo necesitaba descanso y que por eso te había sumido en este profundo sueño, que despertarías cuando estuvieras lista— se excusó Augusto.
—El que me sumió en este prolongado sueño no fue mi cuerpo, fue mi padre— dijo ella, incorporándose en la cama de golpe y paseando la mirada por la habitación en busca de su ropa.
—¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo dormirte sin tu consentimiento?— inquirió Augusto, mientras le alcanzaba su vestido blanco favorito.
—Al sentir su pena, me abrí a él, le permití la conexión con mi ser para poder tomar parte de su tristeza, y así, aliviarlo. Él aprovechó mi acción de apertura para enviarme el pulso mental que me durmió— explicó ella.
—¿Por qué hizo algo como eso?— frunció el ceño Augusto, molesto ante el atrevimiento.
—Porque alcancé a atisbar lo que planeaba y sabía que lo detendría. Ahora ya es tarde— se lamentó ella.
—¿Qué planeaba, Ly?
—No es seguro que lo haya logrado… tal vez no lo llevó a cabo después de todo…— respondió ella vagamente, mientras se ponía el vestido y se calzaba unos zapatos cómodos.
—Ly— la tomó él del brazo, mirándola seriamente a los ojos—, ¿qué fue lo que hizo tu padre?
Ella suspiró:
—No sé si lo hizo, pero en su mente, la decisión estaba tomada. Tenía resuelto cortar el vínculo entre el Círculo y este mundo.
—¡¿Qué?!— casi gritó Augusto.
—Creo que bloqueó el portal— declaró ella con el rostro grave.
—¿Por qué?— meneó la cabeza él, entre desconcertado y abrumado ante las implicaciones.
—Eso es lo que voy a averiguar— respondió ella con decisión.
—Eso es lo que vamos a averiguar— la corrigió él de inmediato.
—De acuerdo— asintió ella—. Empaca algo de ropa si quieres. Mientras tanto, yo le avisaré a Nora y a Mercuccio que nos vamos.
—¿A dónde vamos?— quiso saber él.
—Al bosque de Walter, por supuesto— anunció ella.
Augusto sacó una mochila del ropero y comenzó a cargarla con algo de ropa, mientras Lyanna se dirigía a la puerta de la habitación. Cuando ya estaba por abrirla, se volvió hacia su esposo:
—¿Qué pasó con Clarisa?— inquirió.
—Se fue ayer, tal como le pediste— le respondió él.
—Bien— murmuró ella para sí, y salió de la habitación antes de que Augusto alcanzara a preguntarle más sobre el tema.
Para cuando Augusto estuvo listo, con su mochila colgada de los hombros, se encontró con que Lyanna estaba en el comedor, discutiendo con Nora y Mercuccio.
—Al menos dinos por qué se marchan de esta manera tan intempestiva— le demandó Nora a Lyanna.
—Ya te lo dije, Nora, necesitamos corroborar ciertos hechos— le replicó Lyanna.
—¿Qué hechos?— inquirió Mercuccio.
Lyanna resopló sin contestar.
—Es por esa chica Clarisa, ¿no es así?— entrecerró los ojos Nora, suspicaz.
—No, esto no tiene nada que ver con ella— respondió Lyanna.
—¿Crees que somos tontos?— le reprochó Mercuccio.
—Si creyera eso, no los dejaría a cargo de Baikal en mi ausencia, con plena autoridad para resolver cualquier situación que se presente— le dijo Lyanna con firmeza.
Eso los dejó mudos a los dos por un momento.
—¿Plena autoridad?— repitió Nora impresionada, como si le estuvieran ofreciendo el trono del mundo.
—Plena autoridad— le confirmó Lyanna—. Ustedes dos son los únicos en los que sé que puedo confiar para que protejan Baikal mientras Augusto y yo resolvemos este asunto.
Se produjo un largo silencio.
—Lyanna…— comenzó Nora con la voz temblorosa—. ¿Qué es lo que realmente está pasando?
—Querida Nora— le respondió Lyanna con dulzura—, lo que está pasando está fuera de sus manos, y preocuparlos con esa información es inútil y cruel, pues nada pueden hacer al respecto más que agobiar su corazón en vano. Por eso, elijo en cambio dejarles una tarea que sí pueden hacer, una tarea valiosa, que no puedo dejarle a nadie más: Baikal está en sus manos, mis queridos amigos, hasta mi regreso.
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Editado: 14.10.2019