Caminando con pasos firmes y pesados Luis se acercaba a si desgracia, la misma a la que había temido por varios años. Cada día le era un suplicio, una punzada más, una daga encajada en su tan herido corazón. Sabía que no podría tener remedio y tal vez su única opción era aceptarlo para siempre.
Su entorno era claro pues el sol se encontraba en su punto más alto, colándose por laa rendijas del techo de madera. La marea calmada mecía suavemente el barco, haciendo imperceptible el movimiento, pareciese la escena perfecta para una tarde más en el almacén, volviendo a recoger y limpiar todo, pero lejos de su inocencia, Luis ya sabía lo que se acercaba, un futuro atroz le deparaba. Pronto, en medio de su temor se encontró frente a una puerta de madera, tallada y barnizada, que tenía una chapa en forma de barco, bañada en oro y plata, con leves incrustaciones de diamantes y zafiros. Estaba frente a su perdición.
Acalorado, tocó levemente la puerta y esperó.
—¡Adelante! —se escuchó la voz del capitán.
El joven Luis entró aturdido y tomó asiento en una de las acolchonadas sillas que estaban frente al escritorio donde se encontraba el capitán. Era una habitación enorme, llena de diamantes, cuadros y papeles. Un extraño mapa colgaba tras el capitán. Jamás lo había visto, o quizá su despistamiento y escasas visitas al sitio eran la causa de que no lo recordara.
—¡Ajam! —carraspeó, limpiándose la garganta, para después escupir en uno de loa recipientes de níquel.
Sus apestosos y mugrientos pies reposaban sobre el escritorio de madera, quedando frente a la cara del muchacho, lo cual le ocasionaba nauseas, y teniendo qué aguantarse porque sabía que esas eran las intenciones del capitán.
—Bien. Creo sabes ya el por qué estás aquí —dijo mientras comenzaba a rascarse su panza con sus largas uñas.
Luis no mencionó palabra alguna, su corazón le dolía y grandes arcadas amenazaban con salir, era una mezcla llena de disgusto, frustración, dolor y asquerosidad, pero el principal sentimiento que lo dominaba era el dolor, sabía que las palabras que estaban por venir le quemarían mucho más que cualquier cosa, aun así trató de sentirse valiente, por una vez en la vida lo quería ser y enfrentar cualquier cosa, quería demostrar que no era ningún marica que lloraba por cualquier cosa “simple” como muchos decían, pero que en verdad para Luis era difícil, su futuro dependía de aquello. Tenía un plan, una promesa.
—Desconozco el motivo, capitán Runfo—, contestó fingiendo confusión—. Pensé qje mi presencia se debía a la asignación de una nueva tarea —dijo tranquilo. Sin duda teatro era para él.
—¡Sonso muchacho! —gritó molesto—. Estás aquí porque a principios del siguiente mes cumplirás los dieciocho años, eso significa que debemos comenzar con los preparativos. La boda se acerca y la fecha debe ser fijada y anun…
—¡Capitán! Lamento interrumpir pero yo no quiero hacer esto —contestó tratando de guardar la calma pues en su estómago un nudo incómodo comenzaba a apretarme, amenazando con hacer sus manos temblar de la rabia.
—¿Qué no qué!
—¡Que yo no quiero casarme con Sofía! Yo no quiero esto para mi vida.
—¡Cállate, muchacho! No seas idiota.
—No soy ningún idiota ni tarado. Estoy seguro que lo que digo, no quiero casarme con Sofía.
—¿Acaso te has atrevido a levantarle la voz a tu capitán! ¡Cállate, Luis! Esto es lo que será mejor para ti. Aquí no vale lo que tú digas, yo soy tu tutor y sé lo que hago, no por nada estoy donde estoy —dijo molesto.
—Mis padres se decepcionarían si vieran lo que au amigo está haciendo, la forma en la que trata al hijo que le confiaron y dejaron a su cuidado, pensando que se quedaría en buenas manos.
Aquellas palabras hicieron que el capitán enfureciera demasiado, poniéndose rojo de la ira.
—¿Decepción! Decepción es lo que yo he sentido a lp largo de estos años por ellos. Tú no sabes muchas cosas. Si ellos me hubieran hecho caso no estarían donde están, no estarían muertos, ¿Me oyes! Ellos fueron unos completos egoístas desquiciados, ¡No les importó la salud de sus hijos! Sólo les bastó con conocer eso que les amenazaba. Endurecerlo fue lo que tu padre ocasionó. ¡Ja! Tu madre creo fue la más cuerda —susurró mientras una lágrima triste corría por su barbilla mientras en su memoria pasaban las imágenes de la madre de Luis —. Antes de que ellos llegaran ella tuvo el valor de venir a mí y dejarte a mi cargo, fue lo mejor que pudo hacer después de cegarse por amor, un amor que no valía la pena.
—¿Hijos? ¿Mi padre provoco algo? —musitó confundido, sintiendo aquellas palabras llenas de rencor ocultaba algo.
—¿Hijos? Yo nunca he dicho hijos, dije hijo, creo has entendido mal —respondió acalorado, culpandose de abrir la boca demás y decir cosas sin sentido.
—Estoy seguro que escuché la palabra hijos. También le escuché decir que mi padre ocasionó todo, que él fue el culpable. Necesito que me explique —exigió.
—Luis, has oído mal, dije hijo, y sólo mencioné lo de ellos, que ellos vinieron por tus padres, sólo aquello que nosotros conocemos, no más —. Dijo firme —. Mejor calla y ve a hacer tus labores. Mañana llegaremos temprano al reino Alib y deberás ver a tu prometida de manera decente. El padre de Sofía, Antonio, y su esposa Carmen están esperando nuestra llegada. Están ansiosos de que fijemos la fecha para la boda y comencemos con los preparativos, al igual de que se anuncie en el reino sus próximas nupcias. Sin duda serán la noticia del pueblo.