¿Ven ese pequeño kiwi sentado en la orilla de aquel gran acantilado?, él que está mirando las lejanías, mirando tal vez como el sol se quema miles de kilómetros de distancia, o mirando tal vez a las aves que ignorantes a su existencia se alejan volando por sobre las aguas, bailando con sus ligeros aleteos dentro del hermoso fuego de nuestra estrella, <<ellos solo vuelan sin saber a dónde>> pensó él aún mirándolos volar felices, sus cuerpos no se veían con detalle, solo se divisaba su contorno, cual sombra parecían mecerse en el cielo .
-Cuán privilegiados, cuán dotados de hermosura, cuán dichosos al poseer algo tan bello como unas alas para volar, no como estas cosas -dijo él, sacando a la vista sus minúsculas alas, que más que eso eran extremidades cubiertas de un plumón aterciopelado de color gris-¿de qué me sirven? díganme, porque yo no lo sé, más quisiera saberlo, si, quisiera saberlo, así me sentiría mejor.
Volvió su mirada de nuevo hacia las aves que ahora más lejanas a su vista eran, pues ahora como pequeños puntos se veían en el inmenso circulo naranja-amarillo, ahora no alejados del mar, sino casi tocando el agua, o al menos así parecía a su percepción.
-¿Por qué yo no puedo volar? Si ellos perfectamente pueden ¿acaso ellos hicieron algo que yo no? ¿Algo tal vez que le agrado a la madre naturaleza y por eso les dio la bendición de volar? -se preguntó con desconsuelo- ¿hice algo mal? eso debe ser, si hago algo bien, podré volar ¿no?- se levantó y miró al cielo, su largo pico apuntaba justo a las nubes de algodón donde esas aves volaban- ¿qué debo hacer?- preguntó esperando escuchar la respuesta de alguien o algo. Su tristeza no era porque las otras volaban y él no, no tenía envidia; solo quería volar, conocer esa emoción nueva, ese sentimiento que solo obtienes al hacer algo que te haga sentir especial, aunque miles de personas hagan lo mismo que tú, he incluso lo hagan mejor, pero eso no importa, solo importa que tú te sientas único al hacerlo.
Varios minutos pasaron, todavía seguía parado allí, con el pico hacia el cielo esperando la respuesta, sus ojos estaban cerrados, debía concentrar cada sentido de su ser para escuchar la respuesta a su pregunta...pero nadie le respondería.
Se cansó de esperar su respuesta, no; se dio cuenta de que la respuesta él ya la sabía, él volaría por sus propios medios, costase lo que costase, probaría el sabor de las nubes, una vez escuchó a una garza decir que eran dulces como la miel, y también oyó a una gaviota decir que saben a agua, le gusto más la versión de la garza y decidió quedarse con esa, si, las nubes son dulces y él lo va a comprobar.
Sintió algo lindo en el pecho, un sentimiento extraño, era alegría, era emoción, era desesperación.
Corrió a todo lo que sus dos grandes patas se lo permitían. Corrió sin parar, se adentra en el bosque a toda velocidad, no podía volar, pero al menos corría muy bien.
Al fin llegó a su destino; un gran árbol, de áspera y marrón corteza, ramas robustas que se extendían hacia arriba como si estuvieran de cabeza, sus hojas verdes se mostraban frondosas, un árbol en su esplendor para cualquiera que se detuviera a admirar su belleza.
Se detuvo justo en frente al gran árbol, en medio del tronco del mastodonte de madera, había un agujero; en la oscuridad de la cueva en el árbol se distinguían un par de amarillos ojos.
-¿June? ¿Puedes bajar?-preguntó mirando a los ojos en el árbol.
Una lechuza blanca cual la nieve trémula, bajó volando del árbol y se paró en su espalda.