La tumba del otoño

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E L       C E M E N T E R I O
 


Desayunar con los Norton había sido agradable, pero el rumor de que Emory Crowley se paseaba por la ciudad hecho una furia había volado demasiado rápido. Mientras más tiempo pasaba dentro de la casa de los Norton, más cerca estaba Emory. Neeve sentía que su pecho se oprimía de los nervios, ¿y si llegaba Emory y destruía todo a su paso? La idea de ver cuerpos regados en la casa la carcomió en una especie de pesadilla sin sentido. Trató de evitar esos pensamientos comiendo con rapidez, al terminar se encargó de lavar los platos junto a Nehemias y vigiló las ventanas en busca de algo sospechoso en las calles, más específicamente a su hermano. Estaba al pendiente de las personas que transitaban el pueblo, pero ellas parecían estar alegres por el nuevo sol sobre sus hombros, sin importar que el suelo estuviera repleto de cenizas que se pegaban a sus tobillos como hollín a una pared. 
     —Tranquilízate un poco —dijo Nehemias mirando la angustia de la chica.
     Neeve no dejaba de mirar la ventana, la gente estaba distraída, si su hermano ya estaba por ahí habrían adquirido una postura diferente. Estarían hechos un manojo de nervios al igual que ella. Nunca había experimentado tanta desesperación, ni siquiera cuando sus padres murieron; evitó los pensamientos sobre ellos para no verse sensible ante sus compañeros del orfanato, pero tanta represión logró que maldijera a sus padres y les deseara lo que les había pasado. Ella misma no podía explicarse esos sentimientos, ¿cómo se había desensibilizado tanto? Si bien sus padres habían muerto más allá de un año, eran sus padres, fue criada por ellos y sin embargo Neeve siempre les deseó el mal. Esos pensamientos fueron como un trago amargo, pero por primera vez, mientras esperaba que su hermano apareciera, admitía su odio hacia ellos. ¿Cuántas veces la habían encerrado en el sótano, cuántas veces la habían privado de alimento, cuántas veces le repitieron las santas escrituras hasta hastiarla? Inconscientemente Neeve había agarrado un odio irracional hacia ellos; ella no tenía la culpa de que la mesa se pusiera sola o que la chimenea se encendiera a mitad de la noche cuando ella tenía frío. Ahora entendía porqué sucedían ese tipo de cosas; no era humana, podía crear cosas. Y la cereza del pastel era lo cautiva que estaba, sin poder conocer más allá de unos cuentos raros del sótano y las palabras santas, de no ser por aquella mujer extraña que le habló del colegio y lo maravilloso que se volvía la mente al aprender, Neeve estaría agazapada en un armario.
     Tenía que irse, en ese momento, volver a Minos. Tal vez su hermano le había mentido y el puente estaba intacto. Le daba igual que un pueblo mágico que mataba humanos se estuviera yendo al carajo. Iba a regresar a Minos. No iba a esperar más su muerte, no terminaría igual que sus padres. No quería morir.
     —Muchas gracias, Nehemias, pero debo irme —dijo Neeve sintiendo su garganta como piedra, sin poder hablar bien—. Voy a despedirme de todos.
     Despedirse de todos. ¿Qué les diría? ¿Gracias por la comida, pero me regreso a Minos?
     En un momento de silencio los dos pudieron escuchar una conversación alterada que mantenían los tíos de Nehemias en la habitación contigua. Las voces se escuchaban fuertes y claras, lo suficiente para imaginar sus expresiones. 
     —Escuché que rondaba la tercera manzana, eso es muy cerca de aquí —dijo Dolorothy.
     —Y también está registrando las casas, querida —contestó su esposo, Fenrir Norton—, pero no tienes de qué preocuparte. Emory ha ayudado bastante a la comunidad y sólo quiere encontrar a la humana. Ya era hora de que alguien le pusiera fin a esa criatura parasitaria. 
     —¿Es verdad que está aquí? ¿En Coeli? —preguntó escandalizada. 
     —Eso dicen. También están preparando la hoguera. ¡Ya tenía tiempo que no veía a la gente tan emocionada!
     A Neeve se le pusieron los pelos de punta. Al parecer Nehemias era el único que estaba en desacuerdo con quemar humanos. El chico pareció entender su preocupación y la sujetó de los hombros, pero ella se apartó de inmediato, había muchas cosas en aquellas palabras que no le cuadraban. Hablaban de Emory como si fuese un gran amigo, un gran partidario que hacía obras de caridad cuando en realidad, según Nehemias, había asesinado a un miembro de la familia. Y quizás Emory sí quería matar a Neeve, , posiblemente para limpiar su reputación delante de todo el pueblo. ¡Su propio hermano la mataría!, estaba claro que Dryden no era un lugar seguro, era hostil.
     —Tengo que irme ahora —susurró Neeve.
     Ambos estaban en la habitación de Nehemias, ubicada en el segundo piso. Todas las paredes estaban cubiertas de enredaderas y estantes con frascos llenos de semillas, el olor a tierra era intenso y el ambiente era húmedo, para Neeve no resultaba un lugar cómodo para dormir, pero a Nehemias le encantaba su habitación con olor a jardín. Sólo había una ventana cubierta con gruesas cortinas oscuras que permanecían cerradas por seguridad, pero Neeve las abría por la esquina para echar un vistazo con cuidado de que nadie la viera. Nadie podía saber que la humana estaba en casa de los Norton. Los Norton eran una familia respetable que nunca se metía en problemas, eran bien recibidos por la gente del pueblo y eran queridos en todo Dryden, un escándalo como que estaban ocultando a un humano era imperdonable; su reputación se iría por el caño.
     —¿Cómo imaginas que será la sentencia? No ha habido humanos desde hace siglos —dijo Dolorothy. 
     —No lo sé, querida, pero imagino que será como los viejos días de caza, ¿recuerdas las inmensas hogueras repletas de carne cocinándose? Imagino que será algo así. ¡Vamos a presenciar la quema de un humano! ¡Después de tantos siglos! ¡Debe ser un momento memorable para los niños!
     Neeve sentía su piel helarse, hablaban como si fuera un pedazo de chuleta, pero ella sentía, estaba viva y tenía miedo de morir. No quería que su piel se derritiera entre las abrazadoras llamas, no quería ni imaginar cómo sonarían sus alaridos entre los gritos de júbilo. Hablaban como si ella fuera comida. Tenía deseos de decirles que sentía como ellos (si es que ellos sentían), que tenía miedo de morir, miedo de ellos y que jamás les haría daño como para que la mataran. 
     Tres golpes fuertes resonaron por los pasillos.
     Alguien estaba tocando la puerta.
     Las respiraciones de Neeve y Nehemias se detuvieron mientras escuchaban que alguien abría la puerta para recibir a la visita más indeseable del momento.
     —¡Ah, señor Crowley! ¡Adelante, está en su casa! —dijo el padre de Nehemias con emoción—. ¿Qué se le ofrece? ¿Alguna otra túnica de terciopelo azul?
     —Por ahora no, Norton. Estoy en busca de alguien...
     —¡La humana! ¡Sí claro! Los Norton estamos dispuestos a ayudar...
     Neeve ya estaba más que pálida para ese entonces. ¿Cómo podía recibir el señor Norton tan bien a Emory después de que este asesinara a su esposa? Debía preguntárselo a Nehemias en otra ocasión, por el momento era más importante conservar la cabeza y salir corriendo lo más pronto posible.
     Escucharon pasos en la escalera principal, la escalera que daba a la habitación de Nehemias.
     El pulso de Neeve ya casi estaba por las nubes, tenía la frente aperlada de sudor frío y sentía que sus músculos se congelaban mientras su sangre hervía. 
     —Corre —susurró Nehemias asustado por la cercanía de Crowley.
     Neeve miró en todas partes en busca de una salida que no fuera la puerta principal o la ventana (la altura era demasiado grande para saltar), pero todo estaba sellado con enredaderas y flores. Sus ojos no daban con un escape. Nehemias, el único que conocía cada recoveco de su habitación, la empujó con fuerza hacia una cortina que parecía ser una zarza muerta llena de espinas toscas. Neeve quedó a milímetros de sacarse un ojo con esas espinas. 
     —No te detengas —susurró Nehemias y la volvió a empujar, esta vez dentro de la zarza.
     Al introducirse Neeve sintió cómo las espinas se enterraban en su cara y cuello, pero se obligó a caminar para que el efecto pasara rápido. Encontró un pasillo oscuro, la planta debía servir de cortina entre ese escondrijo y la habitación. Neeve volteó y entre las ramas vio a Nehemias, este le hizo señales de que se fuera y ella se dio la vuelta. Una oscuridad casi total la cobijó, ahí adentro olía a polvo y humedad, las paredes estaban hechas de tierra y de algunas partes salían raíces vivas, casi palpitantes. Neeve se guió colocando su mano en la pared, trataba de caminar con el mayor silencio posible para no ser escuchada, la habitación de Nehemias había quedado atrás y ella se dirigía a oscuras hacia un lugar desconocido.
     El polvo le escocía los ojos y pronto sintió cálidas gotas recorrer sus mejillas para quemar sus heridas. Estaba llorando, pero no sentía nada. Su mente estaba concentrada en salir de aquel túnel nada más y sin embargo estaba llorando. ¿Por qué no sentía nada en ese momento? Era como si todos sus sentimientos hubiesen abandonado su ser de repente. No había tristeza, ni miedo, sólo una inmensa nada. 
     No sabía cuánto tiempo estuvo caminando, pero fue bastante. A lo lejos del túnel divisó una pequeña luz que se hacía más grande con cada paso. No quiso esperar más. Echó a correr hasta que la luz del exterior la cegó por unos momentos. Cuando pudo acostumbrarse de nuevo pudo distinguir un extenso bosque de árboles enanos. A lo lejos vio una montaña y en las faldas de esta, ubicada en un terreno irregularmente plano, estaba una gran casa hecha de piedra color crema y techos carmesí. Había llegado a la mansión Crowley tan potente como intimidante, sus ventanas estaban cerradas y protegidas con gruesas telas, ni un rayo de sol entraba. 
     Cuando volteó detrás de sí descubrió que no había un túnel ni nada parecido, solo troncos muertos regados por doquier.
     La mansión se alzaba muy cerca de ella como invitándola a quedarse dentro de ella a disfrutar un chocolate caliente. Sus heridas necesitaban ser curadas ya que hasta la respiración más mínima hacia que la piel cercana a su nariz ardiera con ganas hasta paralizar sus músculos. Ya no aguantaba el ardor, era como si se hubiese hechado alcohol en la herida; esa zarza debía ser venenosa. Miró la casa sintiendo un peso en el estómago, toda la habladuría que había montado en su mente sobre hacerse la fuerte e irse de Dryden se esfumó. Tenía miedo y sin embargo, comenzó a caminar. Caminó hacia la mansión convencida de que no era tan decidida como creía, ella no podría cruzar una tierra desconocida sin saber ni siquiera dónde se encontraba y dónde estaba el cruce a Minos, ni siquiera podía soportar el ardor de sus heridas. Pensó que tal vez podría hablar con su hermano y solucionar las cosas, tal vez él podría regresarla a Minos y todos sus problemas se solucionarían. Ya nadie se preocuparía por la humana y quedarían reducidos a cenizas.
     La única determinación que mostró fue al subir por una cuesta bastante pesada y llena de obstáculos. La paciencia comenzaba a mermar, sus heridas pedían a gritos ser lavadas. Poco a poco el terreno se hacía más estable, ya no había tantos árboles y en su lugar aparecieron matorrales casi consumidos, empezaron a aparecer tablillas enterradas en el suelo, al principio Neeve pensó que era una cerca, pero después vio que eran tablillas de piedra. Lápidas semienterradas. Miles de ellas cubrían el terreno cercano a la casa de su hermano. En el frente tenían inscripciones casi borradas por el tiempo y la erosión, los garabatos hechos con un pico eran casi invisibles, y las pocas legibles estaban en el idioma de Minos; símbolos llenos de curvas. 
     Cada vez que avanzaba las inscripciones se volvían más entendibles y Neeve pudo leer los nombres. Se detuvo de momento delante de una, no podía dar crédito a lo que leía, pero ahí estaban casi intactas unas letras que sacudieron su alma:




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