La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

FARSAS Y MENTIRAS

Sentado sobre un banquillo dónde nunca eran más que dos a orillas del mágico Danubio la había esperado durante largas horas observando en absoluto silencio a los cisnes. Por momentos pensó que ella ya no vendría, sin embargo la tranquilidad de las aguas había traído finalmente el sonido de su voz. Era su princesa. Entre todos los cisnes sin duda alguna la más bella. Era su ángel invitándolo a huir juntos.

Sumergido en una inmensa felicidad, él le tendió sus manos a ella sin poder tocarlas.

– ¿A dónde vamos? ¿No te sentarás a mi lado? Prometiste que hoy me contarías el final de nuestra historia.

– No ahora bello príncipe. No hay tiempo que perder.

Extrañado él la observó.

– ¿Tiempo? Pero si tú y yo siempre tenemos tiempo mi ángel.

– No esta vez. Vamos. Debemos irnos ahora. Toma mis manos.

— Lo haré si te detienes Aurora —le dijo él poniéndose de pie y siguiéndola sin poder alcanzarla—

— Agarra mis manos con fuerza Karîm y no las sueltes

— No puedo hacerlo –advirtió acelerando sus pasos—

Mientras él más caminaba, ella más se alejaba.

— Aurora…

— Corre mi bello príncipe. Corre hacia mí. No te detengas. No permitas que nos separen. — ¿Quién desea separarnos?

Karîm no dejo de correr y mientras más pronto corría la luz de sus ojos más se desvanecía.

— Toma mis manos Karîm.

— No puedo alcanzarte. No puedo hacerlo. Detente por favor.

Sin notarlo el joven había corrido muy lejos de casa. Cayó sobre un montículo de hojas secas en medio de un sendero oscuro y silencioso.

Había perdido sus pies y sus manos y entre las tinieblas no podía verlos ni tocarlos.

En su lecho se habían convertido aquellas hojas diseñadas por los árboles de la vida, y en su condena un sendero tragado por el infierno y sus tinieblas.

— Aurora… No me dejes aquí solo. Auroraaaa…

 

YEOSU CHONNAM HOSPITAL – KOREA DEL SUR

Un grupo de médicos y enfermeros rodearon la cama del paciente. Karîm Hafez había ingresado en un aparente estado convulsivo pues la temperatura corporal hasta alcanzar los 40 se le había subido.

Durante varios minutos el médico de cabecera que llevaba su caso en conjunto con otros médicos intentó controlar la elevada fiebre que padecía con la única misión de prever un peligroso revés en su recuperación.

 

Cuatro lápidas yacían ante los ojos de lágrimas ardientes de aquel espectro sin forma. Cuatro tumbas. Dos de ellas con las inscripciones de Paula y Said Majewski.

Sus pies invisibles lo habían arrastrado hasta allí movido por el sentimiento más estéril y carente de recuerdos dónde no pudo más qué maldecir a sus muertos. Desde las penumbras de su alma apenas podía imaginar el abrazo de su madre y la voz protectora de su padre.

De soslayo observó las otras dos lápidas junto a la de sus padres. Sobre una de ellas una tiara diadema con gemas y diamantes le dieron brillo a la oscuridad de sus ojos.

Un sepulcro. El rostro del ángel más hermoso. Un jardín con infinitas flores de coloridas y fragantes. Las tenues luces de las velas. Un féretro con capa de cristal. El ardor de las llamas en su piel. Un beso de despedida y un antídoto letal que acabó con su miserable ser.

— Tú y yo ya no pertenecemos a este mundo mi ángel —dijo de rodillas tocando con sus manos invisibles sus empapadas mejillas—

En un par de lápidas los nombres de su pequeña Aurora y el suyo yacían grabadas. “Aurora y Karîm en paz descansen por toda la eternidad”

— No pude protegerte. Lo siento. No pude hacerlo mi ángel. No pude… No pude… No pude… ¿Dónde estás Aurora? Auroraaaaaa…

 

Los signos vitales de Karîm habían vuelto acelerarse. Esta vez como consecuencia de una repentina taquicardia supraventricular. Karîm nuevamente estuvo rodeado por los médicos qué intentaban explicarse los cambiantes y extraños comportamientos de sus reacciones vitales.

Pese a ser considerados como uno de los mejores médicos de toda la región de Yeosu, no lograban descubrir lo que al joven le sucedía. Sus reacciones habían pasado incluso por encima de los incontables estudios clínicos al cual lo sometieron sin arrojar respuestas para ninguno.

Los minutos cruciales pasaron y para sorpresa de todos los doctores en la sala de observaciones el joven Karîm había despertado.

 

MANSIÓN DE BYFANG

Abrazada a su almohada Aurora se pasó llorando la tarde entera. Lloró incluso hasta la más negra de todas las noches que acabó postrándola ante el cansancio de las lágrimas en derroche.

Desde lo más profundo de sus sueños un grito la despertó. Era la voz de su adorado Karîm qué una y cientos de veces su nombre clamó.

— Karîîîîn…




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