La tumba del otoño

2

     Un silencio ruidoso se propagó por todo Dryden. La localidad ubicada en un archipiélago.
     Dryden se quedó en silencio, observando y escuchando la respiración de la intrusa de Minos. Los nativos se acercaban a ella, la olían y la veían de pies a cabeza. Neeve no podía escuchar absolutamente nada ni ver a nadie. La chica se había presentado, y aunque los nativos prefirieran ignorarla, no podían ahora que sabían su nombre y su procedencia. ¡Aquella chica venía de Minos! La tierra de los humanos donde la magia y los seres sobrenaturales están prohibidos, ¿qué le hacía pensar a esa humana que podía entrar en Dryden? La primera villa de los vindicus.
     —¿Emory Crowley? —preguntó una voz anciana.
     Neeve miró a todos lados confundida y asustada. La voz parecía haberle hablado en el oído, pero no había ninguna anciana, solo la niebla y el cielo oscuro. 
     —Es... Era mi hermano —contestó a la nada.
     Sólo que Emory Crowley ya se había dado por muerto mucho tiempo atrás.
     —¿A qué has venido? —preguntó la misma voz.
     La respuesta era obvia, ya no quería seguir estando en el orfanato. Había cumplido la mayoría de edad hace unas horas, la dejarían a su suerte y Neeve no sabía nada más de que lo que había leído en la biblioteca del orfanato y algunos apuntes de su hermano sobre herbolaria; no conseguiría un buen trabajo y mucho menos podría salir de Minos sin dinero. Ahora estaba del otro lado, en Dryden, el lugar que ya nadie se atrevía a ir o hablar. Neeve había escapado buscando una aventura y mejores oportunidades, aunque sabía que se arriesgaba al encontrar solo unas ruinas de quinientos años.
     La anciana pareció escucharle los pensamientos porque dijo:
     —Bienvenida seas aventurera, al reino de las cenizas.
     La niebla se disipó abriendo un camino recto y estrecho delante de Neeve. No había personas, mucho menos músicos, pero sí un sendero de rocas rojas que se perdía en la vista.
     —¿A dónde? —preguntó y nadie contestó—. ¿Qué es esto? ¿A dónde me llevará?
     De nuevo nadie contestó y Neeve se encogió de hombros. Tal vez se trataba de un sueño, del mejor en toda su vida, con gran lucidez e imaginación. ¿En verdad tenía una imaginación tan hiperactiva? Despertaría en su dura cama del orfanato y lo olvidaría seguramente.
     Neeve empezó a caminar sobre las rocas planas y rojas, al principio fue lento, pero después apresuró el paso y cuando se dio cuenta ya estaba corriendo, pero el camino parecía hacerse más y más largo; incluso parecía ser una cinta de correr, hecha para ejercitarse y nunca acabarse la distancia. Tenía que ser una trampa. La gente invisible empezó a reírse y decir: “¡se lo ha creído!”, “En verdad son estúpidos los humanos”.
     Neeve dejó de correr al ver que era inútil acabar el camino y se sintió furiosa. Estaba siendo humillada en su propio sueño y por más que imaginaba a la niebla irse no sucedía. 
     —¡Es suficiente! —exclamó—. ¡Dejen verse! ¡Son unos cobardes!
     La muchedumbre empezó a reírse con las fuerza, todo tipo de risas, desde agudas como un pájaro hasta graves como un oso rieron con tanta fuerza que parecían quedarse sin aire.
     —Por favor —suplicó Neeve.
     —¡Silencio! —exclamó una voz varonil.
     Una vez más, los nativos callaron.
     Al fondo del camino apareció una silueta de un joven alto y atlético. Llevaba puesta una máscara negra con piedras preciosas incrustadas. Vestía una capa larga negra que le llegaba casi a los tobillos y una capucha que le cubría la parte de los ojos. Neeve nunca lo había visto, ni siquiera en libros como para explicarse la creación de ese personaje en su sueño. 
     El joven levantó sus brazos y su capa le dio un aspecto de murciélago. La niebla a su alrededor empezó a desaparecer e irse hacia el cielo, una luz cálida iluminó un denso bosque oscuro y sin vida y la máscara del joven desapareció. Era un chico de piel blanca, con mejillas hundidas y cejas pobladas, sus ojos eran del mismo color que el de Neeve; gris pálido. Varios mechones oscuros y ondulados le caían sobre la frente dándole un aspecto más misterioso.
     Cuando la neblina se disipó por completo, Neeve pudo observar con atención a la multitud de personas extravagantes que la rodeaban. Muy cerca de ella estaba una anciana con una túnica gris y raída, le daba un aspecto descuidado y más viejo, pero su rostro no estaba tan lleno de arrugas y poseía pendientes relucientes como diamantes. Neeve se dio cuenta de que había dos tipos de personas en aquel lugar, en primera; algunas mujeres tenían túnicas, vestidos y faldas hechas de seda o alguna tela brillosa, una de ellas tenía un sombrero lleno de flores y listones multicolores como la peluca de un payaso; otras mujeres, en mayoría, llevaban túnicas grises y de colores oscuros, sus vestidos no eran muy detallados, eran lisos y simples como la funda de una almohada vieja. Los hombres parecían todos iguales, predominaban los trajes negros y los sombreros de copa, quienes no llevaban sombreros llevaban un extraño bastón deforme de madera oscura.
     Detrás de ellos pudo ver series de focos amarillos cruzando el lugar por medio de unos cables, puestos hechos de tela colorida que ofrecían comida y dulces, un carrito de manzanas acarameladas estaba al fondo junto a un carrusel en movimiento, pero sin gente. Todos habían dejado todo para ir a ver a Neeve Crowley.
     —Sigan con sus actividades —dijo el joven con autoridad. Todos le obedecieron, se dieron vuelta y continuaron sus actividades; los niños volvieron a montarse en los caballos del carrusel, la venta de bolsas de palomitas volvió a la normalidad y la demás gente se metió a los puestos o terminó de realizar compras. Neeve miraba todo confundida, más al ver al joven que se acercaba a ella con rapidez—. Sígueme.
     Era mucho más alto que ella y olía a avellana y tierra mojada. El chico en verdad olía a tierra. Neeve no iba a seguirlo, no podía seguir a nadie que no conociera, mucho menos si ni siquiera sabía dónde estaba y por qué la gente se vestía de manera extraña. 
     —No iré contigo a ningún lugar —dijo Neeve lo más alto que pudo.
     —No hagas esto más difícil, sino nos vamos podrían matarte —dijo el joven con el ceño fruncido.
     —No me moveré de aquí aunque me amenaces.
     El joven la miró a los ojos durante unos segundos, Neeve le sostuvo la mirada desafiándolo a pesar del miedo que tenía. Finalmente el chico relajó su rostro.
     —Como quieras.
     Neeve pensó que el joven se iría de donde había venido cuando lo vio darse vuelta, ella se relajó y en ese momento el joven se volvió y la tomó del brazo. Cuando Neeve lo advirtió ya era demasiado tarde. El carrusel y las personas desaparecieron, ahora los dos estaban dentro de un bosque oscuro y sin vida.    
 




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