«Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella,
que soportar su pensamiento sin morir».
Blaise Pascal
SUEVIA
Bosque de las Ánimas, 1985
Delicados zarcillos de niebla deambulaban por el suelo de hojarasca, perezosos y aburridos en una noche que no auguraba ningún entretenimiento, hasta que descubrieron mi presencia. A saber qué pensarían de aquella chica pálida y flacucha que caminaba a trompicones sin dejar de mirar por encima de su hombro. Supongo que se alegraron de hallar una distracción, pues me recibieron con un gélido abrazo antes de arrastrarme al corazón del bosque.
Intrigante y extensa era la literatura que se había escrito en torno a este pedacito de tierra y vegetación, situado a diez minutos a pie desde A Ferrería. Las ideas que un puñado de escritores anónimos habían plasmado sobre lo que albergaba su interior resultaban confusas, a menudo plagadas de dobles sentidos y contradicciones. Yo lo sabía bien porque había devorado docenas de relatos sobre la materia, aunque jamás conseguí extraer ninguna conclusión definitiva acerca de la naturaleza del bosque.
Resultaba complicado ofrecer una explicación coherente a las manifestaciones que se producían en este enigmático lugar, pues desafiaban descaradamente las teorías de la física clásica. ¿Cómo lo hacían? Para empezar, las agujas de las brújulas bailaban a su antojo, el aire apenas contenía oxígeno en ciertas zonas y la ley de la gravedad se reinventaba en tramos concretos. ¿Las culpables de tales desaguisados? Las ánimas, sin duda. Tristes almas perdidas que, ante la imposibilidad de cruzar al más allá, se encargaban de hacer que nada funcionase en el bosque por pura diversión. Confieso que me sentía cautivada por aquellos seres espectrales. Supongo que, en cierto modo, me identificaba con la melancolía que se adivinaba tras su lánguido fulgor.
En todo caso, aquella noche tenía la sensación de que la oscuridad se adhería más que nunca a mi piel, como un famélico parásito decidido a succionar la escasa cordura que me quedaba. Apenas podía ver por dónde pisaba, lo que me obligaba a caminar en constante tensión. Al parecer, los carballosse habían aliado con los castaños y las acacias para tejer un frondoso tapiz vegetal que envolvía todo en una perpetua sombra. Procuraba aprovechar las ocasionales salpicaduras de plata que desparramaba la luna para beber su luz y esquivar las trampas del bosque, pero cuanto más me adentraba en sus entrañas, más difícil resultaba pisar sobre seguro.
Las dudas no tardaron en cernirse sobre mí bajo la apariencia de espectros burlones. ¿Acaso tenía licencia para invocar a una de las criaturas más especiales y prohibidas de los bosques gallegos?
«No eres más que una niña impaciente, ladrona de bebés, que vive en un eterno valle de lágrimas alimentándose de su autocompasión. No te queremos aquí. Ya tenemos suficiente con nuestro llanto».
Me detuve en seco al escuchar aquellas palabras, y al hacerlo, la mochila rozó fugazmente mi espalda provocándome un escalofrío. «No me has secuestrado para nada, ¿verdad?», me reprochó el pequeño cadáver con su vocecita infantil amortiguada por la lona. ¡Cuánto deseaba deshacerme de mi carga y arrojarla a la oscuridad!
Desalojé aquellos pensamientos inútiles de mi mente y reanudé la marcha, prácticamente adivinando el camino, hasta que unas lucecitas azuladas brotaron en la oscuridad. «Fuegos fatuos», pensé. Me mantuve a una prudente distancia para admirarlos mientras deseaba con todas mis fuerzas que me acompañasen en mi viaje. Por desgracia, parecían tener otros planes, aunque revolotearon brevemente sobre mi cabeza antes de desvanecerse, dejando un rastro de polvo brillante que las sombras del bosque devoraron sin piedad.
Al fin divisé una hoguera. Feliz de hallar una prueba de que el mundo seguía girando, apreté el paso procurando ignorar el bamboleo de la mochila contra mi espalda. Pronto me encontré frente a un racimo de lenguas ígneas que danzaban sobre la superficie de un lago infinito. Era un espectáculo bellísimo, aunque inexplicable.
—A veces conviene olvidar los pensamientos fabricados por otros y dedicarse a la indagación —dijo una voz a mis espaldas.
Editado: 07.12.2022