Las manos ensangrentadas de los extraños atacantes golpeaban el vidrio mientras Lance respiraba profundo y los clientes del motel entraban en pánico.
No faltó quien levantó su teléfono para marcar a emergencias o a quien pudiese ayudar pero nadie contestó. La esposa de Pablo corrió hasta la cercana recepción, levantó el teléfono y marcó desde ahí. El frío aparato en su oído no emitía ningún sonido más que el indicador de llamada en espera.
El suelo de color claro era manchado por una estela de sangre, que producía Lance al cargar a Mikaela hacia una pequeña bodega, donde no había gritos ni histeria, solo paz y mucho olor a detergente. Entre limpiavidrios, desengrasantes y perfumantes, Lance se quitó la camiseta mojada para hacer presión en la mordedura que Mikaela tenía en su cuello, por la cual se le estaba escapando la vida. Con suavidad trataba de limpiar la sangre, comprobando que ésta no dejaba de salir.
Mikaela sonreía como si esto fuese la renuncia a todo. Él hombre le miraba extrañado.
—¿Por qué te ríes?
—Es que me siento como estúpida, creí ver a mi marido allá afuera, era él a quien se estaban comiendo ¿o no? —preguntó la mujer, tosiendo.
Lance miró al suelo —No lo sé— respondió.
—Esto es el fin Lance, lo sabes, así como yo también lo sé, puedo verlo en tus ojos. —La mujer cerró sus parpados un momento.
—Vendrá la ayuda, debes sujetar esto muy fuerte en tu cuello. —Tras esas palabras, Lance se levantó y dejó a Mikaela sola por un momento. Al salir de la bodega, se encontró con la misma histeria.
—Debemos irnos —pronunció Lance, pero nadie le escuchó. —¡Debemos irnos! —exclamó nuevamente, pero esta vez gritando.
—¿Ya viste allá afuera? —preguntó Dimitri, pero Lance no contestó, solo se dedicó a ver el estado deplorable en que Begoña se encontraba. La mujer yacía más pálida aún que Mikaela, había perdido mucha sangre.
—Debemos ayudarlas —afirmó Lance, con determinación.
—No podemos ayudarle, ha perdido mucha sangre y no contesta emergencias.
—Saldremos por atrás, al final del pasillo hay una puerta de emergencia —señaló Lance, con la misma autoridad y liderazgo que le caracterizaba desde hace un rato. Pero Dimitri se oponía cada vez que podía.
Lance volvió a la bodega, Mikaela yacía como dormida pero lograba escucharle.
—Mikaela, te sacaré de aquí. —La voz de Lance hizo que la mujer abriese los ojos repentinamente.
—Debes irte Lance, debes irte pronto y dejar toda la mierda en la que vives hoy.
—Cállate, voy a sacarte por la puerta de atrás, no hagas ningún ruido, trataré de llevarte a mi automóvil, luego iremos al hospital —prometió Lance. Pero Mikaela levantó su mano izquierda cerca de la mejilla de Lance.
—Perdóname Lance, te arrastré a eso que no es bueno, que no nos hizo bien a ninguno de los dos. —afirmó Mikaela, soltando un par de lágrimas.
—Mikaela, debes callarte —sugirió el.
—No Lance, no hay ninguna palabra ni cosa que yo pueda hacer, para tener más vida, me estoy muriendo —afirmó ella, mientras aceptaba su destino.
—¿Qué hago? —preguntó Lance, conmocionado.
—Acompáñame, no quiero estar sola. —Ante esas palabras Lance, se sentó a su lado y tomó su mano, esperando los minutos.
Afuera, en la recepción, los pasajeros del motel cuidaban de Begoña y saltaban con cada impacto que los infectados de fuera, perpetraban en contra del vidrio de la puerta principal.
El vidrio cedió y se trizó en decenas de pedacitos, dejando un hueco en la contención. A través de ese agujero se coló la mano de una de las mujeres atacantes. Con horror los pasajeros contemplaron como la piel de ella sangraba debido a los cortes que se hacía al insertar su brazo por el vidrio roto.
—¿Qué hacemos? —preguntó Pablo.
—¡Abre la puerta! —ordenó Lance, mientras Dimitri se concentraba en buscar el arma de Mikaela, al principio pensó que se había quedado a fuera, pero entre tanta ansiedad, miedo y gritos, la divisó en el suelo, al costado de la recepción. Fue entonces cuando avanzó hasta ella e intentó disparar, pero no sabía hacerlo, además, tampoco tenía balas, así que comenzó a buscarlas en el cajón.
—¡Abre la puerta! —gritó Lance nuevamente, provocando que Pablo cerrase sus ojos con intensidad, los gritos dentro y el viento afuera causaban estragos en su mente. Así que con ímpetu abrió la puerta, la infectada entró sangrando y Lance la tomó por el cuello, sujetándole.
Pablo cerró la puerta, mientras que Lance llevó a la infectada hasta las cercanías de la recepción donde empujó a la reanimada a través de una mesa de vidrio, la cual se quebró. El hombre al divisar a la infectada en el suelo, se acercó y le pisó la cabeza muchas veces hasta que cesó todo movimiento.