La Última Corona

Epílogo: "Jaula Dorada"

Era una habitación extremadamente bonita. Tenía dos pisos y era bastante grande. Casi todo estaba recubierto de un color dorado y poseía todo lo que se necesitaría para poder quedarse ahí adentro y no salir. No solo tenía lo típico de cada habitación, sino también una gran cantidad de lujos, desde todo tipo de instrumentos musicales hasta un jacuzzi. Lo único que parecía fuera de lugar eran lo que parecían ser unos semi-círculos grises pegados en algunas partes de las paredes.

Solo había una sola persona dentro de la habitación y ella era muy conciente de la situación en la que se encontraba. Esa hermosa y lujosa habitación era su cárcel. Una cárcel que habían hecho para ella, cuyo único pecado fue el haber amado. La mujer de largo cabello blanco brillante estaba sentada en un taburete mientras tocaba con las dos manos una gran arpa. Tocaba una bella y lenta melodía que sus dedos reproducían de memoria con cada toque. La música resonaba y rebotaba en todos lados. Era verdaderamente una pena que nadie salvo ella fuera capaz de escucharla.

Entonces, escucha unos pasos que se acercan. La mujer para inmediatamente de tocar el instrumento. Solo había una persona iba a visitarla en su cautiverio y era la misma que la había encerrado allí. Se abrió una puerta que tenía barrotes del otro lado y una persona asomó por ahí. Tenía ropas extremadamente elegantes con varias medallas y broches dorados, que denotaban su estatus. La mujer mira al recién llegado como si quisiera fulminarlo con la mirada mientras el hombre se limita a sonreír.

-Veo que tu habilidad con la música no ha disminuido ni un poco, hermana- dijo el hombre.

-No tienes derecho a llamarme de esa forma, Imperius- dijo la mujer- Lo perdiste en el momento en que me traicionaste.

-¿Traicionarte?- preguntó Imperius- La única que traicionó a alguien aquí eres tu, Inaela. Traicionaste a toda nuestra raza al enredarte con ese... demonio.

-Ese demonio es la persona más maravillosa que existe- dijo Inaela- No me hubiese entregado a él si no lo amara de verdad. Que tu no seas capaz de comprender lo que es amar a alguien desde la muerte de Miniel es un tema muy diferente.

-¡No te atrevas a mencionarla!- exclamó Imperius.

-¿Y si lo hago, que?- preguntó Inaela- ¿Acaso no te gusta recordar como murió en el parto? ¿O a lo mejor aún te cuesta aceptar todo lo que su muerte te afectó? Y luego te preguntas porque tu hija no te respeta.

-¡Silencio!- volvió a gritar Imperius.

Este tiró de una palanca que se encontraba en la pared, justo al lado de la puerta. Inmediatamente, aquellas placas semi-circulares empezaron a brillar y se tornaron de color azul. Una gema que Inaela tenía colocada en un collar que estaba alrededor de su cuello se encendió. De las placas salieron como rayos azules que se lanzaron hacia el collar y hacia el cuello de Inaela, provocándole un dolor intenso que se repartía por todo su cuerpo. Inaela gritó tanto como pudo y se llevó las manos al collar, como pretendiendo quitárselo, o, quizás, disimular un poco el dolor. Imperius no cambió su cara en lo absoluto mientras veía a su hermana combatiendo con esa tortura. Finalmente parece que se aburre y tira nuevamente de la palanca, parando los rayos. Inaela respira con dificultad intentando recuperar el aliento. Mira a su hermano con una cara de odio pero aún así sonríe.

-Que valiente eres Imperius- dijo ella- Torturándome de esta forma mientras estas protegido por esos barrotes. Como se nota que también encarnas la Cobardía. Si esta habitación no estuviera hecha de silenio, el cuál anula mis poderes, ya te hubiera empalado un millón de veces.

-No gastes energías innecesarias- dijo Imperius- Vas a estar aquí por mucho tiempo.

El se da la vuelta, dispuesto a irse y retomar asuntos más urgentes. Pero Inaela tenía otros planes. Va hacia los barrotes y se aferra a ellos, elevando su voz lo suficiente como para asegurarse de que su hermano lo escuchase.

-No creas que no me llegas las noticias aquí arriba, Imperius- dijo ella.

Imperius se detiene en el acto y gira su cabeza para mirar nuevamente a su hermana.

-No se de que estas hablando- dijo el.

-No te hagas el tonto- dijo Inaela- Se que mandaste a Hagith para que intentara matar a mi hijo. Y no solo no logró su objetivo sino que también sus alas fueron arrancadas. Se nota que escoges bien a tus comandantes.

-¿A qué quieres llegar con esto?- preguntó Imperius.

-A lo que tu ya sabes- respondió Inaela- La fuerza de mi hijo crece día tras día. Tiene a su lado a Lilith y algunos médium ya han sido convertidos en nephalem. La raza a la que tanto odias y temes esta resurgiendo. ¿Cuánto tardarás en ver que no tiene caso enfrentarlos? Ya lo intentamos una vez ¿recuerdas? Y sabes muy bien como terminó eso.

-Ahora son pocos y débiles- dijo Imperius- Si me pongo en serio entonces no durarán ni un segundo.

-Pues más te vale empezar, porque he tenido una visión- dijo Inaela- Una que no te gustará nada.

-Habla. Ahora- dijo Imperius.

-Cuando veas caer las Puertas Adamantinas, cuando veas arder el Pabellón Angélico, cuando veas destruida a la Capilla Ymiereta, cuando veas la bandera de los nephalem ondear sobre el Arco Eterno, entonces, solo entonces Imperius, conocerás lo que es el Miedo- dijo Inaela.



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Editado: 13.03.2018

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