Una a una, las siete tarjetas fueron cayendo en su sitio, formando una estrella de seis puntas con una última figura situada en el centro. Aldin reprimió un gemido. Era casi la misma tirada de antes. ¿Cómo era posible?
Êgan, por su parte, se levantó para poder observar la figura desde la misma perspectiva que la princesa y frunció el ceño.
—Veamos... En tu pasado tenemos «El Espíritu» —señaló la carta situada en la parte superior de la estrella y después la esquina inferior derecha— y «La Daga», por lo que existen fuerzas que han velado siempre por ti, pero también ha habido un conflicto en la sombra. Eso puede encajar, ¿no crees? —Aldin asintió despacio con pesadumbre—. En tu futuro inmediato, «El Bastón del Mensajero». Curioso —se mesó la barbilla lampiña—. Significa que recibirás noticias de lejos. Eso podría ser bueno.
—Eso espero —bufó Aldin, reprimiendo un escalofrío. Si eso se cumplía...—. Sigue, por favor.
Êgan pasó las yemas de los dedos junto a la cuarta carta.
—Advertencia: «El Juglar». Hmmm... Suele significar que dejes que tus intenciones salgan a la luz —Êgan frunció el ceño, sin observar que a Aldin parecía querer tragársela la tierra—. No lo entiendo muy bien.
—¿Por qué lo dices?
Êgan pasó las manos a la espalda y paseó un poco junto a la mesa mientras la joven a su lado intentaba mantenerse lo más estoica posible.
—Por regla general creo que sueles ser una persona bastante transparente, Aldin —la alabó—. Sueles tener las ideas claras y respecto al asunto de Thaeder siempre has dicho lo que te parecía razonable hacer, nos has consultado... —al ver que ella apartaba la vista, entrecerró los ojos, sospechando—. Aldin... ¿Hay... algo... que no nos hayas dicho?
La princesa botó en el sitio y lo miró fijamente.
—No, por supuesto que no —repuso con rapidez, esforzándose por mostrar una expresión neutra—. Sabes que mi mayor intención es que Thaeder deje de hacer maldades en Landeron y podamos vivir en paz. Cualquier esfuerzo al respecto se agradecerá.
Sin quererlo, había cambiado su pose y su actitud a la de «princesa decidida», lo que solía salir a la luz cuando estaba tensa por algo, en un instante; y Êgan lo notó, por lo que eligió no insistir y se volvió a centrar en las cartas. Aldin, por su parte, trató de respirar hondo disimuladamente para que no se notara que su corazón estaba a punto de estallar. Se había creado un ambiente incómodo entre ambos, pero la voz de Êgan sobre su cabeza distrajo a la princesa de nuevo hacia su predicción y sus consecuencias.
—Entorno: «Los Vientos del Cambio» —enunció el gadarath—. Habrá cambios en tu entorno muy pronto, entonces —ambos se miraron unos segundos, sin hablar, antes de que el joven retirara la vista—. Bueno, eso podría no ser ninguna sorpresa...
Aldin tragó saliva y bajó la mirada. Desde hacía tiempo y cada vez con más frecuencia, había empezado a notar cómo una barrera insalvable la separaba de sus amigos. De sus compañeros. De los únicos que la conocían de verdad en aquella ciudad. Y sí, en una guerra como la que se desarrollaba lo lógico sería pensar que pronto abandonarían Mehyan en dirección a algún lejano destino en Landeron. Quizá, incluso, sería ella misma la que tendría que enviarlos. Y solo de pensarlo se le encogía el corazón.
—Aldin, ¿te encuentras bien?
Êgan se había inclinado a su lado y la joven princesa se negó a mirarlo a la cara mientras musitaba:
—No quiero que os vayáis.
Era una pataleta y lo sabía, pero no podía evitarlo. Por suerte o por desgracia, Êgan se mantuvo estoico, aunque murmuró con dulzura:
—Aldin, sabes que tarde o temprano tendremos responsabilidades que cumplir. Mírame a mí: pronto tendré que ir a Gaemar y lo asumo —la obligó a alzar la barbilla sin brusquedad—. Pero sé que aquí siempre tendré un lugar al que volver y te ayudaré en todo lo que pueda. Como todos.
Ella sonrió, notando el corazón estrujado de emociones contradictorias, pero finalmente asintió.
—Gracias.
Él asintió también con una sonrisa antes de girarse de nuevo hacia la mesa. Solo quedaban dos cartas por analizar y estaba realmente interesado en interpretarlas. Aldin hubiese querido, por un absurdo momento, que la abrazara y le dijese que todo iba a salir bien, pero enseguida se obligó a reponerse. Era una princesa, tenía unas responsabilidades. No podía abandonarse a determinadas fantasías... aunque quisiera.
—«El Gólem»: es decir, que un amigo actuará en tu favor... ¡Pero está invertida! —Êgan palideció un instante, mirando de reojo a una Aldin que también lo observaba con fijeza. Era como si sus ojos verdes dijesen: «¿entiendes ahora mi preocupación?» —. Aldin, esto... —el gadarath se pasó una mano nerviosa por el pelo—. Ninguno te traicionaríamos. Ninguno de nosotros.