Hace mucho tiempo, los mares eran explorados por barcos comerciales, los reinos eran pacíficos y la calma predominaba —o eso quería creer la gente—, era cierto que en los mares había barcos que transportaban productos comerciales, pero habían otros Los barcos tiniebla les llamaban, eran aquellos que seguían más de una ruta. Ellos vivían en los mares sobrios, lejos de la vista de toda persona, de toda embarcación, de todo marino, eran los reyes del mar…
―¿Pero qué estupideces dices!, ¡Yo soy el rey del mar!, ¿O me equivoco, chicos? —interrumpió el capitán, mientras encendía su pipa sucia.
―Sí, ¡Qué estupideces dices, Luis! Es más que obvio que el capitán Runfo es el rey y soberano de todo el océano ―contestó Adrián mientras acomodaba las velas de tan majestuoso barco.
―¡Ja!, ya déjenlo chicos, ¿Qué no ven que otra vez está soñando con sus aventuras misteriosas!, ¡Está loco! ¿Qué no ven que hasta habla con las aves que están en los barriles! ―se burló el insoportable de Jacinto.
―¡No estoy loco ni estoy soñando! ¡ESTA ES LA HISTORIA QUE MIS PADRES ME CONTABAN Y ES EL MOTIVO POR EL CUAL SE CONOCIERON! ―gritó furioso el pobre Luis.
―¡Huy sí, los monstruos marinos! ¡Mira como tiemblo! ―, se burló el capitán― Esas son puras mentiras que cuentan para que los niños no duerman; tus padres están muertos ¿o es acaso que esa fea cicatriz no te lo recuerda todos los días? ―preguntó el capitán muy molesto.
―Si ―contestó bajando la mirada y queriéndose hacer pequeño pues una herida mal cicatrizada se volvía a abrir en su débil corazón.
―¡Entonces ve a lavar los almacenes y olvídate de todas esas idioteces! ―ordenó.
El pobre Luis corrió hasta llegar a su destino, el llanto amenazaba y sabía muy bien que si tan solo derramara una lágrima frente a sus compañeros, estos lo tomarían como burla pues desde que llegó al barco lo trataron con mano dura, sin importar que apenas fuese un chiquillo de tan solo cuatro años, «Los hombres no lloran» siempre le regañaba el capitán Runfo cada vez que lo veía colapsar, para él pequeño era difícil enfrentar el hecho de que sus padres ya no estarían más, su vida había cambiado repentinamente. Recordar cuando su madre lo llenaba de besos húmedos y cálidos, recordar aquel perfume de aroma a rosas frescas que su madre tanto le gustaba usar, aquellas suaves manos que parecían la tela más fina y cara, vendida en el reino, esos enormes ojos miel que él había heredado, la cabellera tan larga y rizada tan similar a los hilos de oro puro, aquella sonrisa tan característica que portaba y que con solo verla proporcionaba un brinco al corazón, al igual que aquella dulce voz tan melodiosa, su madre era perfección, demasiada, que su padre siempre veía a Lili (Como se llamaba su madre) le decía que era un ángel, mandado por Dios y, que su voz era el mismo canto de las sirenas. «Mi padre» pensó entonces, su padre era un héroe, un hombre que amaba las aventuras, la persona que viajó por todo el océano, la voz gruesa de su padre era tan similar al golpe de las olas en la popa del barco, sus cabellos negros y largos eran iguales a los de él, solo que Luis había heredado los risos de su bella madre, los ojos negros de su padre los recordaba cada noche que le brindaba la vida pues a pesar de ser oscura, en ella se revelaban pequeñas estrellas que emanaban un brillo excepcional, idéntico al que desprendían los ojos de su padre cada vez que veía a su amada esposa Lili, la sonrisa de su padre era tan perfecta que dejaba ver la perfecta dentadura que portaba, dientes blancos tan similares a las perla que transportaban en el barco. ¿Cuál era aquella colonia tan escandalosa que portaba su padre? No era nada más ni nada menos que el aroma de las aguas saladas que tanto había explorado, un perfume tan embriagador para su madre y, para Luis era el sueño de aquellos viajes que tanto le contaban.
El chico soñador, caminó por aquellos viejos pero cuidados almacenes, mientras lo hacía, el sonido de sus pisadas hacía eco en aquella enorme habitación, el suelo se encontraba reluciente ya que siempre mandaban a Luis a limpiar aquella área con el pretexto de que había demasiado polvo ¡Y claro que lo había! Aunque solamente estaba en la mercancía, al principio le resultaba algo extraño pero, con el tiempo fue comprendiendo que sus compañeros se aburrían de escuchar sus historias, así que regaban arena por las cajas, para después mandarlo a limpiarlas, era una tarea pesada, sus compañeros se encargaban de regar tan bien la arena que a final de cuentas se veía obligado a sacar la mercancía de las cajas y limpiar de cosa por cosa y después volver a empaquetarla, este trabajo le llevaba meses realizar, por lo que todo el viaje lo pasaba encerrado en los almacenes. La vida del chico era triste pero él no se dejaba consumir por la depresión, sus padres se lo habían enseñado y demostrado diciéndole: “Cuando el corazón se rompe y jamás se cura, la vida deja de tener sentido, convirtiéndonos así, en un títere varado en escena”.
Luis tomó la cubeta con uno de sus fuertes brazos y, con el otro, cogió algunos trapos limpios, caminó y caminó, hasta llegar a las primeras cajas situadas en el almacén, pero cuando estaba a punto de comenzar a limpiar, el recuerdo de aquella historia inconclusa le llegó a la mente, así que, aclarándose la garganta continuó su preciado relato…
―“Los barcos tiniebla” los reyes del mar. Viajaban por todos los lugares habidos y por haber, no tenían casa terrestre, ellos nombraron las aguas su hogar. El misterio de los océanos era tal, que muchos de aquellos barcos jamás volvieron a ser vistos, algunos decían que las aguas se los tragaban, que naufragaban o que se perdían en ellas, pero otros contaban que en las profundidades del mar, vivían criaturas extrañas y aterradoras gobernadas por un ser misterioso, monstruos creados por Satanás que se devoraban tripulaciones enteras y no dejaban rastro alguno de los barcos desaparecidos. Otros decían que algunos encontraron tierras místicas, llenas de lujos, donde uno podía vivir bien, o al menos eso pensaban antes de que aparecieran los fantasmas que los poseían y obligándolos a quitarse su propia vida sin estar en contra; pero la historia más increíble y aterradora era aquella que solo contaban los susurros, aquella a la que no le daban nombre alguno pues decirlo te haría acreedor de maldiciones oscuras y poderosas que jamás te volverían a dejar respirar ni advertir a los demás, nadie vivía para contarla ni para soportarla. Mi tatarabuelo le contó a mi padre que en el mar gobernaban los piratas, y no el clásico con parche en el ojo, pata de palo y un perico parlante, sino que eran monstruos aterradores, sus cuerpos y caras eran deformes, medían dos metros, sus uñas eran tan largas y afiladas que sus ojos habían sido reventados por ellos mismos, eran depredadores ciegos que contaban con la habilidad de atrapar a sus presas con tan solo guiarse con el olor a miedo y el sonido de sus pasos, sus pieles estaban cubiertas de sangre viscosa y escamas gruesas y picudas que les ayudaba a matar fácilmente a sus oponentes, desgarrando las pieles y cuerpos completos hasta dejarlos hechos trizas. Ellos no hablaban, ellos gritaban y gruñían estrepitosamente, escucharles hacía tus oídos sangrar, mirar sus ojos era mirar al mismísimo Satanás. A pesar de que las tinieblas marinas sean el reflejo de la sangre de miles de inocentes viajeros, también es el secreto del que pocos osan hablar, pues en medio de leyendas malditas se encuentra la verdad de un chico viajero, el último marino y único descendiente de “Los barcos tiniebla”, uno de los pocos, o mejor dicho, la única persona que sobrevivió a estos catastróficos monstruos.
Mi abuelo se retiró de las aguas cuando vio a la muerte zambullirse en ellas, fue la mejor decisión que pudo tomar por el bien de la familia, pero no todo le fue tan fácil, pues “Marcos” el más joven de sus hijos y el único que aún vivía, fue el más terco, impotente y soñador, le apasionaba el océano, el peligro le llamaba y su padre no lo pudo contener a aquel llamado a pesar de las suplicas, explicaciones y regaños, sin importar que tan lógicas fueran, el muchacho se lanzó a la aventura como miembro de “Los barcos tiniebla”. El tiempo paso gratamente y el muchacho seguía siendo un soñador que vivía la aventura, pero lo que nadie sabía y que nadie escuchaba eran los pasos de la muerte que los asechaba a tan solo unos centímetros del corto tiempo.
―Disfruta el tiempo, muchacho. La desgracia y el arrepentimiento pronto llegara, te prometo que nadie te levantara y tu sombra, jamás volverás a ver ―. Le susurraba la muerte cada vez que sus caminos se topaban.
Las sabias palabras dichas por la parca pronto se dieron a notar pues el día más olvidado había llegado al fin. Recuerdo era una noche de verano calurosa y hermosa. El joven Marcos admiraba las estrellas por la popa del barco, cuando a lo lejos vislumbró una leve luz rojiza, parecía tan lejana, así que no advirtió de ella, error del que tiempo después se recalcaría pues a tan solo unos segundos después se vieron cubiertos por una densa neblina grisácea y extraña. Todos los tripulantes siguieron con su labor pues ya estaban acostumbrados a viajes en los que se topaban con espesos bancos de niebla; nadie notaba lo extraño del viaje, nadie lo hacía más que el anciano señor Lorenzo, el cual de inmediato quiso desfundar su filosa espada, acción que no pudo realizar pues pronto se encontraba tirado en el piso sin ningún signo vital.
― Pero, que caraj… ―Quiso opinar uno de los tripulantes, quien se vio obligado a callar pues fuertes gruñidos aterradores comenzaron a escucharse.
Pronto, toda la tripulación se vio manchada de sangre, cientos de cuerpos caían al piso como gotas de lluvia, la neblina se volvió tan espesa que nadie pudo visualizar a aquello que los atacaba, fue una guerra despiadada en la que Marcos murió junto a su mejor amigo Carlos, paro a diferencia de este, Marcos revivió, su alma y carisma desapareció pero su corazón siguió latiendo, extrañamente fue el único que sobrevivió de toda la tripulación, el único que vivió para contar su desgracia y el que misteriosamente llego a la orilla de una playa. Pocas personas le conocieron, pocas se enteraron de la tragedia, fue casi nula la cantidad que lo miro y pocos los que lo juzgaron. La desgracia que vivió en su corazón por mucho tiempo mientras su mejor medicina era recordar y mirar aquellos ojos miel que tanto adoraban, que sus pulmones se llenaran de aquel dulce aroma a rosas recién cortadas y besar aquellos rosados y gruesos labios de aquella joven muchacha que le había rescatado y salvado a las orillas de la playa, el dia que sus heridas exteriores le representaban el peligro de muerte y que el delirio se apiado de el para no ver el desenlace de la muerte de sus compañeros. ―
―¡Increíble historia! ―Se escuchó una voz ronca y flemuda decir.
―¿Qui… quién está ahí? ―Preguntó Luis, asustado mientras tomaba una escoba y caminaba lentamente al fondo del almacén.
―Hm… que muchachito tan valiente, pero creo que no lo suficiente listo ―Dijo la voz.
Luis caminaba en busca de su oponente pues muy bien sabía que no era integrante de la tripulación y mucho menos un invitado especial del capitán Rundo. El presentimiento del muchacho le indicaba que aquel extraño se ocultaba en el rincón del almacén, un lugar viejo y olvidado al que se le tenía prohibido entrar. Sus pisadas resonaban y el corazón se le aceleraba, no debía entrar a aquel sitio pero tampoco podía permitir que el intruso se quedara, así que, tomando el mayor valor que le fue posible ante tan peligrosa situación, tomo la perilla y comenzó a girarla lentamente, intentando de no hacer ningún ruido para alarmar al desconocido, justo cuando esta abrió el seguro, Luis se abalanzó hacia adentro de la pequeña bodega, en busca del enemigo, pero a pesar de su velocidad y audacia no miro a nadie, el lugar estaba solo y abandonado como siempre, no había rastro de alguna otra presencia.
―Un chico valiente pero poco inteligente ¿eh? Tal como lo predije ―Se burló la voz.
―¡Sál de donde te encuentres y da la cara! ―Ordeno Luis, quien se encontraba muy molesto.
―Mmm… yo estoy aquí, ¿Dar la cara? Eso es otra cosa, de la que muy pocos conocen, pero que sin duda, yo estoy haciendo en este momento.
―¡Claro que no! ¡Eres un cobarde!, si de verdad estuvieras dando la cara no te estarías escondiendo.
―No todo lo real es visible, y yo, quizá soy muy irreal, pero mucho más real de lo que ella cree… y dime, muchachito. ¿Cómo enfrentarías a un enemigo que no existe pero es real? ¿Cómo atacarías a este ser, que no puedes ver pero que sin embargo puedes escuchar?
―¿Algo inexistente pero que de verdad existe?¿Cómo puede ser eso posible? Y ¿Quién es ella?
―Shhhh… Ella está leyendo nuestras palabras. Es mejor callar ―Dijo entre susurros, aquella voz.
―Pero ¿Quién es ella? Y ¿A qué te refieres con leer nuestras palabras? La voz no es algo que se muestre escrito, es algo oral que solo se puede oír y perder en los ecos.
―¡Exacto! La voz no es un escrito, pero para ella si lo es, es algo que ella maneja a su antojo, obligándonos a decir y hacer lo que ella quiera.
―¿Pero...
―Shhh… Calla…― Sugirió el desconocido.
El silencio predominaba y aquel extraño no mencionó palabra alguna.
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Mientras tanto, en una pequeña y desordenada habitación, se encontraba una joven adolescente, cuyos ojos negros estaban fijos a una libreta azul. Su mano se movía muy lentamente, mientras sostenía y bailaba la pluma suavemente, dejando letras de tinta negra marcadas en aquellas hojas tan blancas y puras. La inspiración fluía tan rápido y natural que la mano no dejaba escapar aquella vieja pluma llena de ideas. Las páginas blancas y aquellas que acababan de ser manchadas miraban el rostro de la chica, piel clara y lisa, labios rosados y delgados, ojos apasionados, que deslumbraban como resultado de las apasionadas palabras que la pluma dejaba marcadas, su rostro no era fino pero si tierno y delicado, su cabello suelto le era un completo lío pues cada momento no faltaba el mechón rebelde que le estorbara al momento de su increíble redacción. Extraordinaria era la magia del proceso de escritura que algunas débiles lágrimas se resbalaban por sus sonrojadas mejillas, ella era frágil, estaba rota y no lo decía, la música le era melancolía y las letras eran el medio de dejarla huir, el amor de un pasado la atormentaba y el recuerdo ingrato de aquella traición le apuñalaba el corazón, quizá nadie lo sepa, quizá pocos lo admitan pero aquella joven que sollozaba débilmente hacía que su inspiración floreciera gracias a sus heridas, lo que ella no sabía era que aquellas letras tenían un costo, ella era una inocente y pocos conocen el error que cometen. Aquella adolescente apasionada, respiraba con fragilidad y lo que para ella era un escape para otro era el comienzo de una nueva historia, que quizá fuera su perdición y que la pobre muchacha no sabía que ella era la culpable del sufrir de aquel joven.
—¡Amelia!, Baja a comer —Su madre le llamaba desde el comedor—, ¡Ameli! Deja ya esas historias fantasiosas y baja a comer —le regañó su madre pues a pesar de que su madre sabía del gran talento que tenía su hija jamás la apoyó ni estuvo de acuerdo con que escribiera, para ella eso eran boberías, berrinches y caprichos demasiados estúpidos, una cosa de niñas rotas.
La joven Ameli, dejó al fin descansar su pluma, escuchando antes de alejarse algunos débiles dentro de su conciencia. La chica caminó y salió de su cuarto con una vestimenta cómoda pero elegante, desde pequeña, su madre le había inculcado el hábito de vestir de manera adecuada siempre reprochando le y recalcado:
“Antes muerta que sencilla”
Un lema demasiado común entre las mije de su país… Pero, hablemos un poco más de nuestra escritora, ella es alguien a quien no os he presentado correctamente, ¿Su nombre? Bueno, su madre nos lo ha dicho pero aun así lo volveré a repetir para aquellos despistados que se han perdido en sus pensamientos y no han prestado atención a la página. Nuestra escritora se llama Ameli, un nombre hermoso y tan revelador para la gran aventura que lleva en su corazón. Ella es una soñadora, apasionada por la escritura y muy social, de corazón bondadoso que se engrandecía cada vez que ayudaba a sus amigos cuando más lo necesitaba. “Ella” una chica quinceañera, de grandes ojos negros, tan brillantes que parecían portar las galaxias del universo, su rostro exacto y tan reluciente de belleza con mejillas sonrojadas e imposibles de controlar ante dicho acto, su hermosa sonrisa de labios pegados y aquellos tan finos y rosados le daban el toque perfecto para ser una de las chicas más hermosas del colegio, aunque esto de nada le servía, pues bien dicen que el que es ciego ni ante el tesoro más grande logra distinguir, al menos esa reflexión le enseñó uno de los chicos de su escuela, el que más la hizo sufrir, el que jugó con sus sentimientos y no le importó ahogarla en el llanto de un corazón roto. Aquella caída fue la gracia que la atrajo hacia mí, fue el dolor que la hizo mi mejor amiga, pero ¿Quién soy yo? Y ¿Por qué divulgó la vida privada de Ameli? No soy nadie digna para hacer lo último, eso depende de la decisión que mi amiga decida, del reto que tome o del dolor que libere. Yo soy la pluma, soy solo una admiradora más, soy… bueno, creo que estoy contando demasiado, este secreto no me corresponde contaros, será mejor que continúen su lectura y lo descubran por su cuenta pues si yo lo hago estaría matando a alguien, le estaría condenando.