La Última Sombra

7. El Resplandor del Oro

 

Los golpes resonaron con tal fuerza que amenazaron con reventarle no solo los tímpanos, sino también la cabeza. Un alarido escapo de sus labios, intento reducir el impacto envolviéndose en una almohada, pero nada parecía reducir aquellos potentes golpes.

Molesto y adolorido, fue que abrió despacio los ojos. Un quejido escapo desde lo más profundo de su ser al volver a escuchar los potentes golpes y sentir que su cabeza estaba a punto de explotarle.

—¡Ya voy! —logró escuchar que gritaba alguien, por un momento se planteó la idea de gritar, aunque el dolor de cabeza era tan intenso que prefirió guardarse sus palabras para sí mismo.

Aunque le hubiera gustado tumbarse y quedarse dormido por la eternidad, su garganta estaba tan seca como un desierto y le estaba exigiendo un poco de agua.

Se puso en pie dejando escapar un alarido, se llevó una mano a la cabeza en un intento por reducir el dolor, caminó con pasos lentos hasta la escalera, mientras bajaba, fue que recordó que alguien había estado golpeando la puerta con tal empeño que le había despertado.

—Claro, adelante, pase —decía Raelys cuando Kaebu lograba bajar con éxito de las escaleras. Un extraño escalofrío le recorrió la espina dorsal al ver a uno de aquellos hombres vestidos totalmente de negro, con una bata blanca y una máscara cubriéndole el rostro. Se quedó inmóvil, Raelys clavo sus verdes ojos en él, solo tuvo que ver su despeinado cabello pelirrojo para comprender que a ella también la habían levantado—, Kaebu, un Hombre de Blanco te busca. Los dejo a solas para que hablen.

—¿A dónde vas? —preguntó en un susurro cuando Raelys paso a su lado. Al que había llamado Hombre de Blanco permanecía inmóvil.

—Estoy muerta de cansancio —explicó con voz apagada, le regaló una débil sonrisa—, y como no es a mí a quien buscan, iré a dormir por las próximas veinticuatro horas. No le hagas esperar, son gente muy ocupada.

‹‹Y también muy tétricas››, pensó mientras miraba a Raelys abrir la puerta que estaba debajo de las escaleras, entró y cerró tras de sí, dejándole a solas con aquel tétrico personaje. Le hubiera encantado poder tragar saliva, era una lástima que su garganta estuviera tan reseca.

Buscando acabar con aquello lo más pronto posible, caminó al encuentro del tétrico hombre. Solo vestía unos calzoncillos junto a una playera blanca.

—Kaebu Spearhead —dijo con aquella aguda voz.

—Así es —respondió un poco dudoso.

—Tal vez no me recuerdes, es lo más sensato. Pero fui yo quien te trato las heridas cuando termino tu Combate de Sucesión —hasta ese momento Kaebu entendió porque estaba allí.

—Vienes a quitarme las grapas, ¿Cierto? —El Hombre de Blanco asintió con un movimiento de cabeza—. ¿Quieres que vayamos a mi habitación?

—Por supuesto —Kaebu, haciendo un enorme esfuerzo para que el dolor que sentía no se reflejara en su rostro, guió al Hombre de Blanco hasta su habitación, deposito su maleta encima de la cama—, por favor, ven aquí.

El Hombre de Blanco se sentó en la orilla de la cama, Kaebu le obedeció, se paró frente a él, el hombre le pidió que se diera la vuelta.

—¿Sera necesario que me quite la camisa? —interrogó Kaebu al recordar al dragón negro que llevaba tatuado en la espalda, por la forma en que hablo Layla, al parecer no estaba bien visto que alguien se tatuara dicho dragón, por lo que quería evitar preguntas incomodas.

—No, no es necesario, solo si puedes ayudarme sosteniendo la playera —el Hombre de Blanco levanto su playera, sabiendo que le estaba haciendo un enorme favor, Kaebu se apresuró a tomar la tela para dejar su costado descubierto.

El medico abrió su pequeño maletín y extrajo unas pinzas plateadas, se acercó un poco a su costado, le palpo con aquellos dedos cubiertos por cuero cálido, acercó la pinza con cuidado, Kaebu apretó los dientes, las pinzas cogieron la grapa de metal, solo basto con un simple movimiento hacia afuera para retirarla, Kaebu se sorprendió ya que no sintió ni un poco de dolor. Cuando tuvo el valor suficiente para mirar abajo, vio como el Hombre de Blanco retiraba la última grapa y la guardaba en una pequeña bolsa de plástico, que termino guardando en su maletín.

—El corte ha sanado de la mejor manera posible —anunció mientras deslizaba un dedo de cuero siguiendo el camino dejado por el corte—. Ahora veamos esas manos.

Kaebu dejó caer la parte de tela, se giró y estiró las manos, le sorprendió mucho que aun llevara las vendas alrededor de las manos, el Hombre de Blanco se las retiró con sumo cuidado.




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