La vida que deseé vivir

Conociéndome

Entré, y vi que todo estaba normal. No sé porque esperaba que algo hubiera ocurrido o cambiado, estaba más que consciente de que nadie pasaba en mi casa, nadie más que yo. Tenía alrededor de un año viviendo sola; no había sido una transición fácil, y mucho menos para mí, una persona tan complicada. Me fui de mi casa porque simplemente ya no tenía más retos en mi vida. Me gradué de la universidad, conseguí un buen trabajo y todo en mi vida marchaba más que bien. Pero algo me faltaba y eso no me dejaba vivir tranquila. Tenía todo lo que quería, comida, refugio, amor, compresión, pero es que cuando te dan todo tan fácil se crea una rutina y siempre le he temido a eso. Y como dije antes, soy una chica complicada.

Así que, cerré la puerta, suspirando y mirando todas las cosas en su lugar, hacía falta una limpieza y con urgencia, pero ese día estaba cansada. Cansada de que todo siguiera igual, porque precisamente por eso había dejado a mi familia, porque quería algo diferente, pero yo ya estaba creando una rutina de mi vida solitaria. Me tiré a la cama y comencé a pensar en qué me había equivocado esta vez, porque, a pesar que aún no conseguía acoplarme a la vida como una persona independiente, había procurado hacer cada día una actividad diferente; desde ir a algún bar, jugar al billar, salir con mis amigas, con otros amigos, conocer personas, hacer servicios sociales, aprender el piano, la guitarra, correr, bailar, salir a caminar, etc., etc… Pero eso no me era suficiente, al parecer; porque yo seguía sintiéndome parte de una rutina, aunque asistía a clases cuando estaba de humor, visitaba siempre un bar nuevo, con mis amigas casi habíamos recorrido todo el país y todo, absolutamente todo lo hacía sin ningún cronograma. Esto me traía muchos problemas, sobre todo en el trabajo, y en mis relaciones, pero era lo que me hacía feliz, o al menos eso creía yo, porque acababa de darme cuenta, que sin querer, eso también era una rutina, la rutina de no hacer las cosas como una rutina.

Lloré. Era en esos momentos, cuando me hallaba completamente sola, en los que lloraba con más intensidad y sentimiento. Era imposible, que ahora que lo tenía todo a mis pies fuera tan infeliz. Ahora que mi vida se enfocaba en mí, ahora que podía llegar a mi casa a la hora que mi cuerpo no aguantara más, así fuera una vez por semana; ahora que nadie me mandaba a limpiar u ordenar, ahora que podía, si quería emborracharme hasta quedar inconsciente sin que nadie me juzgara. Estaba viviendo la vida que soñé desde que tenía memoria, pero eso me quedaba aún demasiado corto… ¡Lo ven! Una persona demasiado complicada…

Y no estaba del todo sola, porque la soledad es una amiga traicionera. Tenía vecinos fabulosos, con los que podía compartir las cenas, y otros asuntos sociales. Puedo decir, que si esa noche, yo hubiera necesitado consuelo, tenía mil números a los cuales llamar, que sabía que podían llegar sin ningún reproche y quedarse conmigo hasta que yo dijera basta. Pero ese día necesité estar sola, con la compañía de mi cerebro atormentador, tratando de encontrar otra solución que me hiciera feliz.

Cuando me hube tranquilizado, me senté a leer. La lectura era mi pasión, y hacía que me olvidara de todos mis problemas. De todos los libros que en mi vida había podido leer, había aprendido muchas cosas que me gustaba aplicar en mi vida diaria, porque me sorprendía comprobar la inteligencia que poseían algunas personas, que hablaban de sociedades futuras sin conocerlas, habiendo muerto algunos años atrás, pero le acertaban tanto a los comportamientos de las personas, como si ellos mismos hubieran vivido en este siglo. Leí hasta que mis ojos me pidieron descanso. Eran alrededor de las 10:30 y mi estómago no había probado nada desde el almuerzo. Me preparé algún sandwich y me senté frente a la televisión, que como siempre, no tenía nada interesante que mostrar. Vi cualquier cosa mientras me terminaba mi cena, preparé las cosas para el día siguiente y me dispuse a dormir.

Jamás olvido esa sensación tan placentera de acostarte en tu cama luego de días sin haberla tocado. Esa semana había tenido de todo un poco, como todas las semanas, y me había quedado en casas diferentes. Un día con mi novio, otro día con Lucy, otro día en la casa de Jaime con Alberto, Gabi y David, y así. Era cansadísimo, porque al salir del trabajo debía llegar a mi casa por más ropa, pasar por algún super por comida y manejar hasta la casa donde me quedaría. Y al día siguiente, levantarme temprano aunque estuviera de goma, ir al trabajo, y repetir la acción si es que deseaba quedarme en otro lugar. Pero me gustaba hacerlo, porque sentía que era libre y que, de todas maneras, nadie me esperaba en casa. Pero eso era una rutina también. A pesar que no realizábamos todos las mismas actividades y de que no me quedaba en los mismo lugares, para hacer eso, yo tenía mi rutina. Esa de hacer una cosa luego de la otra. ¡Y sí que lo odiaba! Primero iba a mi casa, luego al super, la llamada de: “Si, acá estoy, aún hay tráfico pero llego en unos 10”, llegar a la casa, convivir, dormir, ir al trabajo, y todo lo demás. Trataba cada día de cambiar las cosas, pero al final, siempre terminaba repitiendo alguna y eso me frustraba. Necesitaba comprender, que para algunas cosas, la rutina era esencial, porque son como un acceso rápido a las cosas, pero para mi era solo un fastidio.



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En el texto hay: trabajo, amistad, aprendizaje

Editado: 06.04.2018

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