La tumba del otoño

3

 

    Emory había vaciado casi todo el contenido del mortero en el rostro de Neeve. Ella ya no sentía ardor, pero sí cosquillas por todas sus mejillas y cuello, fue casi imposible no esbozar una sonrisa. Acto seguido Emory tomó una toalla y la pasó sobre el rostro de Neeve para revelar una piel tan nueva como la de un bebé, no había cicatrices salvo unas cuantas líneas pequeñas en su cuello, hasta el más mínimo raspón había cicatrizado. Neeve sintió su rostro fresco, como si le acabaran de aplicar un suero mágico —que lo era— para rejuvenecer la piel. Con cuidado tocó sus mejillas y se maravilló al sentirlas tan suaves y tersas.
     —Cómete la hoja y deja de tocarte el rostro, hay cosas más importantes por hacer —dijo Emory al tiempo que limpiaba la mesa—. Ninguno de los dos podrá salir de casa hasta averiguar dónde se esconde el ser que está jugando con las mentes.
     Neeve masticó la hoja y sin mucho esfuerzo la tragó. Aun seguía oliendo a menta y frescura.
     —Necesitas decirme con quién estabas.
     Emory la miró esperando que su hermana confiara en él y le dijera dónde había estado, ella casi había muerto y alguien se había metido con su mente y la de otros más. Neeve no abrió la boca, no quería delatar a Nehemias y su familia, pero podía aprovechar para preguntarle sobre Jan Norton. Sería estúpido y pondría en riesgo a una familia, pero tenía tantas cosas por aprender que lo demás no importaba, después viviría con la culpa. Iba a decir el nombre de la familia, pero se reprimió; Nehemias, un chico agradable a su parecer, la había protegido y ayudado mientras los demás se habían ido sin más, él no merecía semejante traición. Neeve no podía hablar sobre Nehemias.
     —Los rosales de Noypapilre son portales. Sólo alguien con grandes conocimientos en botánica podría mantenerla viva —Pero su hermana no contestó y él empezó a exasperarse; necesitaba que su hermana confiara en él, compartían la misma sangre y aunque habían estado separados estaban más unidos de lo que pensaban, si ella no lo veía así entonces debía pensar en una manera para hacerle cambiar de parecer—. Sólo hay dos personas en Dryden lo suficientemente habilidosas como para mantener vivo a un rosal de Noypapilre y ser capaces de abrir portales: uno está enterrado en el cementerio y el otro soy yo.
     Neeve ató los cabos, Nehemias debió heredar la habilidad de su madre. Debía alertar a los Norton ya que temía que aquel asesinato hubiese sido por envidia, si Emory se enteraba de que Nehemias podía hacer crecer plantas desde una semilla entonces se iría sobre él y ella no podía imaginar lo que sentiría su padre después de perder a su esposa y luego a su hijo. Ella tenía ganas de saber qué hacía la madre de Nehemias en el cementerio próximo a la casa Crowley, ¿sería el cementerio entero de Dryden o era exclusivo de Emory Crowley?
     —¿Qué le pasó a la otra persona? —preguntó repasando cada una de sus palabras para no delatarse.
     —Murió en un accidente —contestó sin más.
     —¿Qué accidente?
     Su hermano pareció ponerse nervioso, la mesa ya estaba limpia y aún pasaba el trapo sobre ella carente de un patrón. Su mente parecía estar en otra parte para evadir la pregunta. A Neeve no le gustó esa reacción, hacía creer que en verdad su hermano no era de fiar, si sólo era un accidente no tendría nada de malo decirlo, a menos que él estuviera involucrado.
     —No lo recuerdo —contestó al cabo de un rato, dejó el trapo de lado y miró a su hermana—. No lo sé todo.
     —¿Y qué me dices del cementerio? ¿Qué hacías ahí?
     Ninguna persona se pone a cavar tumbas sin tener un cadáver que enterrar... O desenterrar. Emory colocó sus manos sobre la mesa y clavó sus uñas en la madera. Neeve vio ese gesto de nerviosismo con total atención, ¿qué tanto escondía su hermano? Era desesperante no poderle decir que era demasiado misterioso y que no le daba buenos aires de confianza, pero era mejor fingir que no sabía nada. Antes, la ignorancia le había servido en Minos, en especial con sus padres y en el orfanato, principalmente lo hacía para encubrir conocimientos que le convenía guardar bajo llave. Como la plática que había tenido con alguien del colegio al que había mandado la carta. 
     —¿Es qué nunca dejas de preguntar?
     —¿Tienes algún problema con eso, Emory?
     Emory cambió de postura, se enderezó dispuesto a terminar con aquella interrogación.
     —El cementerio pertenece a todo el pueblo, pero yo soy su celador. Yo soy el encargado de contar cada cierto tiempo todas las rumbas y revisar que los cadáveres estén en su respectivo ataúd. 
     —¿Por qué los cadáveres no estarían? Ya están muertos, no pueden ir a ningún lado. 
     —Neeve —suspiró cansado—, la gente carece de razón aquí. No es como allá en Minos o en cualquier otro lugar, los nativos de Dryden hacen cosas que para nosotros no tienen sentido, pero para ellos son cosas normales —dijo Emory con severidad—. Al parecer ellos temen que los cadáveres se levanten de sus tumbas y anden como en vida, yo qué sé, soy el encargado de revisar que la tierra no haya sido removida.
     ¿Había alguna razón para verificar las tumbas? Podría tratarse de todo y a la vez nada. A Neeve le habían repetido muchas veces que nadie es capaz de volver de entre los muertos, salvo Cristo que había resucitado al tercer día. Ya ni siquiera estaba segura de esa información, sentía que se la habían dado hace tanto tiempo y ahora carecía de solemnidad. Neeve imaginó que en algún momento los cadáveres salieron de sus ataúdes podridos para caminar de nuevo, esa sería una razón y bastante escalofriante si fuera real o podría ser nada y los nativos sólo tuvieran ese ridículo miedo como el miedo que tenía su comunidad en Minos al probar bocados de cerdo en semana santa. 
     —No puedo decirte con quién estuve porque no sé ni dónde estaba, me estaba ocultando de ti o de esa ilusión que tanto dices —dijo Neeve sintiéndose incómoda por mentir, su pulso se aceleraba cada vez que lo hacía y sus mejillas enrojecidas podían delatarla, pero haría lo posible para mantener en secreto a los Norton y no permitiría que un pensamiento de traición se colase por su mente una vez más—. Cuando llegué al pueblo la gente se reunió a mi alrededor para matarme... No quería pasar por eso una vez más así que me oculté en la bodega de una casa. Crucé la zarza cuando escuché pasos cerca, no quería que me encontraras, ni tú ni nadie. La zarza cubría una especie de túnel así que caminé sin más y me trajo hasta el cementerio, no tengo idea de cómo o qué era hasta que lo mencionaste. 
     Emory pareció esbozar una débil sonrisa.
                     




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.