La Última Oportunidad

CAPITULO 13 "BOLETIN A LA HORA DEL TÉ"

Con el regreso a la organización, Jack no dejaba de mirar por la ventana del vehículo. Aún tenía un nudo en el pecho, un remolino entre lo que había visto y oído. Las imágenes se repetían como un eco de las ruinas: fragmentos de cuerpos, el hedor penetrante, las marcas de violencia. Aunque no era la primera vez que enfrentaba esa crudeza, esta vez había sido distinta. Más cercana. Más real.

A su lado, Petryck e Isaak susurraban entre dientes, lo regañaban a medias, recordándole lo imprudente que había sido al internarse en el bosque, lo que pudo haber pasado. Pero para Jack, lo ocurrido no era más que la repetición de una rutina enterrada en su infancia: arriesgar la vida por un golpe de suerte, por una posibilidad mínima que alargara un día más la supervivencia. Así funcionaba la vida en las ruinas. Así había vivido.

La camioneta se detuvo. Jack se colgó la bandolera al hombro, a punto de bajar hacia las salas de desinfección, cuando Isaak lo detuvo con una mirada de cachorro curioso. Sus gafas estaban a medio caer dentro del casco.

— ¿Me vas a compartir el informe? —preguntó—. Quiero saber qué anotará Robert de lo poco que conseguimos.

Petryck, que venía detrás, le dio un manazo juguetón en el hombro, lo justo para apartarlo. Sonrió con la complicidad de quien ya conoce el trasfondo de esa “curiosidad”.

— ¡Ya, Isaak! Deja que Jack respire tantito con su libreta. Todo el viaje la tuviste tú encima. Si Robert ya te dio su ofrenda del Nexo… no me imagino cómo te pondrás cuando le dé la suya a Jack.

— ¡No es eso! —replicó Isaak, ruborizándose hasta las orejas mientras intentaba alcanzar sus lentes por debajo del visor—. Solo quiero mejorar mi trabajo. Además, Robert nos da regalos a todos, no veo por qué tendría envidia...

Jack bajó la mirada apenas, sonriendo sin mostrar los dientes.
Tic... tic... tic...
La prótesis golpeaba suavemente la bolsa al ritmo de su incertidumbre.

— Tranquilo —dijo—, te lo compartiré… Aunque, siendo sinceros, creo que con lo que hicimos no fue suficiente.

— Justo eso me preocupa —añadió Isaak, y la broma fue apagándose como una vela sin aire—. Las muestras no bastarán.

Petryck iba a decir algo más, pero Robert los interrumpió desde adelante, hablando con uno de los guardias.

— Chicos, ya conocen el protocolo —dijo con esa calma ensayada de quien ha pasado por esto decenas de veces—. Cámara de desinfección. Brazos extendidos, piernas separadas. A limpiar esos trajes.

Jack soltó una pequeña risa.
— Creo que ya me lo sé de memoria —bromeó, cruzando la cortina metálica hacia las regaderas químicas.

Dejó sus cosas en una bandeja, que enseguida cruzó por la banda hacia el área de descontaminación. Apenas entró al cubículo, la sustancia fría del químico lo envolvió. La alarma roja se encendió sobre su cabeza, repitiendo las instrucciones pregrabadas. El cierre hermético se activó. Y luego, el silencio allí estaba dentro del cubículo imaginando ser un guardia llegando de una misión peligrosa de manera heroica.

Cuando la puerta se abrió, salió del otro lado, se quitó el traje con cuidado y lo colocó sobre la rejilla. Recuperó sus cosas y esperó. Isaak y Petryck cruzaron poco después. Y tras ellos, Robert.
El hombre inspeccionó los contenedores, revisó que no quedara nada fuera de lugar, y al confirmar que todo estaba en orden, se giró con su tono habitual:
— Bien, los expedientes los actualizaré mañana temprano. Pueden irse a descansar. Sé que la práctica no fue perfecta… pero es suficiente por hoy.

Isaak dejó escapar un suspiro de alivio.
Jack, en cambio, se quedó observando a sus compañeros. Esperaba algo más.

— Ustedes vayan al comedor —añadió Robert—. Dzhek y yo entregaremos un informe en la base Alpha.

Jack alzó la cabeza de golpe, los ojos tan abiertos como dos manzanas verdes.
— ¿¡Con los guardias!? —se le escapó con demasiada emoción.

Todos lo miraron.
Él bajó la voz al instante, apenado.
— Digo... ¿con los guardias?

— Claro. Es momento de que conozcas Alpha. De todas las facciones, es la que menos has explorado —respondió Robert con tono neutro, ignorando que Jack ya había estado ahí antes, aunque no oficialmente.

— Nos vemos en el almuerzo —dijo Petryck, guiñándole un ojo antes de alejarse junto a Isaak, quien caminaba aliviado, soltando risitas tontas por lo bajo.

Jack los observó marcharse. Y pensó para sí:
"¿Entonces ellos ya tienen su ofrenda? Son sus hijos..."

No dijo nada. Solo caminó junto a su padre por los pasillos iluminados con ese brillo clínico tan característico de la organización. Al llegar al patio, la luz natural era más intensa, pero no por ello más cálida.
Jack sintió la presión en el pecho.

— Padre… tengo una pregunta.

Intentó guardar su mano en el bolsillo del pantalón, pero la prótesis falló. Whrr… tck…
Se apagó brevemente.

Robert no se detuvo. Solo redujo el paso para caminar a su lado.
— Una pregunta merece una respuesta —respondió con serenidad.

— Mamá decía que la ofrenda del Nexo era un regalo que los padres daban cuando un hijo completaba las 14 etapas de nacimiento... ¿Por qué se las diste a Isaak y a Petryck...? ¿Ellos los ves como tus hijos?

Entonces, como una ráfaga suave entre la confusión y la tristeza, llegó a su mente un recuerdo.

Él y su madre, en aquella pequeña cafetería donde solían trabajar. Afuera, el invierno kreuzoviano cubría las calles con su manto blanco, y adentro el aroma del café recién hecho llenaba cada rincón, dulce y penetrante, como un refugio tibio contra el frío.

Jack, de apenas unos años, se sentaba en una esquina del mostrador, con las piernas colgando y los ojos curiosos. Mientras su madre atendía sonriente a los clientes (con esa mirada cansada que nunca dejaba de brillar), él observaba en silencio algo más.

Un hombre al fondo, arrodillado frente a su hijo, entregándole una pequeña caja envuelta con sumo cuidado. El niño la recibió con las manos temblorosas. Era una ofrenda del Nexo. El gesto entre ambos era tan íntimo, tan cargado de amor, que a Jack le dolió un poco el pecho.




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