Maratón 1/2.
—Scar, ¿Cuándo saldrás con nosotros? —me pregunta Gustavo, haciendo qué las miradas de los demás caigan en mí.
Me remuevo un poco incomoda.
—No me he organizado bien y he tenido ensayos constantemente.
—Cada vez sales menos con nosotros —dice Lucía con una mueca triste.
—Lo siento, chicos, trataré hablar con mi madre para qué me dé algo de tiem…
La risa amarga de Sebastián me interrumpe.
— ¿Crees qué te dejará? Nunca te deja pasar tiempo con nosotros. Más bien es un milagro qué estés aquí hoy. Tu madre siempre te retiene, Scarlett.
—No todo el tiempo es así —murmuro, jugueteando con mis manos en mi regazo.
— ¿No lo es? Siempre te hace saber qué eres adoptada y lo inútil qué creen que eres ¿Cuándo te alejarás de ellos?
—Sebas, no es necesario qué hagas esto —lo detiene Sam, poniéndole una mano en el hombro.
— ¿Cuándo piensas abrir los ojos y darte cuenta qué esa no es la vida qué te mereces?
— ¿¡Y qué sabes tú sobre la vida qué me merezco!? —le cuestiono, con las manos hecha puños.
Él retrocede asustado en el momento en qué me levanté de mi asiento.
— ¡No sabes nada!
— ¿Quién te consuela cuando ellos te hacen sentir mal? —dice él, acercándose a mí—. ¿Quién estaba ahí para ti cuando casi acabas con tu vida?
No puedo creer que esté diciendo eso, en este momento. Sam me mira sorprendida, siento las miradas de todos escudriñándome.
— ¡Responde! ¿¡Cuántas veces te he dicho qué puedes denunciarlos!? ¿¡Cuántas!?
— ¡Deja de meterte en mi puta vida! —Refuto, apretando más mis puños—. ¡Deja de meterte en donde no te llaman!
—Oh, claro… porqué ni siquiera tu novio lo hace.
— ¿Sabes qué? —recojo mi bolsa, con mi uniforme de la academia adentro—. No te quiero volver a ver en mi vida y menos si es para sacarme todo en cara.
Camino hacia la salida de la casa de Lucía, viendo a lo lejos a Kevin. Cuando llego a su lado él abre la puerta trasera para mí y yo no dudo en entrar rápidamente.
No duro mucho en empezar a llorar.
— ¿Pasó algo, señorita Scarlett? —inquiere mi guardaespaldas.
—No te preocupes, Kevin, llévame a casa.
Él asiente sin más y arranca el auto.
Mis manos, están temblorosas. Cuando les doy vuelta viendo las palmas… me doy cuenta de las marcas provocadas por mis uñas, dónde sale un poco de sangre. Agarro unas vendas de mi bolsa y las cubro.
Pasan algunos minutos y Kevin anuncia qué hemos llegado, sale del auto y abre mi puerta.
Camino a la entrada de la casa. Solo quiero encerrarme en mi cuarto a leer… pero como mi vida es tan injusta, no logro poner un pie en la las escaleras porque justo delante de mí está mamá de brazos cruzados.
Oh, no. ¿Ahora qué hice?
— ¿Se puede saber dónde estabas? Hace más de media hora terminaron los ensayos y ahora es que llegas —ella baja las escaleras hasta que queda delante de mí, yo retrocedo por precaución.
Lo bueno de todo esto… es que he aprendido a mentir tan bien qué ya ni sabe cuándo lo hago, claro, no todo el tiempo les miento.
“Si lo haces todo el tiempo”
Pienso algo rápido y… eso. Bajo la cabeza, mirando mis zapatillas doradas. Hago mi mejor mueca triste y la miro de nuevo. Mamá frunce el ceño, confundida.
—Marcelo me dijo que lo esperara en un parque, pero no llegó… —agarro las tiras de mi bolsa—, después me llamó disculpándose y que no podía verme porque le salió un viaje de improvisto.
Ella me mira fijamente, buscando algún rastro de mentira, pero al ver que no lo consigue baja sus brazos.
—Oh… —logro ver que su mirada se suaviza un poco, extiende su brazo a mi dirección pero se retracta y endereza su postura.
Mamá no es de mostrar afecto y menos conmigo. Bueno, en realidad ninguno de los tres lo hace. Papá se la pasa viajando por cuestiones del trabajo y casi nunca está en casa. Mamá pasa mayor parte del día aquí, solo cuando no tiene que corregir algún vestuario o programar entrevistas. Jason prácticamente vive en la casa de su novia, es raro cuando lo encuentro rondando por la casa. Los tres parecen icebergs, son difíciles de impresionar y a veces me hacen salir de mis casillas.
Recuerdo que cuando estaba pequeña siempre me felicitaban por mis notas o por si participaba en algún evento y todo salía bien, pero todo cambió cuando cumplí los 14 años. Mi cuerpo empezó a cambiar y ellos lo aprovecharon. Mamá me inscribió en su academia de modelaje y siempre me tiene en dietas y mandándome al gimnasio. Papá me usa como la imagen de sus orfanatos, diciendo qué me dio una buena vida y la familia perfecta —aunque es todo lo contrario—.
—Seguro debió ser importante, sabes que él nunca te deja plantada —la voz de mamá me regresa a la realidad.
—Pues sí, tienes razón. Voy a ducharme y ya bajaré a cenar.
Ella asiente y se hace a un lado, dejándome subir las escaleras.
Regla numero 1° para sobrevivir en hábitat de leones cuando tú eres solo un ratoncito asustadizo:
-Siempre darle la razón a las personas mayores que tú, aunque no la tengan.
Entro a mi habitación y suelto la bolsa en el piso, agarro mi móvil y marco el número de Milo.
—Cariño —responde sorprendido.
—Hola, amor.
— ¿Cómo estás?
—Un poco cansada… necesito que me hagas un favor —susurro entrando al baño y abriendo la ducha.
—Sí, dime.
—Mhm… si mi madre te pregunta si yo había quedado contigo para vernos tú le dices que sí, pero que te había salido un viaje y no pudiste verme.
—Está bien… pero solo con una condición.
—Dime.
—Sabes muy bien que no me cuesta ayudarte y menos si es con tus padres, pero… —escucho el suspiro que suelta— quiero que me digas el porqué de todo esto.
“Oh, no, alerta roja”
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Editado: 04.06.2024