Papá y yo entramos al comedor juntos. Toda la familia ya estaba ahí esperando por nosotros. Gregor dormitaba en su asiento, posiblemente sufría de resaca. Alexor tenía la vista clavada en su esposa mientras que su mano se posaba sobre el diminuto bulto que se estaba formando en su vientre por la espera de su primer hijo. Connor reía a carcajadas por algo que le estaba contando Irina. Al ver entrar al rey, todos se pusieron de pie e hicieron la reverencia habitual.
—¿Dónde estaban? —preguntó mamá mirándonos con atención mientras tomábamos asiento.
—Discutiendo asuntos ultra secretos —respondió el rey antes de guiñarle un ojo a su esposa. Luego se percató del estado en el que estaba Gregor y frunció el ceño—. Hoy parece ser un buen día para que los gemelos visiten el orfanato, ¿no lo creen? Estoy seguro de que los niños apreciarán mucho verlos de nuevo.
Connor sonrió con picardía, adivinando lo que papá pretendía mientras sus ojitos traviesos se posaban en su gemelo. Gregor abrió los ojos con cara de que sentía que alguien le estaba martillando la cabeza.
—Niños hoy no —dijo en un quejido lastimoso.
—Mejor ve practicando, que pronto habrán niños aquí también —intervino Triana con una sonrisa de oreja a oreja que nos dejó saber lo entusiasmada que estaba por su embarazo.
—Ah, no, ese niño lo hicieron ustedes, así que es su responsabilidad. No cuenten con el tío Gregor para cuidarlo —se defendió mi hermano negando con la cabeza.
—Vaya, hijo, me alegra escucharte hablar de responsabilidad. Tal vez puedas trasmitir algo de ese conocimiento cuando estés de visita en el orfanato —dijo papá.
El resto de la mesa ahogó una risa burlona, Gregor se limitó a recargar la frente sobre la mesa. Ni siquiera entendía por qué seguía excediéndose durante las fiestas, si ya sabía que papá era muy ingenioso para los castigos al día siguiente; lo mismo había hecho con Alexor durante sus épocas de soltero empedernido.
Tras el desayuno, los gemelos partieron hacia el orfanato, muy a pesar de Gregor, y el resto de mis familiares retomaron sus deberes. Yo, como la pequeña de la familia y la de edad similar, tenía el encargo de hacerle compañía a nuestra visita.
Llevé a Irina a pasear por los extensos jardines del castillo, disfrutando del agradable clima cálido. Pensé en algo que decir para romper el hielo, pero nada vino a mi mente. La realidad era que, a pesar de que éramos parientes, no éramos cercanas. Irina creció en su reino y yo en el mío. Nuestras madres eran hermanas, pero eso no significaba que tuviéramos mucho en común. Irina era más afín a los Mondragón, la familia de... él. El rey Danton, el padre de Irina, era hermano de Draco Mondragón, rey de Dranberg y padre de Luken. Por lo que ella era simultáneamente mi prima y la prima del amor de mi vida; aunque claro, eso no significaba que por ello me sintiera más cercana a ella.
—La fiesta de ayer fue realmente encantadora, me la pasé muy bien —dijo ella iniciando la conversación—. Es una lástima que te hayas ido temprano. Debo decir que te envidio un poco.
—¿A mí? —pregunté sorprendida.
—Sí, los chicos de Encenard son realmente apuestos y caballerosos. Eres afortunada de tener una selección tan grande de candidatos —dijo al tiempo que tomaba mi brazo para que camináramos pegadas, como si fuéramos dos viejas confidentes—. Aunque por ahí escuché que tú ya tienes un chico en mente que hace que tu corazón palpite.
Me paré en seco y palidecí hasta hacerme blanca como la harina. ¿Cómo supo? ¿Le iba a decir a Luken? La miré con ojos aterrados, considerando la mejor forma de suplicarle que no me delatara.
—¿Cómo te enteraste?
—Escuché a unas chicas charlando sobre cómo era cuestión de días para que el tal Jon Schubert te pidiera matrimonio —respondió con una sonrisa de complicidad—. Es guapo, ¿eh? Escogiste bien. Odette Schubert, me gusta cómo suena eso.
Sentí que el alma me regresaba al cuerpo. Mis extremidades se sentían flácidas por el alivio que me invadía.
—Oh, no, entendiste mal. Jon y yo solo somos amigos, entre nosotros no hay nada —respondí con el ánimo mejorado.
La sonrisa desapareció del rostro de Irina.
—Ay, no me digas. Qué pena, se ve que es un buen chico. Y por la forma en que lo ven tus padres, es obvio que les agrada mucho.
—Lo es, Jon es extraordinario y mis padres lo aprecian, es solo que no me interesa de ese modo —le expliqué encogiéndome de hombros—. De hecho, creo que ningún chico ha despertado esa clase de interés en mí aún —mentí.
—Ay te entiendo, eso de buscar marido es un dolor de cabeza. Ves a uno que te gusta y al rato llega otro más guapo, ¿cómo elegir entre tanto galán? Debería ser permitido poder tener más de un esposo para que esto no fuera tan difícil —comentó ella mientras retomábamos la marcha.
Su comentario me provocó risa.
—Tal vez cuando seas reina puedas decretarlo en Poria —le sugerí de broma.
—¿Sabes qué? Tal vez lo haga —respondió ella en el mismo tono—. Pero ya en serio, ¿en verdad ninguno de los chicos de aquí te gusta? A mí se me hicieron tan guapos, mucho mejores que los que hay en mi reino.
—Puede que sea la costumbre de verlos tan seguido, una se va habituando a la gente —dije de forma evasiva.
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Editado: 27.10.2022