La Villana del Emperador

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2: DEMIR, EL REY TIRANO.

Erin escuchó tarde el grito desesperado de un subordinado a sus espaldas. Reaccionó solamente cuando ya tenía la cola del animal arriba de ella. Era un león negro, pero no cualquiera, poseía una cola larga en forma de tenaza, en su mundo, le llamaban alacrán.

En el instante en que logró reaccionar, pudo crear un escudo impidiendo a la bestia alcanzarla con sus tenazas y afiladas garras. Comenzó a correr, su vida dependía de ello. En cuanto logró esconderse al menos unos segundos, observó a la criatura; en efecto, algún sacerdote debió haberla invocado. Con sólo ver el nivel del monstruo, uno se podía hacer la idea correcta sobre quien lo controlaba.

Sin embargo, toda criatura llega a este mundo con una orden. En conclusión, la orden de este era clara, acabar con la vida de Erin.

En cuanto el árbol comenzó a caer, ella continuó huyendo. Intentó con todas sus fuerzas no hacer ningún ruido, al menos no hasta lograr invocar otra bestia o contrarrestar esta con algún hechizo, aunque, las posibilidades de salir ilesa eran nulas, no quería perder la esperanza.

Erin pudo observar que no muy lejos había un pequeño lago, quizá si tenía la suerte de llegar hasta allí el león no podría alcanzarla debido a que al ser un felino, no sabía nadar. Entre su debate, el cuerpo reaccionó mucho antes que su mente, para cuando se dio cuenta, levantaba su vestido observando los pies enterrándose en el fango.

De pronto, un rugido desestabilizó sus piernas provocando que esta cayera directo al suelo mohoso llenándose de barro.

— Veo que te escondiste muy bien bruja. Recuerdo aún el sabor de tu madre, era asqueroso porque no tenía ni una gota de magia pero tú, en tu aura puedo notar todo el mana que desprendes.

Erin no se había percatado que su cabello cambió en cuanto sintió miedo. En su mundo el depredador más grande fue un dinosaurio extinto 65 millones de años atrás, sin embargo, hablando de fantasía, todo podía suceder.

La bestia comenzó a acercarse paso a paso, lentamente, como si fuese su presa. En ese instante ya estaba fuera de sí pues hablar de sus padres no era precisamente un tema de su devoción. Mucho menos la manera tan horrenda de morir que tuvieron pues, a pesar de que ella no vio por sí misma la muerte, logró recordar cada instante gracias a la verdadera. Al instante, pasó del miedo al enojo, provocando que su cabello cambiará a un rojo intenso.

La verdadera Erin, tenía un don especial. Pará resumir, todas las brujas nacían con un don único y especial. En su caso, era la capacidad de modificar el color de cabello de manera involuntaria al tener distintos sentimientos.

— Cállate, ustedes son unos cobardes por no enfrentar a una bruja cara a cara y esconderse tras esta bestia. Ya verán que los encontraré, pero no sólo eso, pagarán todo de la misma manera que mis padres lo hicieron.

La túnica que cubría su cuerpo dejó de ser eso, pasó a dejar ver partes de este mismo. La espada sobre su espalda y cada pequeña arma alrededor de su cuerpo, podía mostrar que no eran de esa época. Hablando éticamente, ni siquiera la ropa carente de tela.

La defensa de Erin en esos momentos no parecía exactamente de un mago, fue descuidada, y ya no tenía defensas. Por muy poderosa que fuese el simple hecho de no haber preparado las pociones con antelación la ponía en una gran desventaja.

Su última poción fue lanzada por los aires, buscando la manera de tener suerte al echarse a correr. No muy lejos, logró divisar un acantilado y esta no dudó un segundo en saltar. Rodó cuesta abajo llevándose varios golpes, hasta que una roca detuvo su caída. Sentía su sangre recorrer varias partes de su cuerpo, ya en otro momento se sanaría a sí misma.

En el intento de levantarse, al abrir los ojos, su vista estaba parcialmente nublada. Por los aromas podía afirmar que un lago se encontraba cerca, sin embargo su cuerpo había quedado sin fuerzas suficientes para andar. El estruendo en la tierra pudo avisar que la bestia estaba ya a sus espaldas. Ya no le quedaban pociones. Fue entonces que una espada atravesó el cuerpo de la bestia provocando en automático su desaparición, no sin antes está darle una advertencia a Erin sobre su vida.

— La próxima no correrás con la misma suerte. Erin se sintió aliviada pues ya no había bestia, sin embargo, se puso en guardia nuevamente. Utilizando un poco de su magia, sanó su vista y extremidades rápidamente, sólo entonces pudo ver a las personas a su alrededor.

— Vaya, una linda damisela en apuros salvada nada más ni nada menos que por nuestro rey tirano — se acercó el hombre de cabello castaño que habló y deslizó una mano por el cabello de Erin.

— Ya basta Hel, deja a la mujer y vámonos que quiero seguir cazando.

La vista de Erin se dirigió al hombre que hablaba con autoridad. En alguna ocasión lo había escuchado.

— ¿De verdad la va a dejar ahí majestad?

— Es una campesina, pueden hacer lo que quieran con ella.

La mujer agrandó sus ojos con ira, el desdén en la mirada del hombre, que parecía no querer ser tocado ni siquiera por el sol, era claro, tanto como un lago en calma. Ya había escuchado hablar sobre el egocéntrico rey tirano de Naztha. Si bien los rumores no le hacían justicia, pues, esa belleza de la que tanto se jactaban los aldeanos, estaba muy por sobre el estándar de sus palabras. Aunque todo aquello lo borraba por completo con su horrendo carácter.

Con las fuerzas que reunió, Erin se puso de pie. No estaba dispuesta a permitir ninguna humillación, él era un rey, pero ella una mujer buscando justicia. Ya no tenía por qué temer, la bestia fue erradicada, sin embargo, existía una amenaza mayor.

— No soy una cosa para que me regales como gustes. Ni siquiera soy de tu propiedad, tampoco puedes tratarme como basura.

Dice Erin bastante molesta. Para esas instancias, el cabello debió ya haber cambiado de color al igual que sus ojos.




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