Lany

6.- José

Los rumores de un grupo de elfas desérticas en búsqueda de varones jóvenes se extendió rápidamente por gran parte de la galaxia, pero antes de llamar la atención de alguien, esos rumores inspiraban temor a quienes pensaban adentrarse en el planeta desértico, nadie sabía de la ubicación o las intenciones de aquel grupo de elfas.

Zafiro prefería que la situación permaneciera así, de esa forma nadie que no fuese un candidato digno de buscar la espada se acercaría al desierto central. Hugo en la lejanía escuchaba los rumores, modificándolos y esparciéndolos entre las sombras, una trampa que mantenía alejados a los saqueadores y piratas desesperados por la guerra.

Era un arma de doble filo, por un lado la expedición permanecería segura, pero también corrían el riesgo de ahuyentar a su rey. Zafiro apaciguaba esa duda de sus hermanas diciéndoles que aquel que era la reencarnación de su señor no temería a los rumores, tarde o temprano llegaría del desierto alguien que tomaría la espada con éxito y traería la gloria a Decertica, junto con el fin de aquella absurda guerra galáctica.

Pasaron cuarenta días, Hugo había venido e ido tantas veces de manera inesperada, que Zafiro ya no sabía cuándo llegaría el Shig a la excavación, que poco a poco se había convertido en una extensa red de túneles y burbujas de aire bien estructuradas y firmes, sin riesgo de derrumbamiento, o eso esperaban.

Lany había cuidado ya de al menos de diez candidatos, todos de gran educación o posición social, que se habían perdido en el desierto por distintas circunstancias, elfos de gran nobleza, torum líderes de clanes importantes en planetas centrales de la galaxia, inclusive un tiriqui que dirigía una de las compañías que abastecían de armas al ejercito del imperio galáctico.

Todos le contaban historias, o le dejaban algún regalo a la pequeña antes de su partida, le hablaban del mundo fuera del desierto, de los bosques, las montañas, los océanos, las grandes ciudades o incluso de las grandes fortalezas metálicas que flotaban en la materia oscura fuera de los planetas.

Aunque ella quisiera ver aquellos lugares, ella era feliz ahí, en el campamento, donde estaban todas sus hermanas, llevando a cabo la más importante misión de su raza. Siempre que encontraba una oportunidad, la pequeña salía a jugar en las dunas o a correr por los túneles, en poco tiempo, se había enamorado de su hogar, las horas del crepúsculo al salir y ocultarse el sol eran aquellas en las que uno podría encontrarla en la cima de la duna contemplando aquel mágico espectáculo.

La expedición había crecido gracias a Hugo, que con cada viaje fue haciendo posible la estadía de las elfas en el corazón del desierto, trayéndoles armas, animales de granja y alimentos, animales para montar que usarían las patrullas, utensilios de aseo diario e incluso a un vagabundo que había encontrado en el desierto. Aceites, antorchas y velas, harinas y fruta, carnes secas, junto con muchas otras cosas que el pirata pensaba que les harían falta.

Fue durante la madrugada, un día en el que todas habían vuelto a la ciudad. Una patrulla llego al galope de sus camellos directo a la base de la duna, donde Zafiro y Linda esperaban ansiosas la salida del sol.

-Matriarca-, la saludo Mei li-, no esperaba verla tan temprano.

-El instinto me despertó antes de tiempo, así que decidí salir a caminar.

La tropa de cinco elfas bajo de sus monturas mostrándole el resultado de su viaje por las arenas, las lanceras le mostraron a su matriarca una canasta llena con culebrillas del desierto que usaban para hacer medicinas, una jaula con tres codornices salvajes y cinco estacas con diez cisnes negros empalados cada una.

-Las manadas vuelven mi señora, los antiguos terrenos de cacería están poblados de animales y plantas fructíferas pasando la tercera y quinta marca.

 -Perfecto-, dijo la matriarca-, eso alegrara a las demás.

-Hay algo más mi señora.

Mei li dio vuelta a su camello mostrándole a Zafiro una última carga, sorprendida por lo que veía, Zafiro ordenó llevar aquello adentro de los túneles, y despertar a Lany.

La pequeña se encontraba en su casa lavándose el rostro cuando Linda llegó corriendo a su burbuja, ambas se dirigieron a la antigua prisión debajo del palacio, donde se encontraba él, tras una puerta abarrotada descansaba un joven, de cabellos negros y cortos, delgado y un poco más alto que ella misma, su piel era morena y en la mano derecha llevaba una muñequera negra.

-¿Es el siguiente?-, pregunto confundida-, ¿Por qué lo enjaularon?

Zafiro abrió la celda cuyas uniones rechinaron, señal de ser muy viejas aun para la antigua ciudad. Con un gesto le indico a la pequeña que se acercara, al ver claramente el rostro de aquel joven, algo nació en el corazón de la pequeña, un sentimiento que no podía expresar con palabras, su rostro hacia que su corazón latiese con más fuerza de lo normal, pero aquello fue interrumpido cuando Zafiro habló.

-Lany, este sujeto, a diferencia de los otros, podría decirte que, este si es peligroso.

Con cuidado de no acelerar el desvanecimiento del sedante, Zafiro abrió un ojo del joven mostrando sus ojos de un profundo color café y sus pupilas negras como la noche. Lo que confundió a Lany, sus ojos no eran los de un Torum, sus orejas redondeadas no eran de un elfo, únicamente tenía dos brazos no era un tiriqui, su cabeza era semicircular no era igual que Hugo, un Shig, era demasiado alto y delgado para ser un enano y evidentemente no era un sátiro, minotauro o centauro, orco o cualquier otra raza.



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En el texto hay: fantasia, amor, elfas

Editado: 27.06.2021

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