Miles de personas atravesaban el oriente de Marckova, el distrito central ardía a lo lejos y los grandes edificios parecían chimeneas oscureciendo el cielo azul frío de la metrópolis.
Una hilera de soldados de cada lado protegía a los civiles que acarreaban sus historias, sus hijos, animales domésticos y sus pertenencias.
A través de las radios y otros dispositivos, lo que quedaba del gobierno iniciaba su comunicación. La plaza de los lamentos en Marckova aún tenía iluminación, así que la gente se detuvo en ella un momento para ver la transmisión del último presidente de Adrussia.
<<Queridos compatriotas
Esta es la última vez que me dirijo a ustedes. Como ya sabrán estamos siendo víctima de la pandemia más potente que ha visto el mundo.
Les pido desde lo profundo de mi corazón que el día de mañana, cuando la incertidumbre sea el único gobernante no se olviden de estas palabras. Me encantaría decirles que haremos algo para impedir nuestra propia destrucción, sin embargo no puedo mentirles.
Los muertos se han levantado, ante eso solo podemos unirnos y combatir como la familia que somos. Somos una nación con diferentes creencias y religiones, pero mis palabras solo quieren impulsar al espíritu humano, expresado en todo lo que hemos creado. Si somos una familia, comportémonos como hermanos, sin miramientos entre extranjeros y Adrussos, aquí no hay más Comunistas, ni Capitalistas, no importa si eres Evangelicano, Katolichesko, Gokuísta, o Ateo. No tiene importancia si éramos ricos o pobres, ya no es relevante nuestra educación. Avanzamos todos juntos a la oscuridad, hasta que seamos solo pequeñas antorchas brillando, luchando por no morir. >>
La transmisión se interrumpió en todos lados, la gente se desesperó, abrazó a sus hijos con temor, incluso algunos soldados se detuvieron para llorar, sacándose sus cascos.
La hilera de sobrevivientes avanzaba con miedo por la avenida de los tanques, mientras los soldados continuaban con su guardia, hasta que una gran horda de infectados apareció por las calles que venían del sur. En distintas locaciones los muertos atacaron y los vivos intentaron repelerles.
La gente corrió hacia el norte, resguardándose en los edificios, sujetando puertas, cerrando ventanas pero los muertos eran más. No faltó el padre que durmió a su familia con la punta de su arma, o la llave de gas abierta permitiendo que cientos murieran sin dolor. Los solitarios se colgaron en sus casas, Marckova se envolvía en muerte.
Lejos del centro Luisa lloraba desconsolada sobre el sillón de Aarón, mientras el psicólogo se movía de un lado hacia otro, acarreando cajas, maletas y otras cosas.
En un momento, el psicólogo se detuvo en frente de Luisa. —Debemos irnos —propuso, haciendo que la mujer levantase su rostro.
—¿Dónde iremos Aarón? —preguntó Luisa, ladeando su rostro, mientras le hablaba sin fuerzas al que fue su pareja.
—Iremos donde Scarleth, creo que juntos podemos más —afirmó Aarón, tratando de hacer sonreír a la mujer de cabello negro y ojos claros.
—¿Cuándo tiempo tardaremos en morir? —preguntó Luisa, llorando con amargura en su rostro.
—No voy a morir hoy, no aquí, no ahora —pronunció Aarón con determinación. Luego se puso de pie y levantó a Luisa con él. —Sobreviviremos con Scarleth y Elijah, y tú, ten fe en mí —solicitó Aarón, tomando las manos de Luisa. Ella asintió con conformidad siguiéndole.
...
Para cuando Elijah despertó, se encontraba en el automóvil de Ferdinand. La luz del sol entró por la ventana incomodando el descanso del hombre.
Elijah se incorporó, salió del vehículo tapándose los ojos debido a la claridad.
—¡Hey! Olvidaste entrar tú caja de mercadería, ya la entré yo —comentó Ferdinand, mientras tiraba unas ramas de árbol en el fuego.
—Gracias, sí, lo olvidé anoche, estaba cansado —agregó Elijah, mirando hacia el río.
Norma preparaba huevos revueltos en un fondo sobre el fuego, Elisa en cambio peinaba a su hermana, mientras Zorán jugaba a un videojuego portátil.
—¿Cómo cargas tu dispositivo? —preguntó Elijah, extrañado.
—Ah, tenemos paneles solares en la casa rodante, así que se carga con ese sistema —respondió el muchacho, haciendo que su madre se sintiese orgullosa de su vehículo.
—Debo decir que tuve mucho ojo para encontrar ese vehículo, Ben quería que comprásemos un camión y adaptarlo, pero conozco como son los hombres, dicen que harán las cosas, compran los materiales para hacerlas pero al final del día, no hacen nada más que comer, beber y dormir —pronunció Norma, haciendo reír a Elisa y su hermana.
Elijah asintió en silencio, se alejó unos metros de ese punto para dirigirse al río a lavarse la cara. Cuando se reclinó sobre su cuerpo, para mojar sus manos en el agua fría, se dio cuenta que ya no podía estar más helada. Entonces se armó de valor, mojó su rostro y exclamó una grosería.
Sin embargo un balazo de escopeta le desconcertó, aquel sonido movilizó a todos hacia el centro, menos a Ben, quién seguramente fue el autor del disparo.