El paisaje parecía mejorar, aparecían arbustos amarillentos y pasto aún verde, pero no quiso comprobar si en verdad estaban vivos o eran una impresión de lo que alguna vez fueron. También aparecieron casas altas de dos pisos, con dos ventanas grandes como ojos y una puerta en medio como una boca abierta, sus techos eran oscuros y curvados hacia abajo. Las casas parecían vigilar los caminos que empezaban a hacerse de piedra. Neeve levantó la vista y miró un arco levantado con piedras donde colgaba un cartel de madera con letras que jamás había visto y eran algo así:
WΓHX
Nunca había visto esas letras tan extrañas, las de Minos tenían curvas en exceso, en cambio estas eran demasiadas rectas.
Pasó debajo del cartel mirando el nuevo pueblo completamente desconocido. Ahí tampoco había gente. Las ventanas y las puertas de las casas parecían estar selladas y ni un animal se cruzaba en su camino, aún así sentía que alguien la estaba vigilando. Ignoró esa sensación y se puso alerta por si encontraba signos de vida; estaba claro que había personas dentro de las casas. Caminó por un largo período de tiempo, cada vez mirando más arbustos amarillentos y verdes, caminos de piedra y casas como caras, pero no encontró personas hasta que llegó a lo que parecía ser un centro. En realidad era una plaza grande rodeada de casas igual de altas que las anteriores y muy estrechas entre sí, en medio había un enorme pozo de piedra de donde las personas —todas con baldes de madera y vestidos con túnicas rotas— sacaban agua. Dejaron de hacerlo cuando vieron a Neeve.
En un santiamén tenía a cincuenta miradas o más sobre ella. Recordó que los nativos disfrutaban de cortar cabezas humanas y Neeve no tenía deseos de perder la suya; se dio vuelta para regresar de donde vino, pero se encontró a un grupo de personas aproximándose a ella como leones a la carne fresca.
«Los lobos matan a las ovejas primero», le dijo la voz de su madre.
La gente empezaba a murmurar entre ellos, la señalaban y hacían muecas de asco; sabían que era humana. Una humana estaba en su terreno. Neeve estaba casi segura de que en cualquier momento terminarían llevándosela a rastras para la hoguera. La fabulosa aventura que se había montado en mente no era más que un sueño iluso, la gente de Dryden era peligrosa y nunca debió abandonar la casa de su hermano. La gente cada vez se acercaba más y ella no podía hacer nada más que arrepentirse de estar ahí, ¿los de Dryden eran piadosos? ¿Podrían dejarle intacta la cabeza si prometía no salir de la casa de Emory?
Sintió que alguien le jalaba la manga de su abrigo. Quizás era el verdugo. Volteó de inmediato, pero no vio a un hombre encapuchado como imaginó, sino a un chico alto. Era el chico que había visto con la planta. Él parecía estar tranquilo, pero sus ojos miraban al rededor en busca de un hueco para colarse. Tal vez se trataba del sirviente del verdugo o de un buen ciudadano que hacía su trabajo al delatar a una persona peligrosa.
—A lado del señor de verde —susurró el chico evitando mirar hacia esa dirección, pero terminó haciéndolo y las personas se pusieron a la defensiva, de cualquier manera Neeve no pudo identificar al señor—. ¡Corre!
Ella lo siguió tan rápido como pudo. El chico era demasiado veloz y sabía dónde pisar, Neeve trataba de mirar cada paso que daba para no tropezarse con las piedras que conformaban el camino. Siguió al chico entre las estrechas calles del pueblo, había perdido todo sentido de orientación y también a las personas, pero el chico no iba a detenerse ni ella tampoco. Sus piernas empezaron a aminorar la marcha cuando entraron al bosque. Un bosque completamente seco, ningún árbol conservaba sus hojas. Era un cementerio de árboles.
—¡Espera! —exclamó Neeve sintiendo que sus pulmones no recibían más oxígeno, pero el chico siguió corriendo sin inmutarse—. Detente.
No lo hizo hasta dejar atrás los troncos. Era un valle de pasto descolorido como el color de las fotos antiguas. El chico se detuvo abruptamente y Neeve lo imitó, pero lo único que consiguió fue perder el equilibrio y estrellarse contra el rígido pasto. Sintió el sabor de la tierra seca en su boca, de inmediato se limpió con la manga y se puso de pie aún con la respiración agitada. El chico no dejaba de mirarla como si fuera un animal extraño y peligroso; tenía el temor y la sorpresa impresos en su rostro.
—Gracias —dijo Neeve tratando de que el chico no tuviera miedo y por más loco que pareciera, él sonrió de lado y ofreció su mano, Neeve lo miró incrédula, pero terminó por tomarla—. En verdad gracias.
—Soy Nehemias Norton y no tienes de qué agradecerme.
Tenía una voz suave y bastante tranquila al igual que su respiración, Nehemias parecía no estar exaltado después de correr a través de un pueblo con personas asesinas detrás... «Tal vez es porque a él no lo trataban de matar sino a mí», pensó Neeve al mismo tiempo que retiraba su mano.
—Gracias, Nehemias. Soy Neeve... Neeve Crowley.
Al igual que los chicos de la taberna, Nehemias se sobresaltó al escuchar el apellido de Neeve. Ya no era el chico tranquilo de antes, retrocedió varios pasos y del interior de su túnica sacó un paquete oscuro y recto. Debía ser un arma pues apuntó hacia ella. Lo peor que le podía pasar a Neeve era morir después de ser salvada.
—¡Por favor no me mates! —exclamó horrorizada con los brazos en alto al ver que el chico no dudaba en actuar, Nehemias dio un paso adelante e insistió con el arma—. ¡Yo no tuve nada que ver con las cenizas, lo juro!
Pero el chico parecía no entender. Iba a matarla.
Neeve cerró los ojos y los apretó con fuerza al sentirlo tan cerca, esperó una apuñalada en el estómago, pero en su lugar sintió la mano de Nehemias en la suya. El chico le colocó el paquete en la mano, tenía una textura suave y un peso bastante ligero. Entonces Neeve abrió los ojos y miró que Nehemias le sonreía burlón por su reacción. Se había asustado por nada.
—No soy un asesino —dijo— y aceptaste la kannó así que no puedes matarme.
Neeve lo miró confundida. Ella no tenía intenciones de matarlo.
—¿Por qué querría matarte?
—Porque Crowley asesinó a mi madre.
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Editado: 16.05.2019