L O S H E R M A N O S C R O W L E Y
Al igual que muchos chicos huérfanos, Neeve fue a parar a un orfanato.
Después de la discusión que tuvo la muchacha con los señores Crowley, Neeve bajó y su madre la encerró en el sótano. Permaneció ahí un día, dos, al tercer día pensó que la habían dejado para siempre encerrada y al cuarto rompió la puerta con sus manos. Los padres de Neeve estaban muertos y nadie reclamó los cadáveres a pesar de las peticiones de Neeve, fueron los vecinos quienes reclamaron la situación al municipio y los padres fueron llevados a la fosa común, al igual que la hermana mayor de Neeve llamada Mary.
A ningún chico del orfanato le gustaba hablar de sus padres, si bien era porque los habían visto morir o porque los dejaron en la puerta de las instalaciones a las pocas horas de nacido; pero con Neeve era diferente, todos la llamaban asesina, monstruo, creían que ella había matado a sus padres. Neeve los evitaba al máximo, procuraba pasar todo el día en la pequeña biblioteca, en el ático —jamás en el sótano por obvias razones— o en algún lugar donde sus compañeros jamás la encontraran. Las cuidadoras tampoco la querían mucho, veían a Neeve como una carga más y también como una asesina, pero estaban emocionadas porque la chica cumplía dieciocho años al día siguiente y por fin tendrían un bicho menos que soportar y alimentar.
Esa noche de mayo Neeve no durmió. Esperó a que avanzara la noche. Desde su litera miró el reloj que marcaba las dos de la madrugada. Se bajó de la cama y caminó sigilosamente por el dormitorio que compartía con otras diez chicas, todas de diversas edades, todas menores a ella.
Neeve Crowley iba a irse para siempre.
Muy cerca de ahí había un puente hecho de madera y lazos viejos, construido desde principios del siglo XIV. En 1336 dejó de ser viable después de que una tormenta azotara los municipios de Minos y Dryden y arrancara varios postes que sostenían la construcción. Desde ese entonces, todo aquel que sube al puente cae al vacío y sus huesos se funden con las rocas y la vegetación. Los habitantes del otro lado, de Dryden, los habían dado por muertos y con más razón al ver que después de quinientos años ningún hombre o animal, ni siquiera ave se atrevía a entrar a Minos. Tampoco se podía explorar por aire ya que una densa neblina parecía cubrir el municipio como una inmensa cúpula.
Neeve sólo sabía que nadie había querido cruzar desde hacía quinientos años. Así que para ella fue fácil tomar una chaqueta e irse a la frontera de Minos para cruzar a Dryden.
Minos era un municipio muy cálido donde todas las casas estaban hechas de madera y abundaban las lámparas de queroseno. A la gente de Minos le gustaba permanecer alejada de la tecnología y el contacto con otros seres que no fueran animales o humanos. Evitaban educar a sus hijos con los libros oficiales del gobierno donde se mostraba la verdad: eran una versión alterna de los primeros humanos. Aunque eran otra Tierra, se llamaban igual, aunque conocían otras razas inteligentes, se creían los únicos. Neeve Crowley vivía en la Tierra, pero no en esta, en la otra Tierra, donde es una versión paralela a la nuestra. Ahí puedes encontrar humanos iguales a ti, pero que descubrieron más razas, avanzaron más su tecnología y conviven con seres parecidos a ellos, pero Minos era la excepción. Minos era tierra de humanos.
Neeve había llegado al principio del puente de Dryden. La madera estaba hinchada y podrida en los primeros tres escalones, después parecía que los tablones estaban intactos. No podía ver más allá porque una densa neblina se levantaba.
Era la neblina más extraña que había visto. A la luz de la luna parecía poseer un brillo especial y plateado que le gustaba mucho. Neeve dio el primer paso al puente y descubrió que no se rompió la tabla. Caminó los primeros diez tablones y se detuvo. Atrás estaba Minos. Su vida de huérfana, los recuerdos de sus padres y su hermana. Delante de ella estaba una densa neblina y las ruinas posiblemente inhabitadas de Dryden.
Neeve tampoco lo sabía, pero era la segunda persona que cruzaba el puente. Una vez que lo cruzara, jamás volvería a Minos.
Siguió caminando y descubrió que no podía ver más allá de su nariz o sus rodillas. La densa nube de plata la abrazaba con fuerza y no dejaba que sus ojos vieran el gran secreto de Dryden. Siguió caminando por un tiempo indefinido, estaba atenta a cada paso que daba por si se encontraba con una roca, pero el terreno era plano y carente de relieve.
Neeve era miedosa, pero también muy curiosa y gracias a esto último se atrevía a ser osada, sin embargo, comenzaba a arrepentirse. Camino en círculos, sin sentido, tratando de guiarse con algo, pero lo cierto era que solo estaba esa extraña neblina reluciente y el cielo oscuro y sin estrellas.
Cuando creyó que estaba perdida y moriría en ese lugar, una extraña música llegó a sus oídos. Era un concierto de cámara acompañado de bullicio. Una multitud de gente estaba a lado de ella platicando y riendo, unos músicos tocaban trompetas y tambores delante de ella, pero no los podía ver. ¿Eran fantasmas o espíritus? Eran cientos los que la veían, pero la corta visión de Neeve solo le mostraba niebla y más niebla.
—¿Hola? —preguntó desesperada al escuchar la música tan cerca de ella—. ¿Alguien puede oírme? ¡Sé que están ahí! ¡Salgan, no les haré daño!
La gente que se ocultaba detrás de la niebla se reía con fuerza, Neeve escuchaba jóvenes muchachas hablar por lo bajo y aunque no entendiera lo que decían, sabía que estaban hablando de ella. Neeve giraba sobre sí misma buscando a los dueños de las voces, se tallaba los ojos y los cerraba con fuerza, pero la niebla seguía ahí presente. ¿Cómo era posible que hubiera gente tocando y hablando cuando no se podía ver nada?
Neeve comenzó a desesperarse. La temperatura en Dryden era muy baja y una brisa helada le sacudía los cabellos. Se descubrió temblando de frío y de miedo también. Debía haber un truco, alguna palabra clave para que las personas se dejaran ver como por arte de magia. Neeve se rindió y se presentó:
—¡Soy Neeve Crowley y vengo de Minos!
Los músicos se detuvieron y la gente enmudeció.
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Editado: 16.05.2019