La voz

4

La mujer crispó el rostro y se apartó de la fuente de agua. Era una jofaina de mármol, cuadrada, de unos treinta centímetros por lado, de color lechoso.

En el centro de uno de sus lados (como quien se para al lado de una piscina) había una pequeña estatuilla de un demonio con cola de lagarto y cabeza de reptil, de color verde, tan bien tallado que parecía una lagartija real. Pero no era una lagartija, pues su rostro era espantoso y sus alas membranosas sobresalían unos centímetros por su espalda. Estaba sujeto a la jofaina por un asidero y podía ser retirado con facilidad.

En cuanto alejó el rostro del agua limpia e inmóvil de la jofaina, los chicos desaparecieron de la superficie, cortada la visión. Ya había visto suficiente.

―No dudaron en contarse lo que les ocurrió ―señaló―. Parecen más repuestos que al principio.

―Son jóvenes ―le respondió Elliam. Se suponía que su voz emergía de la estatuilla, pero la impresión que daba era de provenir de todas direcciones, incluso de la mente de ella misma. Era una peculiaridad a la que María no se había acostumbrado nunca, y sospechaba, nunca se acostumbraría―. Los jóvenes son volátiles por naturaleza, lo que en un rato les aterra, al siguiente es motivo de hilaridad.

―Es porque están juntos. Vamos a tener que separarlos. Has dicho que juntos pueden suponer un gran problema.

―Nada que no se pueda solucionar.

―No quiero que se entrometan en mi ascenso al poder. ―No sabía de qué manera podían entrometerse, pero temía que lo hicieran.

―Confía en mí, con mi ayuda, nadie te podrá detener.

María Solomon se obligó a calmarse. Elliam tenía razón, con él a su lado, su ascenso al poder era inminente. ¿Qué podían hacer unos mocosos contra la fuerza del Antiguo? Y menos podrían hacer dentro de dos noches, cuando llevara a cabo el ritual. Cuando merced a la sangre de los Cazadores y de los chicos liberara parte del poder del Antiguo, poder que pasaría a formar parte de ella. Por fin tendría lo que durante dos décadas buscó y buscó, impelida por la voz de Elliam, a quien había encontrado en el cerro más alto de las Montañas de la Niebla.  

Veinte años después del primer contacto con el Antiguo, durante los cuales fingió tener poderes que en realidad pertenecían a Elliam, por fin había encontrado la forma de liberar parte de ese poder y hacerlo suyo.

El Antiguo se había mostrado renuente al principio, no aceptaba desligarse de su poder para satisfacer las ambiciones de una mortal, no obstante, al final había accedido, toda vez que era la única manera de satisfacer sus más profundos deseos e instintos, no de la forma en que lo hacía en sus días de gloria, pero nada, era peor.

Con sangre fue aprisionado en la estatuilla, y con sangre sería liberado. No por completo, solo la parte que María haría suya. Liberar al demonio en su totalidad sería una estupidez del tamaño del mundo. Era un ser demasiado hambriento, demasiado cruel, demasiado inhumano, demasiado poderoso para soltarlo en un mundo que de por sí agonizaba.

Elliam le había pedido que lo liberara. Le hizo mil promesas, incluso se ofreció a hacerla su segundo en el nuevo orden que instauraría. María no se había dejado embelesar por las promesas. Soltarlo habría sido un acto de odio contra el mundo. Y ella no lo odiaba, solo quería ciertas cosas, de esas que el mundo llama banalidades, como belleza, juventud, dinero… y por supuesto, el poder para que nadie osara quitarle nada de esto.

De manera que Elliam había terminado cediendo. Era poderoso sí, pero María había aprendido mucho, de modo que fue ella quien decidió lo que se iba a hacer.

Pese a todo, pese a la certeza de que todo iba viento en popa, esos chicos la ponían nerviosa, muy nerviosa. Quizá debería mandar a los Cazadores a escarmentarlos de nuevo. El meollo es que no los podía matar, no hasta que el ritual se hubiera llevado a cabo. Si estuviera permitido asesinarlos, el problema se resolvería muy fácil.

Bueno, decidió, si intervenían de alguna manera, ya se ocuparía de ello. Ahora tenía que vigilar en otro lado. Todavía faltaba ultimar detalles respecto al lugar en el que se llevaría a cabo el ritual.




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