El teniente Torres estaba esperando al general Munster en la entrada de la base. Al verlo bajar de su vehículo, lo saludó con rigidez. Munster no se molestó en responderle el saludo.
—Señor, el prisionero…— comenzó el teniente.
—Aquí no, Torres— lo silenció Munster con un abrupto gesto de su mano—. Vamos a tu oficina.
—Sí, señor.
Los dos caminaron con paso rápido hasta entrar en el edificio principal de la base. Torres iba por delante, guiando el camino hasta el ascensor que los llevó tres pisos por debajo del suelo. En el tenso silencio que los envolvía, Torres pudo vislumbrar sin problemas que el general estaba a punto de explotar. Cuando llegaron a la oficina subterránea del teniente, Munster mismo cerró la puerta con llave tras de sí para asegurarse de que nadie se entrometiera en la conversación.
—Muy bien, Torres, dímelo todo. Empieza por lo de Suarez— le espetó el general.
—El coronel tenía la idea de que su hijo pequeño podría comunicarse con la criatura alada. Lo trajo a la base en secreto y sin mi conocimiento, señor— aclaró enseguida Torres, tratando de deslindar responsabilidad.
—Nunca di órdenes de que la criatura fuera interrogada. ¿Qué estaba pensando Suarez?
—Creo que quería sorprenderlo, señor, congraciarse con usted logrando que…
—¡Estúpido!— escupió Munster—. ¿Qué pasó con el niño? ¿Por qué está en el hospital?
—Al parecer, el niño tuvo una conversación telepática con la criatura, pero ella instruyó al pequeño para que le ocultara su charla a su padre— comenzó a explicar Torres.
—Y Suarez lo descubrió— dedujo el general.
—Sí, intentó persuadir al niño para que confesara lo que la criatura le había dicho.
—¿Golpeándole la cabeza contra su escritorio hasta dejarlo en coma?
—Las cosas se salieron un poco de control.
—¿Un poco?— repitió Munster con sorna.
—El coronel vino a buscar refugio aquí, a la base. Su esposa lo denunció por violencia familiar. Logré dilatar la entrevista con justicia militar por unas horas y aislé al coronel en su oficina, incomunicado, como me pidió, señor.
—Maldito bastardo cobarde— gruñó Munster por lo bajo—. Lo arrojaría con gusto a los lobos si no fuera porque sabe demasiado. ¿Qué hay de lo otro? El soldado espía.
—Lo puse en una de las celdas de vidrio. Está inconsciente. Todavía no lo he interrogado, esperaba sus órdenes, señor— dijo Torres con prudencia.
—¿Cómo supo de nuestro prisionero? ¿Cómo llegó hasta él?
—Al parecer, él y el prisionero se conocen de antes. El espía se infiltró en la base con un nombre falso y sonsacó información a un par de soldados que formaron parte de la incursión a Costa Antigua.
—¿Pudiste averiguar su verdadero nombre?
—Sí, señor: Liam MacNeal.
—¿Qué? ¿Estás seguro?— frunció el ceño el general.
—Sí, señor— afirmó el teniente.
Munster guardó silencio por un momento, con el rostro pensativo.
—¿Quiere que lo despierte para interrogarlo, señor?— inquirió Torres.
—No, mantenlo sedado— le respondió el general—. ¿Tienes lápiz y papel?
—Aquí— le alcanzó el teniente lo que pedía.
Munster dibujó un pequeño plano con trazos rápidos en el papel y se lo dio a Torres:
—Llévalo a esta dirección, pero hazlo discretamente— le dijo.
—¿Qué es este lugar?
—Mi mansión de verano— respondió Munster—. Que lo mantengan dormido hasta que yo llegue. Llamaré a mis guardias privados para que estén preparados para recibirte. Diles que mis órdenes son que el prisionero sea tratado como huésped de honor.
—¿Huésped de honor?— repitió Torres, desconcertado.
—Sí, teniente. La manera de lidiar con Liam MacNeal no es la tortura— le aseguró el general.
El teniente Torres asintió, aunque no muy convencido.
—Cuando termines con eso, vuelve a la base y arregla el traslado del prisionero y de la criatura. Es obvio que su localización ha sido comprometida. Tenemos que sacarlos de aquí. Te enviaré instrucciones de su destino más tarde.
—Sí, señor.
—Ahora iré a ver al idiota de Suarez— suspiró, despidiéndose de Torres.
El coronel Suarez se levantó de su silla de un salto al ver entrar a Munster:
—Señor…— lo saludó con una venia tensa.
—¿Qué se te metió en la cabeza, Suarez?— lo reprendió el general.
—Señor, yo solo quería…
—No— lo cortó el otro con un gesto brusco—. Ahórrame tus excusas patéticas, no tengo tiempo para eso. Solo dime lo que la criatura le dijo a tu hijo.
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Editado: 14.10.2019