El Ladrón de Sombras supo que su vida había tomado un rumbo indeseado cuando, por una chica, rompió su tercera regla sagrada. Los problemas habían comenzado con una llamada telefónica esa misma tarde, y por desgracia, ya era tarde para arrepentirse de responder.
—Ofrezco 50,000 como primer pago—le había dicho el cliente—quiero que siga a esa mujer y me informe sobre todos sus movimientos.
El Ladrón de Sombras casi se atragantó, pero se obligó a permanecer tranquilo; después de todo, había estado esperando esa llamada.
—Felicitaciones por su buen trabajo—agregó la voz horriblemente aguda del cliente—Le acabamos de enviar el comprobante de su pago por el trabajo anterior.
Aunque ese cliente siempre era puntual con sus depósitos, había algo acerca de él que no le terminaba de gustar. Y no solo era que utilizara un programa para modificar su voz cada vez que lo llamaba. Lo habían contactado por primera vez hacía cosa de un mes y le dieron algunas tareas sencillas como entregar un par de recados sin llamar la atención; sin embargo, robar un teléfono o espiar a una chica eran cosas en las que prefería no meterse.
—Sí, ya lo he visto—dijo el Ladrón de Sombras, dejándose caer sobre su cama—Entonces, ¿quiere que dé el siguiente paso?
La nueva solicitud iba a ser un trabajo molesto y, aun así, estaba considerando hacerlo. El Ladrón de Sombras tenía una sola meta en la vida y los cuantiosos pagos que le ofrecía ese cliente le ayudaban a acercarse a cumplir su sueño.
—Asumo que no le será difícil—dijo el cliente.
Cada mañana, el Ladrón de Sombras revisaba en un portal de venta de inmuebles si la propiedad que quería continuaba disponible. Se trataba un faro en el Pacífico Sur, enorme y en desuso. Lo quería desde la primera vez que lo vio.
—Entenderá que necesito tiempo para decidir, señor—replicó el ladrón—Lo que me pide es un trabajo a largo plazo.
No le gustaban esa clase de trabajos, en los que sentía que le pertenecía a una persona. Demandaban tiempo y limitaba sus opciones de aceptar iniciar otras empresas; sin embargo, lo que el cliente le ofrecía era muchísimo dinero.
—50,000 como primer pago, y lo mismo cuando termines el trabajo—dijo el cliente—Confío en usted Sombra, sé que es el mejor y quiero que se encargue de Lilia.
Lilia, así que ese era su nombre, no Leah. Recordó la expresión aterrada en el rostro de la chica cuando la interceptó y le dieron ganas de arrancarse los cabellos. No necesitaba vivir atormentándose con la idea de que sus acciones pudiesen lastimar a una chica como ella, de ese aspecto tan frágil. Ni siquiera sabía para qué tenía que vigilarla. De todos modos, se encontró pensando en el faro y en que ese dinero lo acercaba más a él. El Ladrón de Sombras terminó la llamada con la promesa de darle respuesta a su cliente antes de la medianoche, aunque en fondo sabía que la decisión estaba tomada.
El faro sería suyo, aun si tenía que hacer el trabajo sucio de otros para conseguirlo. Lo que pasara con Lilia no era su problema.
—Ah, maldición—murmuró.
De repente, el cansancio acumulado por el exceso de trabajo pareció desvanecerse. El ladrón se puso de pie y buscó algo que ponerse, alguna cosa que se viera normal. Sus atuendos consistían en básicamente lo mismo: chaqueta negra, camisa negra y pantalones negros. Por suerte, entre el montón de ropa negra, encontró una sudadera verde y unos jeans que compró unos dos años atrás pero que no se había molestado en estrenar. Antes de salir del departamento, tomó el último pedazo de pizza del día anterior que quedaba y se lo llevó a la boca, tenía tanta hambre que ni se molestó en calentarlo. Si iba a trabajar para ese cliente, lo haría bien.
Según el horario de la chica, debía estar en el trabajo. La imaginó bajando desde su oficina, en el último piso del edificio, hasta el comedor; si se apresuraba, podía alcanzar a verla almorzar.
Durante el camino, releyó varias veces el mensaje que le había enviado su cliente, en busca de alguna pista que le ayudase a entender por qué esa chica era digna de ser espiada por él, pero no había nada. El Ladrón de Sombras nunca hacía preguntas, su trabajo era solo obedecer las órdenes, y rara vez se interesaba por los asuntos de sus clientes; sin embargo, que lo contrataran para seguir a la directora de una agencia de artistas le parecía cuanto menos curioso. Ni siquiera sabía qué tenía que descubrir exactamente.
Meterse en comedor del edificio donde Lilia trabajaba fue ridículamente sencillo para el Ladrón de Sombras, que la seguridad apenas hiciera su trabajo le facilitaría la labor. Ocupó una mesa en una esquina, asegurándose que tuviera una buena visión del lugar y contó los minutos que pasaron hasta que la chica apareció por la puerta. Sonrió, era bastante puntual.
A los ojos del Ladrón de Sombras, la chica era una persona cualquiera. Viéndola sentada en el comedor, Lilia le parecía incluso aburrida. Comía con una calma que le resultaba desesperante, al tiempo que fingía escuchar lo que un hombre junto a ella le decía.
La observó con atención. Lilia era bonita y, por la notable seguridad en cada uno de sus movimientos, era evidente que lo sabía. Sus rizos pelirrojos le caían sueltos un poco por debajo de los hombros, el cabello alborotado desentonaba con su elegante traje de ejecutiva. Tenía una piel muy pálida, ojos grises y unas pecas salpicaban el puente de su nariz, notó que sin los tacones que llevaba no era muy alta, así como tampoco demasiado delgada; sin duda, la clase de chica que llamaría la atención en cualquier lugar. El Ladrón de Sombras fingió revisar su teléfono, esperando que Lilia no lo descubriera vigilándola; sin embargo, pronto se dio cuenta de que ella parecía perdida en su propio mundo, demasiado distraída de todo lo que le rodeaba. Si esa era la actitud con la que la chica iba por la vida, entonces su trabajo sería todavía más fácil de lo que esperaba.