(Narra Luken)
Iba con paso despreocupado por el pasillo, saludé a los guardias que me encontré con una inclinación de cabeza antes de seguir mi camino, al dar la vuelta en la esquina escuché a alguien tararear la marcha nupcial.
Me detuve en seco y esbocé una amplia sonrisa. Al mirar sobre mi hombro, encontré a Tarik caminando hacia mí. Puse los ojos en blanco, apenas hace unos días anunciamos mi compromiso y este granuja no dejaba de fastidiar con ello.
—¡Abran paso! ¡Hombre condenado va caminando! —declaró en tono de broma.
Cuando llegó a donde yo estaba, hice la finta de darle un codazo en el estómago.
—Vaya que quedaste sorprendido por la noticia, cualquiera diría que estás enamorado de mí y te duele verme con alguien más, Tarik —bromeé.
—Lo siento, Luken, no eres mi tipo —respondió él sin perder el buen ánimo—. ¿A dónde vas, hombre? Deja de perder el tiempo y vayamos a alguna taberna a disfrutar tus últimos días de libertad.
—¿Últimos días? ¡Qué va! Todavía faltan dos meses, mi madre y Grecia apenas están planeando la boda —dije restándole importancia a su observación.
—Pues hay que aprovechar cada segundo, porque una vez que estés casado vas a perder tu libertad. No más fiestas, no más recibir el amanecer con una linda extraña en brazos, no más brindis con los amigos...
—No más verte tambalearte hacia los aposentos de una chica de dudosa reputación —lo interrumpí.
—Pues hasta eso extrañaras, amigo, porque el matrimonio es una condena y tú te echaste la soga al cuello de forma voluntaria —apuntó con desaprobación.
Apreté mis labios entre ellos. Tarik ignoraba que este compromiso no tenía mucho de voluntario. Claro, nadie me había forzado, pero después de años de tener a mi padre respirando sobre mi cuello insistiendo en que eligiera a una esposa y a mi madre reclamando que no llegaría a conocer a sus nietos, el haber dado mi brazo a torcer no fue precisamente voluntario. Por supuesto que no admitiría eso en voz alta, no quería que nadie pensara que era una persona que cedía ante la presión externa, así que era mejor pretender que estaba de acuerdo con todo esto. Eso sí, yo había elegido a Grecia de entre las chicas que tenían el visto bueno de los reyes, era innegablemente guapa y exudaba seguridad en sí misma. Me parecía que tenía madera de reina y mis padres concordaban con mi valoración.
—Pues es una soga bastante agradable a la vista —me defendí—. Ninguna de esas chicas con las que te has liado le llegan a los talones a Grecia.
—Eso no lo niego. Tu novia es guapa, pero ¿será eso suficiente?
La pregunta caló hondo. ¿Encontraría la felicidad con la esposa que elegí? Llevaba años postergando este asunto de contraer nupcias pues estaba esperando encontrar a alguien extraordinario, pero dado que ese alguien jamás apareció, me vi en la necesidad de escoger dentro de la selección que había. Aun así, la duda de no saber si mi elección había sido la correcta me quitaba el sueño en las noches. No sabía si con el tiempo llegaría a amar a Grecia del modo que veía que se amaban mis padres, ni si algún día sentiría que ella era mi motor para seguir respirando. Dado que carecía de una respuesta, dije lo mismo que me había estado diciendo a mí mismo para convencerme:
—Grecia es mucho más que una cara bonita. Es culta, de buena familia, modales impecables y mente sagaz. Es todo lo que uno puede esperar en una esposa —respondí a la defensiva.
—¿Lo es? No lo sé, hombre, yo podría pensar en otras cualidades que se me harían más valiosas... amable, por ejemplo; cariñosa... maternal.
—¿Maternal?
—Vas a tener hijos con ella, ¿no? De ustedes depende dar continuidad al linaje Mondragón. ¿No te gustaría que tu esposa fuera una buena madre? —dijo Tarik como si fuera lo más evidente.
—Ah... sí, claro —mentí pues hasta ese momento no me había pasado por la mente. Grecia tenía todo el carácter para estar en un puesto de mando, pero ¿cuidar niños?—. Supongo que eso se va desarrollando con el tiempo.
—Tal vez. Mi experiencia en estos temas es nula —admitió mi amigo—. Solo creo que sería algo a tener en cuenta.
—Estaré bien, Tarik. Esta fue una buena decisión —dije más para mí que para mi interlocutor.
Mentalmente me volví a repetir que estaba haciendo lo correcto. Había elegido bien y sino había sido así, tendría que hacer que funcionara de todos modos; con 26 años recién cumplidos, mis padres se rehusaban a esperar más para que sentara cabeza, así que dar marcha atrás no era una opción.
—Entonces, ¿qué dices? ¿A la taberna?
—Será para otro día, justo voy de camino a ver a mi prometida —dije al tiempo que daba una palmada en su hombro. Luego retomé mi camino.
Dos guardias abrieron la puerta del estudio de par en par para dejarme entrar. En el interior encontré a Grecia con mi madre y mi hermana menor Nadine.
—Hijo mío, ven. Mira qué lindas muestras de arreglos florales enviaron para ustedes —dijo mi madre al tiempo que hacía un gesto con la mano para que me diera prisa.
Llegué a donde ellas estaban, frente a una mesa de madera llena de flores de distintos tipos. Girasoles, rosas, tulipanes y otras que ni podía identificar. Vi todo sin mucho interés. Mientras lo hacía me percaté de que mi prometida tenía el cuello estirado hacia mí con la mejilla alzada, esperando que la besara. Suprimí el poner los ojos en blanco, por alguna extraña razón, me irritaba un poco cuando hacía eso, aunque de manera lógica no podía explicar por qué.
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Editado: 27.10.2022