La voz

15

Elliam era ahora más fuerte gracias a David. El joven solo necesitaba leves empujes en su psique para conseguir que matara. ¡Ah! Las almas de sus víctimas eran elixir de fuerza y poder para el antiguo.

Pero no era suficiente.

Podía hacer que el Sapo matara a mil personas, a diez mil, cien mil, un millón, sin embargo, nunca sería suficiente. Las almas podían hacerlo poderoso como un dios, pero seguiría siendo nada, solo una presencia incorpórea.

Lo que Elliam anhelaba era un cuerpo. Este se le había negado cuando una de las anclas y algún abnegado demasiado terco para morir lograron detener el hechizo que le devolvería la corporeidad.

Si bien no todo estaba perdido.

Los Cazadores habían realizado la última fase del hechizo, de modo que aún pervivía un fuerte vínculo que los unía. El hechizo aún podía completarse. La única traba (nada desdeñable) consistía en que no podía tocarlos, no podía hacerles daño directamente, de modo que estaba recurriendo a la única posibilidad a la que veía probabilidades de éxito: influenciarlos mentalmente para guiarlos por la senda que había fijado.  

El camino sería mucho más lento, y a la vez más hermoso y espectacular. ¡Ah, el caos que cundiría en su pequeño semillero de muerte! Sonreía con solo imaginarlo.

Pero tenía que ser cuidadoso. Lo sabía. No podía precipitarse. Para que todo saliera a la perfección todas las piezas tenían que estar en su sitio, si alguna sola llegaba a perderse o desviarse, sería el caos. Era un malabarista con decenas de pelotas en el aire al mismo tiempo, con la diferencia de que en vez de pelotas tiraba vidas humanas, almas humanas; su alimento, su salvación y su perdición.

David ya le había reportado dos almas. Sería fácil hacer que matara otra vez, pero no podía arriesgarse a que lo excluyeran de la banda. No, la banda tenía que seguir unida, los cinco, o sería el fin de sus posibilidades de regresar a la corporeidad. Ahora era más fuerte que antes, aun así, no era suficiente para manipular a los cinco a la vez. Quizá ni tuviera que hacerlo. A lo mejor, cuando fuera más fuerte…

De momento tenía que intentar con alguien más, a manera de equilibrar la balanza con David. Si todos, o la mayoría, tenían culpa en la ola de muerte y terror que empezaba a desatarse en Aguasnieblas, entonces tendrían motivos para seguir juntos, no para separarse.

En algún momento llegarían a pensar que lo mejor sería seguir cada uno por su lado, pues la bruja que los había unido estaba muerta y ni él mismo gozaba del mismo poder de antes, pero eran gente susceptible y solitaria, necesitada, aunque inconscientemente, de ese lazo corroído de hermandad que parcamente los consolaba y los hacía sentir que formaban parte de algo, que no sería necesario un poder extraordinario para convencerlos de que lo mejor era seguir juntos.

Y juntos sembrarían el caos.   

Había llegado el momento de que alguien más se uniera a la carnicería.




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