El cambio abrupto en la conversación me llevo a confundirme y a presionar el puente de mi nariz mientras un diluvio de pensamientos lucha en mi mente, la nueva información sobre lo que me rodea es agobiante.
Sinceramente, cualquier persona común tiene un plan de vida, metas que alcanzar, proyectos y sueños. Es como si cada una de esas cosas en mi vida se hubiera estrellado contra un muro de irrealidades e incoherencias, que de alguna manera tienen sentido.
Hace tres meses me hallaba cenando con mi madre, ella había cocinado, como siempre, la tranquilidad se vislumbraba en toda la habitación, eso junto a una conversación ligera en una familia promedio.
Nunca imagine que la perdería, que tendría que conocer y familiarizarme con Steven, que mi mente me jugaría trucos sucios y me llevaría a cuestionar mi cordura, por otro lado, sentirte acosada por una chica espeluznante y estar rodeada de incógnitas que nadie se molesta en aclarar.
Simplemente, deseo tomar mis pertenencias y alejarme, huir y esconderme en algún lugar recóndito donde no tenga que preocuparme por aspectos extraños y pesadillas abrumadoras.
William me observa pasivamente, midiendo mis reacciones, sus fríos ojos zafiro son como una capa protectora de su alma, pero si lo aprecias de cerca y detallas cada destello en ellos, notaras las ligeras grietas en aquella capa.
— ¡¿Un paseo?! —Exijo.
Aquello parece fuera de lugar, como algo dicho sin considerar realmente la situación.
Me paseo de un lado al otro cuando consigo liberarme de sus brazos, se encuentra bloqueando la puerta, por lo que mi huida no es una opción, además, dudo poder escapar.
—Pareces agobiada.
Con esas palabras, mis pensamientos y mi mente se fragmentan hasta estallar en una lluvia descontrolada que se perderá en un vacío desolado y sombrío, en algún momento tendré que recuperar todas las piezas perdidas, pero es irrelevante en este instante.
— ¡¿Agobiada?! —grito y tomo un puñado de mi cabello, observándolo como si no me perteneciera. —, No tiene sentido, nada tiene sentido. ¿Por qué yo? ¿Por qué cuando mi vida parece no tener rumbo? Dime, William.
Su abrumada mirada se posa sobre mí, como si no supiera que hacer con mi reacción, alza su mano y esquivo su toque, su mirada baja como si estuviera dolido.
—Vivo con alguien que, al igual que yo, prefiere evitar la situación que nos llevó a reunirnos. Luego tengo pesadillas sobre asesinatos, sangre, una daga y una chica que parece acecharme, ahora, me desmayo en medio de un camino desolado y me despierto aquí, desorientada, para que me digas que estoy en medio de una realidad imposible sobre seres sin alma que pueden asesinarme y de alguna manera, todo eso hace que tenga sentido.
Tomo una respiración profunda cuando termino de pronunciar las últimas palabras, las lágrimas se deslizan por mi rostro y mis manos tiemblan a mis costados. La desesperación irradia de mí en ondas palpables.
Me recuesto contra una pared y me deslizo hacia el suelo, abrazando mis piernas y enterrando mi rostro para esconder todo lo que me golpea y me deja sin aliento.
—Tomemos un poco de aire ¿quieres, Samantha?
Alzo la mirada para encontrarme con su mano extendida hacia mí, la observo por lo que parecen horas y luego, renuentemente, la tomo. Me alza fácilmente y nos dirige hacia la puerta. Siempre tiendo a recibir sin titubear la ayuda de William, como si confiara en el plenamente, aunque escasamente lo conozco.
Un pasillo se extiende ante mí, los pisos de madera han sido restaurados, hay cuadros antiguos, los oleos de las pinturas que adornan las paredes se encuentran fracturados por el tiempo, hay un gran reloj al otro lado del pasillo, sus manecillas también se han detenido en las doce.
No me voy a molestar en hacer más preguntas, siento mis extremidades pesadas y si abro mi boca, tal vez salgan palabras inadecuadas y poco propias de lo que se considera una dama, aunque no puede importarme menos.
Y aunque no comprendo como mi vida giro drásticamente para dejarme en medio de un enigma, sé que aquello afectara mi futuro y mi inexistente destino normal.
Me entristece que, de alguna manera, el comprensivo William no parece entender mi reacción, la forma en que su mano se mantiene en la mía, sus dedos enlazados con los míos, es un toque personal, aquel que se da entre íntimos amigos, como si esperara que enloqueciera y perdiera completamente mis estribos.
Sus dedos son cálidos y reconfortantes, pero aun así, su toque es inesperado, considerando el tiempo que nos hemos conocido o nuestros breves encuentros, eso se opaca con la información que me brindó y el hecho de que me desperté en su hogar. Posiblemente, en su habitación.
Pesadas cortinas cubren enormes ventanas de marco en madera oscura, extrañamente, la lluvia inesperada se ha detenido y solo quedaron pequeñas gotas surcando el vidrio.
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Editado: 24.06.2018