La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

REGRESO

HOSPITAL UNIVERSITARIO DE SEÚL

El maestro Soo Chung Hee y el joven Gregg Akins llegaron a Seúl donde permanecerían por un par de días para ponerse al tanto sobre el estado de salud del joven ex agente Einar Steen y confortarlo con un poco de compañía. Fue así que durante el primer turno de visitas el joven Akins fue el primero en ingresar a verlo.

— ¿Aceptar tus disculpas maldito demente? Casi me matas a golpes. Me desfiguraste el rostro sin piedad —reclamó con dificultad por el vendaje que aún llevaba en su rostro. Exaltado y preso del coraje— Tú, poseído maligno eres un auténtico peligro para la sociedad.

— ¿Eso significa que no aceptarás mis disculpas? 

— Jamás… Largo de aquí. Ahora… Enfermera… saquen a este sanguinario de mi vista. Enfermera…

— No es necesario que grites. Será como tú quieras momia viviente, pero el maestro tendrá un pesar muy grande en el corazón cuando le diga que no aceptaste mis sinceras disculpas.

— ¿Tus sinceras disculpas? Largo de aquí. Vete…

Antes de que la enfermera de turno interviniera, el joven Akins abandonó la sala por propia voluntad. El maestro Chung yacía parado aguardándolo en la puerta.

— Supongo que escuchó los gritos de ese policía, maestro. Él no aceptó mis disculpas.

— Era una posibilidad que se pusiera en ese estado, pero lo importante es que tú has dado el paso que te corresponde.

— ¿Sabe que es lo único que pienso en estos momentos maestro? Qué me ha hecho venir vanamente hasta aquí. Usted tiene conocimiento sobre lo mal que me hacen sentir los viajes en avión.

— Has tenido un viaje tranquilo muchacho por lo tanto no puedes quejarte. Entraré yo ahora para verlo y hablar con él mientras tú te sientas aquí esperándome. No quiero que te muevas de este lugar. ¿Puedes prometerme tal cosa?

— Maestro, dígale a ese miserable que si en una semana no se levanta de esa cama yo buscaré el modo que sea para reunirme con mi Aurorita. Eso será con o sin su ayuda.

Negando con la cabeza el maestro Chung lanzó un enorme suspiro y sin replicar aquellas palabras del chico se dirigió finalmente a la habitación del joven ex agente.

Sin objeciones el joven Akins fue a tomar asiento prendido de aquellos auriculares que no había vuelto a desprender de sus oídos.

— Largo de mi vista he dicho.

— Cálmese joven Wieber. Disgustos como esos no le hacen nada bien.

— ¡Maestro Chung!

— He venido a visitarlo. A saber sobre su mejoría.

— ¿Cómo pudo maestro Chung traer con usted a esa bestia maligna?

— No hablé de ese modo por favor —suplicó con tono apacible tomando asiento junto a la cama del enfermo—

— Si usted en verdad desea mi pronta recuperación mantendrá alejado de mí a ese salvaje.

— Lo traje conmigo para que le pidiera disculpas personalmente confiando en que usted las aceptaría.

Con un dificultoso sarcasmo el ex agente lanzó una risa.

— Maestro Chung… ni las disculpas de ese salvaje fueron sinceras ni yo estaría dispuesto a aceptarlas así fueran verdaderas.

— Pensé que todo esto era muy importante para usted joven Wieber. Ha esperado ya tanto tiempo. Ha vivido ya tantas cosas por lograr que el joven Karîm vuelva a reunirse con su familia, y poder reanudar los planes de su operativo. ¿Desistirá de todo acaso?

— Casi me mata a golpes. Me desfiguró el rostro y me quebró los dientes. Puedo llegar a quedar como un monstruo por su culpa.

— Usted no quedará como un monstruo. Su rostro y sus dientes se encuentran ya en perfectas condiciones gracias al equipo médico que lo asistió con gran éxito.

— Usted es un hombre justo y sabio maestro Chung y por ello puedo llegar a comprender su actitud, pero créame que en verdad me cuesta entender que lo defienda tanto después de lo que hizo conmigo. Akins es un salvaje. Un sanguinario. Estuvo a nada de convertirse en un auténtico asesino.

— Le haré una pregunta joven Wieber y deseo que me conteste con la mayor sinceridad posible.

— ¿Qué pregunta?

— ¿Por qué no hizo nada para defenderse aquel día en Ciudad del Cabo? Usted podía haberlo hecho. Poseía una gran ventaja sobre el chico. Tenía incluso la capacidad de encajarle una daga directo en el pecho o la yugular.

Mirando fijamente a los ojos del maestro Chung, Einar Steen se incorporó sobre su cama.

— Tiene razón maestro Chung. Pude haberlo hecho. Pude haber acabado con ese salvaje, pero yo no soy un asesino.

El maestro también miró fijamente a los ojos del joven ex agente y aliviado esbozó una sonrisa reafirmando aquello que ya sabía.

— ¿Qué le sucede?

— Le diré la simple razón del porque no lo hizo y que usted mismo se niega a aceptarlo.

— Pues yo acabo de decirle la razón.

— Usted es una buena persona joven Wieber. Posee un corazón noble y piadoso. El único mal que parecía era su alma herida. Tomó la firme decisión de no dañar jamás al chico porque prevaleció en su corazón cumplir la promesa de protegerlo.




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