La voz

2

La muerte de María Solomon fue un episodio que no pasó desapercibido en Aguasnieblas. No porque fuera un maestra muy querida y conocida, sino porque no es común que una docente se quite la vida, menos en una calle, a mitad de la noche, con una daga de curiosa manufactura… Eran tantos los ingredientes que se habló del extraño suceso durante días, y no fueran pocas ni lógicas las teorías que le gente comentó en sus hogares, en el mercado, en las esquinas y hasta en las iglesias.

Se reveló que el arma que le sesgó la vida no tenía otras huellas que las de ella, de modo que se declaró suicidio por parte de las autoridades. Muchos estuvieron de acuerdo; no todos.

Helbert Betancourth, un viejo sesentón, teniente retirado, que vivía en calle Blanco, a tan solo media manzana de donde María perdió el equilibrio en su motoneta yéndose al suelo, dijo a quien quisiera oírlo que él no creía eso de que la mujer se había suicidado.

―Para mí ―dijo a Eduardo Blanco el domingo 13 de enero, charlando sobre la cerca que dividía sus predios―, eso fue homicidio, o puede que asesinato. ¿Quién rayos se quita la vida de esa forma? Ni el más loco de los suicidas. A ella la tumbaron de la moto, te lo aseguro. ¿Por qué?, eso no me lo preguntes. Pero la tumbaron, es lo que te digo. No sé si tu oíste algo, Eduard, pero yo tengo el sueño ligero y escuché desde el instante mismo en que se cayó, escuché sus gritos aterrados, cuando vio al maleante seguramente, y después todo fue silencio.

―A mí también me despertaron los gritos, y te aseguro que nadie grita así al ver a un maleante ―replicó Eduardo Blanco, que formaba parte de los que creían a pies juntillas que la muerte de la maestra se debía a los espíritus y espectros de la niebla.

―Será porque nunca te has topado de frente con uno —replicó a su vez Helbert—. Imagina que alguien te tira de la moto y luego ocupa todo tu campo de visión con un enorme y afilado cuchillo en la mano y un gesto asesino…

―¿Te has topado con uno? ―interrumpió Eduardo.

―No. Pero en mis épocas de cabo en el ejército, tuve compañeros que hasta se cagaron con situaciones menos atemorizantes.

―En todo caso, ¿por qué no la apuñaló en vez de hacer que se matara ella misma?

―Sus motivos tendría. Primero la inmovilizó, después envolvió las manos de la maestra en el mango de la daga, luego cubrió las de ella con las suyas propias y le ensartó el corazón. ¿No ibas a gritar de esa manera ante tamaño terror?

―Fue un espíritu de la bruma, tienes que aceptarlo. La pobre fue de los infortunados que se encontró con uno y lo que vio la llenó de un terror como ningún otro, por eso gritó de esa manera tan escalofriante que me heló el corazón. El espíritu la poseyó y la obligó a suicidarse, o puede que ella misma prefiriera quitarse la vida a seguir viendo lo que estaba viendo. No todos son de mente fuerte, algunos solo terminan en el manicomio, otros prefieren otras vías. Lo que tú dices del homicidio es una total tontería.

―¿Lo dice el que habla de espíritus de la bruma? ―replicó Helberth.

―Es más factible que todo el galimatías que tú has armado.

―Al menos yo uso gente real y situaciones reales, tú hablas de seres de fantasía.

―¡Fantasías un cuerno! Los espíritus son reales, muy reales. Un día te encontrarás con uno y será demasiado tarde para que vengas a decirme que tenía razón.

―Ja, más fácil que vengan a sacarme del retiro para ascenderme a general.

A pesar de que la versión oficial declaró suicidio, la mayoría tenía sus propias hipótesis, como era el caso de Helbert Betancourth y Eduardo Blanco. De todas, la que descollaba era la versión de los espíritus de la bruma. Todo el mundo sabía que esa noche hubo una bruma sinigual, y en el fondo temían que algo malo iba a pasar. Para estos, la muerte de María Solomon fue ese algo malo. Otra razón más para temer a la niebla.

Curiosamente, muy pocos se preguntaron qué hacía María tan lejos de casa a medianoche, ni qué hacía con una daga encima. Porque para todos los partidarios de la versión del espíritu de la bruma era inconcebible que el ente fuera el propietario del cuchillo.

Si para los habitantes de Aguasnieblas la extraña muerte de María Solomon fue todo un suceso, no lo fue menos para los Cazadores, incluso fue traumático. Y para ellos estaba claro que el culpable no era ningún ladrón ni ningún espectro de la bruma: el culpable era la Voz.

Nadie lo manifestó abiertamente, pero a todos les importaba un rábano la muerte de María, al menos en lo que se refería al afecto. Ni siquiera Amanda lloró una sola vez cuando se le avisó del deceso de su último pariente vivo. Lo que sintieron fue miedo, y eso Amanda lo pudo constatar por la forma en que se miraron al noticiarse de la muerte de la Bruja.

Miedo y dudas. Nadie sabía qué había sucedido con el ritual, y la sospecha de que el resultado fue un rotundo fracaso flotaba en la mente de todos casi como una certeza. No notaban que algo hubiera cambiado, al menos físicamente; mentalmente estaban confusos y asustados, además de que se sentían idiotas por haber perseguido algo que a todas luces era imposible.

«Pero la Voz era real», se repetía Amanda a menudo y se daba cuenta de que todavía conservaba una pequeña llama de esperanza de que lo del ritual fuera cierto.




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