Labios Reservados

Capítulo 2

Al despertar durante la noche, parada, lo primero que llamó mi total atención fueron estridentes ladridos de perros. Definitivamente la cama ya no estaba, sustituyéndola el suelo. Yo me relacioné con el entorno poco a poco, aunque seguía sin reconocerlo. Habían árboles, el sonido de una cascada y ... ¿un auto? Tenía en la casa dos motos, así que... o mis propios ojos me jugaban malas pasadas o tuve otro episodio de sonambulismo. 

Tendían a ocurrir bastante frecuente, por tanto, los asimilaba como algo normal, incorporado dentro de la mente mía; ni siquiera intentaba tratar tal enfermedad. Tengo entendido que los sonámbulos pueden llegar a hacerse daño mientras están en trance. Miré mis manos buscando algún indicio de cardenales, sangre u otras marcas superficiales. Rasguños, al parecer de ramas de los árboles, y manchas rojizas eran lo único alarmante. Repetí el movimiento, esta vez, tomando los pies de punto fijo. Nada. Retomando la realidad consideré la opción de tomar el coche e irme de una maldita vez a la escuela. Unos susurros provenientes del maletero imposibilitaron la ejecución de eso. Casi inaudible la grave voz, permaneciendo así hasta que aproximé la oreja. Eran balbuceos.

Sonámbula provoqué muchos desastres, y ahora estuve analizándolos detenidamente. Nulas las probabilidades de recordar siquiera el más mínimo detalle. De un lado a otro caminaba, tratando de concentrarme, para encontrarle la mejor solución al problema principal.

¿Revisaba el maletero? 
¿Y si había algo muy horrendo?
¿Y si Verónica estaba allí?

Habían temas que enfrentarlos dolían más que ignorarlos.

El compartimento daría pistas sobre qué sucedió anoche (tengo claro fue malo). Igualmente tarde, temprano, saldría la verdad colándose por los bordes de la ventana cerrada llamada Mentira. No importaría cuántas cortinas pusiese, seguiría filtrándose. Mejor saberlo cuanto antes. Estaba consumiéndome viva la llama del miedo tomada de la mano con múltiples mecheros del interés y la frustración. Asombroso.

—Charlotte—pronunció la persona encerrada dentro del coche, casi demandando. Distinguir el género se me dificultó. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Qué hice ayer? 

Fui perdiendo las ganas de interactuar. Ignoraría lo ocurrido. Sigo debatiéndome. ¿Alcanzo al engaño? ¿Permitiré que me alcance? Los nervios provocaron que caminara de un lado al otro.

Esto no era fruto de mis venganzas. Estoy segura. ¿Entonces qué diantres es?

Aún a sabiendas de que me arrepentiría situé los ojos en el lugar tan preocupante para mí. Justo cuando había concertado la decisión de abrirlo supe de la función de una llave, la cual no poseía. Cerrado. Veamos, si aparentemente secuestré a alguien para hacerle algo requerí de la llave. Accedí a los bolsillos de mi short corto y ¡la encontré!

Antes de abrir el contenedor del causante de mis emociones recapacité, ya que podría encontrarme un criminal. Irónico terminar siendo matada por alguien de tu misma calaña, iguales principios, cortado de la misma tela.

En el asiento delantero divisé tijeras de podar, ahora mismo era lo único a mi alcance. Las tomé con la mano disponible y al sentirme protegida noté la adrenalina recorrerme, intercambiando subidones con el ligero pavor. Me aproximé al maletero, la certeza era más que presente cuando introduje la llave; encajaba perfectamente. La cerradura hizo "clic". Elevé la cajuela apretando mi agarre en las tijeras.

Solo observé un cuerpo vivo. Tenía la cabeza volteada, mostrándome la espalda. Si hubo sogas o cintas adhesivas fueron retiradas, porque aunque intentara percibirlas era imposible. Adquirí cercanía peligrosa mientras formaba cuadros mentales de la escena. Y ahí, faltaban segundos para apreciar el rostro, de lo que pensé, un chico. Sentí soplos del aire moviendo mi cabello.

Caí desplomada al suelo, como si hubieran apretado el interruptor que controlaba mis movimientos buscando el "Apagado". Choqué la cabeza y perdí el conocimiento, siendo lo último que captaron mis ojos el maldito maletero cerrándose y dos chicos.

■■■

La escuela destilaba tranquilidad donde sea que entrases. El salón de clase era esperadamente aburrido. Los comedores, las taquillas, la cancha, los laboratorios; todo seguía su curso monótono. Las porristas sacudían los pompones, los deportistas practicaban, los nerds respondían las preguntas de la clase, los rebeldes imponían graffiti en la pared, los asociales comían alejados de los grupos; nada cambiaba la ausencia de Pryce. Tal vez porque la supuesta influencia de este carecía de importancia. 

Así mismo pasó con los objetivos 2, 4, 6 y 8. Tenía una regla: los números impares eran socialmente activos, los pares inactivos. A veces me daba el gusto de escoger términos medios; la vida suele comportarse así, dando bofetadas sin importar lo que seas. Yo jamás me clasificaba. Quizás antes podía integrar mi comportamiento dentro de un régimen tan gris como el de ellos, actualmente son otros párpados los que guían. Sí, parezco filosófica (sin descartar prejuiciosa) y la verdad seguirá siendo una mierda disfrazada, pero todos prefieren engaños reconfortantes a realidades que duelan. Tenemos tanto miedo de destruirnos que infravaloramos nuestro nivel de aguante. Por eso buscamos aceptación de otros, para no sentirnos apartados.

El director tiene mi expediente, el cual justifica las ausencias o llegadas tardes. Hablando de llegadas tardes, aún no sé cómo le hice para aparecer después de la campana. Tengo recuerdos en blanco, uno tras otro, esperando llenarse de colores. Los pinceles esperan al pintor, el cual fue de vacaciones indefinidamente. 

Igual visitaré la oficina del director Greg, aprovechando las alergias y mi inmunodepresión de excusas. Quiero graduarme, obvio. La profesión que escogeré aún queda tiempo para pensarla. Vacilo entre la medicina forense y la neonatología.

Quería tocar la puerta. Los dedos plegados contra la palma y el pulgar retraído mostrando los nudillos rozaron la apertura del muro. El pórtico entreabierto amplificaba la fonética de las palabras. Eran los padres de Hatch quienes pedían información sobre su hijo. Al menos ellos se preocupaban. Sentí el abatimiento de la madre. Hatch jamás debió involucrarse con el objetivo #10. Una vez dentro solo regresaría su cuerpo inerte. 

De hecho, las risas de él, luego de arrojarme al suelo las chicas del gimnasio, resonaron lo suficiente como para perdonarle la vida. Está bien, me considero alguien rencorosa, ¿pero... quién no lo sería si hubiera estado en mi lugar aquellos larguísimos días?Jamás fui defendida. Jamás se preguntaron si quebraban la expuesta inocencia de la chica intimidada. Los días encerrada en casa, las notas pegadas a la taquilla; contribuyeron a la deformación de mi personalidad. Sí, deformación.

Apoyando el oído en la puerta presté más atención a las respuestas y reacciones dentro de la plática. Ya bastaba suficiente mi vida de mierda y la previa preparación ante los problemas que se interponen nunca afectarían la yo incauta. "Guerra avisada no mata soldado". Recogía los informes de la situación por pura curiosidad. Sé la calidad del trabajo efectuado, carece de opiniones negativas. 


—¡Hatch nunca ha dormido fuera de casa! ESO le pasó y Ud. es el responsable.— protestó la Sra. Curlers. Siendo obvio que no podía conocer su semblante la imaginaba sentada, esforzándose para controlar los deseos de crear un río de lamentos —¿Así piensa reclutar más chicos para la matrícula?— acusó firmemente.

He cumplido terminando el curso de la vida de 10 objetivos. Maté 13 jóvenes, contando los "en el lugar equivocado, a la hora equivocada". La escuela ha perdido bastantes alumnos como resultado. Supongo que tuvo consecuencias severas; la reputación de impecable y seguro del colegio va perdiéndose. ¿Qué criterio tendrá cuando termine? ¿Seguirá acaso existiendo una institución donde fueron asesinados cruelmente algunos? Uy, quizás vendrán periodistas con la finalidad de hacer artículos, que serán la base de películas de terror.

—¡¿Qué cree?! ¡¿Cree que estoy tranquilo lidiando con las desapariciones?! La policía está trabajando discretamente y no consigue pista alguna.—a juzgar por el rechinar de la silla al deslizarse el director Greg quedó levantado, luego palmeó el buró.— Espere pacientemente, mantenga la calma. Tampoco ha pasado el tiempo necesario para reportar la incidencia.—La voz funcionó si el objetivo fue retractarse ante el comportamiento impulsivo, expresaba arrepentimiento. Le restó importancia al tema en su segunda intervención.

Entonces, lo sabían. La policía metida; siempre y cuando acabara limpia no tenía inconvenientes. Estaba atónita de acuerdo a la poca seriedad con la que Greg trataba la muerte del muchacho. No comprendía si me cubría conscientemente o le faltaba humanidad. Ok, resulta imposible el saber de mí. Decidí más creíble la segunda opción. 

— Saldré para tomar aire. Siento que me supera la pérdida de Hatch. ¡PORQUE ES ESO! ¡¿DUDA DESPUÉS DE VER LA REALIDAD?! — interrumpió el Sr. Curlers iniciando serenidad, convertida en defraudación gracias a la "ceguera" del director. 

El padre de Hatch me atrapó al girar el pomo de la puerta. Suerte que no sabía de mi identidad o existencia.

— Lo que escuchaste es cierto. Cuídate mucho y si sabes de algo avísanos. Ten, para contactarnos. —dijo apenado entregando un papel. Aceleró sus pasos, perdidos de la vista de todos.

—Gracias— contesté mostrando gratitud casi susurrando, aunque ya se encontraba lejos.

¿Por qué hablé? Fácil, si del otro lado de la puerta me escuchaban descartarían el desafortunado desenlace donde termino encarcelada. Sería el mayor miedo que tengo, es lo que más retiene los errores. La prisión es una experiencia que no quiero volver a sufrir. Cerrando los ojos desearía el fin de la vida antes de la cárcel. 

Mantuve una posición estática el tiempo suficiente para que la voz femenina resaltara sobre el pasillo.

—Buscaré a mi marido, ¡estas noticias se harán públicas si no hace algo al respecto!—amenazó la Sra. Curlers.

La presentí aproximándose tomando su bolso. Calculé el tiempo restante antes de tropezar conmigo y entré a la dirección evitando desastres. 

Puse una de mis mejores sonrisas. Las comisuras de los labios se curvaron tan falsas como siempre. Solo yo identificaba las falsas, los demás nunca sospecharon nada de mí. Perdí la noción de las veces practicando, las cuentas pararon llegando al número 100. Ninguna fracasó.

Estuve explicando mucha mierda de mi enfermedad. Él asentía todo el tiempo. Tosí un poco, actuando de enferma con resfriado. Actué en una obra infantil hace años de "Romeo y Julieta". Resulté tan adentrada en el personaje que imaginé cada detalle del libro frente a mis ojos. Plasmé los pensamientos de la verdadera protagonista sobre el escenario mediante los cambios de humor y la expresión facial. Ahora repetía lo aprendido, solo que con otro personaje. Samantha Dimson. Inocente cual niño recién nacido, tierna como conejito, alejada del mundo.

■■■

La hora del almuerzo marcó el timbre. Mi bandeja contenía dos manzanas. Ocupé el asiento vacío de la mesa de profesores. Los saludé cortesmente. Ellos me consideraban la estudiante ejemplar, pedían que todos fueran iguales a mí. Tal vez, cambiaran de opinión, si descubrían la lista de cadáveres que atormentarán mi sueño cuando la venganza haya sido motivo de arrepentimiento. 

Ya iba por la tercera mordida de la segunda manzana. Mis ojos, automáticamente, buscaron los del objetivo #11. Hailey buscaba desesperada la atención del par de imbéciles sentados en la mesa destinada a los amantes del futból americano. Les coqueteaba, los invitó a una fiesta e incluso dio parte de su comida. Su debilidad eran los chicos. Ni siquiera le duró una semana este novio. ¿Debería encontrar sentimientos? Eso significaría que me importa; no es así.

Cruzamos la mirada, y ella rápidamente desvió la suya. Lo que decía ese gesto exactamente era difícil de descifrar para mí. Le debería enseñar la biblia, así practica la parte de rezar. 

En general, el comedor atrajo pocas personas. Impresionante cómo los rumores corren tan rápido. Fui yo. Posteé los nombres de los "Desaparecidos" y las fechas de la última vez que asistieron. El temor de correr el mismo destino los hizo alejarse. Ay, nunca disfruté tanto. Tengo los dos mayores placeres del mundo: Infundir temor tanto en víctimas como no víctimas.

Seguí hasta arrojar los restos de las manzana en el cesto de basura. Encontré la clase correspondiente, adelantándome escogí el pupitre cercano a la ventana.







Historia. La historia la cuentan los vencedores. Siempre manipulan las cosas un poco. ¿Si ganaste tienes el derecho de darte más crédito del merecido? Según lo que leemos sí. Hay figuras negativas y positivas. Comentamos los defectos de los villanos, olvidando sus virtudes; inverso a los héroes, que olvidamos sus defectos y destacamos sus virtudes. En las guerras, los vendedores de armas son igual de culpables que los involucrados, porque estás brindando la posibilidad de destruir al enemigo mediante la violencia. El pacifismo no es lo mío pero comprendo la hipocresía, la ironía, etc.

Mientras observaba al profesor moverse debatiendo desde un punto equivocado toqué mi cabello. Sentí irregularidad en las puntas. Al alcanzar un trozo me di cuenta que cortaron una parte insignificante. ¿Qué significaba eso? ¿Tendría que ver con mi tardanza hoy?



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En el texto hay: asesinatos, muerte, sangre

Editado: 15.11.2020

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