Cuando tenía veinte años, Giovanna conoció a Étienne Flamcourt; un joven francés que decidió ir a estudiar a Italia en ese entonces. Se conocieron en Roma, en donde ella estudiaba enfermería y se enamoró completamente de él, pero él no buscaba una relación seria.
Luego de romperle el corazón, regresó a Francia dejando a la chica devastada, le tomó años y mucho esfuerzo lograr superar todo eso y cuando estaba a punto de conseguirlo, Étienne volvió a aparecer. Esa vez, decía que había madurado y que estaba preparado para algo serio; así que ella lo perdonó y volvieron a estar juntos. Llevaban dos años juntos cuando Giovanna quedó embarazada y Étienne no tardó más de tres meses en irse con otra mujer que era unos años menor. No solo la abandonó a ella por segunda vez, sino que los dejó a ambos, a Giovanna y a Oliver, en el momento en que más lo necesitaban. Por esa razón, ella le exigió que firmara un documento en el que renunciaba a su hijo y él aceptó sin dudarlo, causándole cada vez más dolor a la mujer.
—Permiso —Lexie tocó despacio la puerta y entró a la habitación, Giovanna al verla sonrió mientras se secaba un par de lágrimas rebeldes—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
—No, son solo recuerdos. Ya sabes, de esos que tienes más que claro que te hacen mal pero no puedes dejar de reproducirlos en tu mente una y otra vez.
—Somos masoquistas las mujeres, tengo la teoría de que está en nuestra naturaleza.
Giovanna volvió a sonreír levemente. En realidad, cuando su hermano le hablaba de Lexie, ella creía que exageraba pero teniéndola en frente se dio cuenta de que todo lo que decía era verdad. Era una gran mujer y le agradaba mucho su compañía.
—Yo no me iba a venir a vivir aquí, me iba a quedar en Italia o incluso hasta pensé en irme a vivir a Francia —comenzó a contar la mujer, definitivamente necesitaba una persona en la que poder confiar además de su hermano y la rubia le parecía digna de confianza—. Tenía tantos planes, íbamos a formar una familia, era tan tonta y el amor me tenía cegada; no veía la mierda de persona de la que estaba enamorada. Yo habría dado mi vida por él y lo único que él hizo por mí fue irse con su secretaria poco después de saber que yo estaba embarazada. Digo que lo hizo por mí, porque sinceramente fue lo mejor para mí.
La chica no pudo contener las lágrimas, nunca se había atrevido a contar su historia en voz alta, se la repetía una y otra vez en la mente pero nunca fuera de ella. Tampoco es que tuviera a quién contárserlo, no le gustaba causarle ese tipo de preocupaciones a su hermano. No después de todo lo que él había pasado. Lexie se acercó a ella y le tomó la mano para darle apoyo.
—Siempre supe que me estaba engañando —susurró—, era obvio. Pero yo creía en la frase «cuando se ama, se perdona», me sorprende lo estúpida que fui. Lo sigo siendo, la verdad y por eso me vine, sabía que si me quedaba y él regresaba pidiéndome perdón, yo caería nuevamente y no podía permitir que nos ilusionará y nos dejará otra vez, no dejaré que lastime a Oliver. Conmigo puede hacer lo que se le dé la gana pero con mi hijo no. Le exigí que renunciara a la paternidad en un intento de que se diera cuenta de lo que estaba perdiendo y lo peor de todo es que ni siquiera le importó hacerlo.
—No fuiste estúpida, todos cuando estamos enamorados hacemos locuras, perdonamos lo imperdonable hasta que un día nos damos cuenta de que no es justo que solo una persona esté haciéndolo todo para salvar la relación y el otro no —Lexie habló desde el corazón, sabía muy bien lo que sentía Giovanna—. Yo estaba muy enamorada cuando supe que el padre de mis hijos me engañaba, pero no pude perdonarlo. Recién ahora, después de tres años soy capaz de dirigirle la palabra y siento que mis heridas están sanando, pero fue difícil. La confianza jamás se recupera, por más que lo intentemos, nada vuelve a ser igual una vez que se pierde.
—¿Mi hermano tiene que ver algo en eso de las heridas que están sanando? —Lexie abrió mucho los ojos sorprendida ante la pregunta un poco indiscreta y no pudo evitar sonrojarse—. Lo siento, Luca dice que no tengo filtro.
—Lo noté en los minutos antes del parto —bromeó Lexie, haciendo que Giovanna también riera.
—Entonces, ¿las dos somos unas cornudas?
—Mis amigas prefieren el término «maléfica».
Giovanna lanzó una carcajada, seguida de una mueca de dolor debido al esfuerzo ya que aún estaba delicada por el parto.
—Creo que no quiero enterarme de qué hablaban —Gianluca había entrado a la habitación cuando Lexie estaba terminando la frase.
—¿Me trajiste chocolate? —preguntó Giovanna ansiosa mientras acariciaba la pequeña cabeza del bebe a quien tenía en sus brazos.
—No, nada de chocolate. Te tienes que alimentar bien ahora que él depende de ti.
—¡Luca! —la joven hizo pucheros pero su hermano no cedió.
—Te pareces a Venecia cuando haces eso —sonrió con la mirada fija en Lexie—. Mala suerte que tengas un hermano médico que no dejará que hagas desorden con la comida ni con nada.
—Te odio. Lexie te ignorará si no me das chocolate.
Gianluca y Lexie se miraron y no pudieron evitar soltar una carcajada, que hizo reír también a la pequeña que venía atrás. Ella si estaba comiendo una barrita de chocolate.
—A veces pienso que tengo dos hijas —bromeó Gianluca mirando a su hermana con cariño. Era la persona más importante de su vida, después de su hija.
Giovanna le preguntó a Lexie si es que quería cargar al bebé y ella accedió, tomó al pequeño en sus brazos y comenzó a caminar lentamente con él por la habitación. Oliver, solo la observaba con esos enormes ojos que tenía y una sonrisa, se sentía cómodo en los brazos de aquella mujer. Por alguna razón, ella siempre formaba una buena relación con los niños y bebés.
No se quedaron mucho tiempo más ya que la nueva madre debía descansar y el bebé también. Cuando se despidieron, Gianluca le dijo a Lexie que el lunes tendría los resultados de Cielo y que se pasara por su consulta cuando tuviera un tiempo libre.
Editado: 11.08.2020