Landeron I: la hija del oráculo

7. Y, ahora ¿qué?

Aldin se despertó por la mañana sintiendo cómo todo su cuerpo protestaba. La cama del dormitorio de invitados en el que la familia aelleris la había alojado no era mala, más bien al contrario –se las habían apañado para criar excedente de gansos la temporada anterior y Lord Karan les había permitido quedarse con una parte de las plumas, algo que los cuatro ocupantes de la casa habían aprovechado bien–, pero el recuerdo de Aelhia espiando detrás del almacén, enterándose de su mayor secreto hasta la fecha, le había atenazado el estómago de tal manera que había sido prácticamente incapaz de conciliar el sueño.

Solo al límite del alba, agotada de pensar, llorar y dar vueltas entre las mantas, se había quedado dormida por fin. Pero tampoco había encontrado descanso, puesto que había sufrido una intensa pesadilla de la que, para bien o para mal, ya no se acordaba. Aunque Aldin tenía la extraña sensación de que tenía que ver con ella, con su pasado. ¿O simplemente se había dejado sugestionar por la historia de su "supuesta" realeza hasta el punto de soñar con ello?

La muchacha sacudió la cabeza con fuerza tratando de alejar aquellas reflexiones tan turbias y se bajó de la cama despacio, a la vez que tanteaba bajo la misma en busca de sus botas. Pero, en el momento en que tenía una de ellas cogida por un extremo, la puerta se abrió violentamente; y, contando que el pie de madera del catre se encontraba en la trayectoria, Aldin recibió un doloroso golpe en la coronilla.

—¡Ay! —exclamó, llevándose una mano a la cabeza.

—¡Aldin! —la voz de Veria se alzó desde el umbral y la joven aelleris se aproximó a su aturdida invitada con expresión consternada—. ¿Estás bien? Perdóname, lo siento...

—No es nada —le restó importancia la otra mientras se rascaba el pelo en la zona donde la recia madera había impactado, notando cómo el dolor disminuía poco a poco— pero, ¿desde cuándo acostumbráis en tu casa a entrar como una tromba en las habitaciones de los invitados?

Había tratado de ironizar, pero la mueca se congeló en su rostro en cuanto comprobó la palidez, las ojeras y la expresión entre asustada y llorosa que presentaba Veria. De inmediato, supo que algo horrible había sucedido y una idea fugaz pero tan dolorosa como mil agujas cruzó por su mente, haciéndola palidecer a su vez.

—Veria... —musitó, insegura.

Pero su amiga había debido intuir lo que pasaba por su cabeza, porque tragó saliva y jadeó, sin palabras para contestar. Aldin meneó la cabeza rápidamente. No podía ser. Era imposible. Y sin embargo...

—¡Aldin! —la llamó Veria al verla levantarse de golpe.

Pero la muchacha no la escuchaba. Como una exhalación, esta vez fue ella quien salió corriendo de la habitación y bajó por las escaleras de la casa de sus amigas saltando los peldaños de dos en dos. Enseguida escuchó los pasos de Veria correr tras ella y apenas se detuvo a saludar a la madre de esta última y de Madia. Sin embargo, Aldin vio en su rostro sorpresa mezclada con cierto conocimiento, lo que acicateó aún más sus pasos hacia la salida.

Una vez en la calle, casi tropezó con Madia y Ral-Edir, que discutían acaloradamente en la entrada. Sin embargo, ambos callaron en cuanto apareció Aldin y sus rostros se ensombrecieron todavía más. La joven notó entonces algo muy desagradable reptando desde el estómago hasta su boca y retuvo la náusea a duras penas. Todo indicaba que había sucedido algo terrible y las expresiones de sus amigos, sumadas a todo lo sucedido la noche anterior, solo le hacían pensar en una cosa. Algo que amenazaba con hacerla desmayarse de un momento a otro.

No obstante, Aldin apretó los dientes para tratar de contener la sensación de mareo, pivotó sobre sus talones sin una palabra y salió corriendo hacia su granja.

Se conocía las calles de Lar de memoria, después de quince años yendo y viniendo a la Casa de Mujeres o a buscar a sus amigos; por lo que giró, trotó y esquivó sin problemas a los escasos transeúntes que aparecían en su camino, hasta llegar a la linde del pueblo. Su corazón palpitó a velocidad de galope cuando vio la humareda, y las lágrimas comenzaron a agolparse tras sus párpados en cuanto observó a la pequeña multitud que se había congregado alrededor del lugar.

Aldin no lo pensó dos veces y, tras correr hacia allí, se abrió paso a codazos entre los presentes, ignorando las quejas de algunos de ellos. Sin embargo, no se percató de la debilidad de dichas protestas; puesto que prácticamente todos los que estaban a su alrededor entendían su dolor. La joven, por su parte, en cuanto llegó al frente del todo y vio el espectáculo que tenía delante, pensó que jamás podría sentir nada tan horrible como lo que en ese instante invadió todo su cuerpo.

La granja en la que había vivido durante quince años apenas podía ya denominarse como tal. El tejado se había hundido sobre el segundo piso y parte del primero. Los muros ennegrecidos por el fuego que aún quedaban en pie amenazaban con caer de un momento a otro. El humo procedente de lo que tan solo la noche anterior había sido el comedor, se alzaba perezosamente en la madrugada, contrastando nefastamente contra el naranja y rosado de un cielo en pleno amanecer.

Aldin miró a su alrededor con los ojos desorbitados y los labios entreabiertos, pálida como una muerta, sin ser capaz de articular palabra. Solo cuando sintió una mano conciliadora en el hombro y unos brazos rodeándola, fue cuando su cuerpo reaccionó y de su garganta salió un grito desgarrador, intenso como la pena que destrozaba su corazón.

La joven hundió la barbilla en el pecho y se echó las manos al rostro, mientras Alma, Veria y Madia trataban de sostenerla por todos los medios. Ral-Edir y Gaderion se ocuparon de dispersar a los curiosos, no sin cierta rudeza. La tragedia de su amiga, la más joven de todos ellos, exigía cierto grado de duelo en la intimidad y, gracias probablemente a que Aelhia se había ido de la lengua, bastantes habladurías debían de haber circulado ya sobre ella como para añadir una más.



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En el texto hay: adolescentes, misterio, viaje

Editado: 14.01.2023

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